II. Recuerdo de la noche creciente

Lucia Rodriguez Lopez

En la plaza, nostálgica y silenciosa,

corretean las joviales lucecillas

reflejadas en el eterno lago del mundo.

A veces me figuro que los sueños

anegan o levantan su esplendorosa llama

igual que los huesos rehúsan o encarnan

el rubor esclarecido en la mejilla.

Y, como todo aquello que una respuesta persigue,

las pisadas se extravían donde la instensidad

procura entorpecer con destellos fingidos.

Hay tanta calma por ahí escondida

que a veces me arropo con la ausencia,

en la desnudez del humo brindado

por la ruptura de un acorde

o en el pasar de las horas sobre la roca

más débil y desprotegida.

El polvo rueda por los lugares más vistosos

a ojos de quien siente

a pesar del sinfín de huellas que se posan

esperando las primeras gotas de la mañana.

A veces me figuro que los recuerdos

recorren una órbita tan grande

que desconocen el camino de vuelta

y el rocío embriaga de tristeza las flores

cuyos pétalos, mártires, desisten.

Pero el alboroto, tierno y desnudo, irrumpe

con risas infantiles que calan hasta el alma

y el deseo de reír enmudece

cualquier presencia de melancolía extendida

en la negrura de medianoche.

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