Réquiem

La decepción me tendió la mano cuando el amor me la mordió.

Ansiedad palpable.
Desespero notorio.
La muerte de un ángel.

El amor lo provocó.

El papel me tentaba a exhibirme en pintura,
mi daltonica alma no diferenció entre la lealtad y la traición.
Entonces lloré y mis lágrimas me mostraron mi error al caer sobre la hoja y un tintero. Siguieron cayendo y se unieron en la única palabra que mi boca pronunciaba: "Adiós"
¡Cuánta razón tiene!
A - a falta de; a falta de mi dios caí en abandono y Vivaldi conmocionó mis memorias y mi futuro con su pasión al violín.
Mi pluma hiperventilada se rehusó a seguir narrando el como era la más triste mano que jamás la escribió.
Un dolor en el corazón y con la mano izquierda entumida fueron los causantes de mi más grandiosa algarabía en meses pues por fin moriría mi tristeza,
la angustia,
el rencor,
el veneno
y por fin las lágrimas se terminarían. Los suspiros dejarían de ser secos.
El alma por fin tendría esa paz que aclamaba desde dentro.
Mi cuarto sería radiante de nuevo pues no habría un cuerpo atenuando las blancas paredes en las que destacaban mis escritos.
Por fin mis ojos descansarían y no verían más un putrido reflejo en cualquier espejo.
Descansarían pues al fin dejarían de contemplar un futuro incierto.
Retorcido.
Incoloro.
Mi cuerpo y yo conoceríamos la plenitud de no pensar, de dejar de sentir... de amar.
Nada me haría llorar de nuevo ni hacerme sentir miserable.
Sabría lo que es el sueño eterno.
El final de las heridas.

Me alegré de no sentir mi brazo izquierdo y dejarme ganar por un fulminante infarto. La falta de aire me decía que pronto el momento llegaría y de brazos abiertos a la muerte y sonriente me iría a ser mimado por ella pues por fin, después de diez minutos de placer:
Moriría.