Teniendo tanto por dar y reservarme a un par de manos. Tanto por amar y quedarme estancado en un sueño pagano.
Soñé que me amaba y supe entonces que, por la perfección demostrada, aun no había despertado. Desperté. Me deje de banalidades y me enfoqué en afrontar mi mañana, en que si la extrañaría o la olvidaba. Tendí mi cama con una facilidad tal que así desearía que se hiciera el tenerte. Desayuné y en mi taza de café cayó tu imagen por mis ojos, mi trémulo reflejo evidenció entonces lo amargo que sabía el habernos dejado. Perdí el apetito y las ganas de vestirme correctamente así que decidí revelarme al espejo y salí vestido de casa con el alma rota dejándome de hipocresías, creo que los nardos de fuera dejaron de regalarme su aroma con tal de que supiera que estaba dejando las simples maravillas de lado. Caminando deliré y pensé que era tu pelo rizo el que me tenía atrapado, tan loco que estoy de ti que no me di cuenta que era una telaraña. Los charcos de la lluvia de anoche eran tan “especiales”: burlones, reales, sucios, divertidos, pequeños y algunos con tintes de lagunas; cuando menos me di cuenta mi mente se convirtió en una, tan traicionera que fue que anegó todo lo que soy. Reaccioné pues venía el bus para llegar a la cita conmigo en la cafetería de San Pedro. Una vez arriba se me ocurrió pensar que el camión se mantenía estático y todo a fuera se movía. Las ventanas en una mala jugarreta se hicieron portales a la imaginación como suelen hacerlo y me dejaron fantasear contigo de nuevo y esta ocasión fue sin despedidas –de saber que mi mente sería suya cuando se fuera le hubiera dado un espejo para reflejarme en ella y no perder mi esencia-. Llegué a Tlaquepaque en una mañana nublada y no tan fresca, aun lagrimeaba el cielo pues caían gotitas de la lluvia de madrugada. Por un momento me olvidé de los recuerdos y decidí disfrutar de la brisa de una fuente al caminar, fue casi tan placentero como tu olor al levantarte por las mañanas después de hacer el amor. Al llegar a la cafetería recordé que detesto estar solo así que pedí un desayuno por los dos: chilaquiles divorciados por si no tenías ganas de rojos estaban los verdes y si no, había un rico cóctel de frutas. Me rompí de donde no estaba roto cuando me preguntaron si el desayuno era sólo para mí o si esperaba a alguien más –dime tú, ¿Cómo responder que te sigo esperando?- Al terminar mi desayuno fui a las nieves que no te gustan y que las probaste sólo porque son mi delirio y recordé que a ti te gustan las de leche, así que me pedí una mediana de gansito. Deambulé hasta llegar al quiosco, para esto ya eran casi las dos de la tarde y empezó el calor recio y me acordé de ti tomando una cerveza de agave, una espantosa cerveza de agave y si no es porque están un poco caras te dedicaba más de una a tu salud. Ya ensimismado decidí hablarte y me frustré un poco, no soy creativo pues me cuesta escribirte, tantas palabras que desconozco, lo sé… eres indescriptible y sin un motivo palpable es difícil escribir y ahora que te fuiste creo que ya no tiene sentido sentir. No había nada que evidenciara atisbos de mejoría y usted mujer, definitivamente me tenía justo donde yo no quería. Entre tanto fantaseo me dieron las seis de la tarde y decidí regresar a casa, ya no quería estar en un lugar donde fuimos felices y dejamos de serlo. Al llegar el sueño se había apropiado de mí, tanto así que a mi mente la indujo a estar de nefelibata aislándose de cualquier sonido, incluso de los inexistentes. El tiempo huía de mí, no supe nunca en que momento llegaron las once de la noche pero agradecí que así fuera pues al fin decidí abrir mi laptop y escribir todo lo que pasó, más en lugar de eso me conformé con poemas baratos, de esos que solo hechizan los labios. Encendí una luz tenue en mi habitación y fui por mi botella de vino y unos cigarros que tenía guardados; endulcé mi oído con un delicioso jazz y comencé a sentirte aquí. La noche por fin se puso a mi favor quitando todas las nubes y prendiendo su lámpara por completo que junto con el humo de los habanos, un rayito de luna hizo una marioneta con mi vida quemada y exhalada en el aire… nunca supe que tan loco estuve que podría jurar que el humo tomo la forma de una musa -de ella-, una dulce balada con su voz y de fondo una placentera música; de nuevo tan perfecto todo que supe que algo estaba mal. No me equivoqué: su silueta estaba inconclusa, le faltaba tu erotismo y tu desnudez al dejar libres esos senos salvadores de mundos, ¿Qué porque de mundos? Al menos vinieron a bendecir el mío.
¿Qué clase de soledad es esta que te hace sentir placentero el cigarro?
¿Con qué clase de mujer me topé que hace sentir dulce el tabaco y amarga su ausencia?
- Autor: Moisés (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 17 de julio de 2018 a las 13:45
- Comentario del autor sobre el poema: En lugar de un poema, decidí hacerle una carta aunque nunca la lea.
- Categoría: Carta
- Lecturas: 21
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.