Respiro...
y respiro de nuevo,
pero el aire no llega:
se ahoga mi aliento.
Improviso un grito, un llanto, una súplica,
pero el fuego se apaga,
se apaga en silencio.
Cesan las lluvias,
se callan las aves,
se aquietan las copas
de los grises árboles.
Sola la casa
y sola mi alma
solos los cuadros, las paredes y las telarañas,
expira la esperanza
y la gallardía se acobarda.
Se cierne, indeleble y espeso
el vacío total
de una mirada fantasma.
Hay horrores peores
que una decisión mal tomada
y es la presencia implacable
de una casa
por la soledad sitiada.
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