Ninguna
Agripina no paraba en su deseo
de hacer danzar las saltatrices
al ritmo de la música imperial.
El viejo Claudio miraba aquella farsa
con sus ojos estáticos,
como clavado en el trono.
Británico había perdido la posibilidad
de ser coronado emperador,
no obstante los esfuerzos de su padre.
Fue así como tú, Lucio Dionicio Enobarbo,
cuyos vicios y excentricidades
fueron más producto de la época
que vocación personal,
te viste llevado a la suprema jerarquía
en medio de innumerables intrigas,
por los designios maternos.
Desoíste los consejos de tu preceptor
mostrando más amor hacia la plástica
que hacia las artes de la guerra,
más afinidad con la tragedia helénica
que con el teatro de los acontecimientos,
más sensibilidad por el canto de las sirenas
que por el tétrico alarido de los moribundos.
Gobernaste con relativa eficacia
sobre ese nido de víboras,
mejor que Calígula y Tiberio.
Lloraste desconsoladamente
cuando el incendio de Roma,
pero la calumnia prosperó
con el naciente cristianismo,
dejándote marcado ante la historia
como un ente feminoide,
endemoniado y pirómano.
Hoy que los ánimos caldean en otras latitudes
miramos tu decadencia con mayor serenidad,
y comprendemos porqué mientras caías
exclamaste, desgoznado de amargura:
¡Qué gran artista pierde el mundo!
- Autor: 000 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 20 de julio de 2018 a las 10:46
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 13
- Usuarios favoritos de este poema: larisadelesqueleto
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