EL POETA ASESINO, «EN GRADO DE FRUSTRACIÓN»

DEMÓDOCO

 

[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]

Por Alberto JIMÉNEZ URE

Acudí al cubículo de Oxando Plores Messini porque el profesor quería lo ayudase corregir algunos exámenes. Tenía resaca: la noche anterior había ingerido licor con otro docente y poeta que me presentó, Crack Queresozo Trapiella. Con voz semi ronca y quebrada, Plores Messini me dijo:

-«Te presento al poeta Crack Queresozo Trapiella [] Es pequeño de estatura, pero gigante con la palabra. Lo importamos de la Universidad del Zulia, para dar clases aquí»

Miré al «enano siniestro», como temprano lo apodé por su explícita maledicencia. Sin saber mucho de mí, excepto que era escritor, fonéticamente soez me platicaba respecto a mujeres que él imaginaba fornicaban conmigo: una de las cuales le gustaba, Laurita Grakko.

-Te equivocas, no tengo encuentros sexuales con esa poetisa –lo refuté-. La conozco, me visita a veces [] Si alguna vez logras besarla, sabrás qué sabor tienen los falos de muchos poetas de este prostíbulo.

-Ja, j,a ja [] –nos interrumpió Oxando quien, todavía ebrio, carcajeaba-. El humor literario de Albert es negro: ¿lo entendiste, Crack?

Yo revisaba y colocaba notas, esporádicamente interrumpido por Messini advirtiéndome «que no reprobara a los hembrones» [] Mientras ello sucedía, Crack prosiguió emplazándome:

-«Sé que eres amigo de Alonso Gamero, residenciado en Mérida. Ocupa una de las casas del Rector-. Admiro a ese empresario del transporte en el Estado Falcón. Mi padre fue, durante años, uno de los conductores de su flota de autobuses. Quiero conocerlo. Podrías ayudarme tener un encuentro con él?»

-No es fácil, se reúne con pocas personas, entre las cuales el Rector, su secretario privado Garrido y yo –dilucidé-. Es un hombre probo, noble, cortés. Siente afición por la escritura.

-Hazlo, Albert –al unísono, me impelieron.

Durante varias semanas cené, sucesivas veces, con Alonso Gamero, Alberto Garrido y el Rector Pedro Rincón Gutiérrez en la residencia que ocupaba el pudiente amigo: al cual pregunté si podía presentarle un profesor de la Escuela de Letras que difundía admirarlo.

-Confío en ti, Albert –me dijo, abrazándome-. Si es caballeroso, puede venir contigo almorzar y beber vino con nosotros el próximo sábado []

-Bien, le informaré.

Luego de dos días [noche de jueves o fin de semana corto, como solíamos calificarlos] vi a Oxando Plores Messini y Crack Queresozo Trapiella en el «Bar Moom 2000», planta baja del Edificio Administrativo de la Universidad de Los Andes. Bebían cervezas y me invitaron varias que acepté gustoso. Le di instrucciones a Trapiella para que, el sábado siguiente, pudiera llegar a la residencia del empresario. Salí del lugar dejándolos más borrachos que yo. Debía reunirme con el Director de Publicaciones, muy temprano, el viernes, para notificarle sobre la culminación del proceso de encuadernación y engomado de El Viaje (1979), un poemario de Juan Liscano. Fui supervisor del proceso editorial. Recuerdo que, personalmente, me confesó detestar a Crack: «[] Deberían llamarlo Perezoso Trapiella, es un pésimo poeta []» 

A las 11 am. del sábado, me buscaron a mi apartamento el Rector Pedro Rincón Gutiérrez y Alberto Garrido en una camioneta oficial de nuestra institución universitaria. Abordé acompañado de una hermosa amiga arquitecta. Íbamos hacia la residencia donde Gamero nos esperaba para almorzar. Llegamos rápido. Lo saludamos afectuosamente, y le presenté  la chica.

-Desea ser tu novia –sorprendí al fraterno amigo de casi ochenta años-. Ella me pidió venir.

Nunca vi alguien tan feliz durante mi vida.

-¡Es bellísima, bellísima, bellísima! –no cejaba repetir. Gracias, Albert, infinitas gracias: es una maravillosa sorpresa la que me has dado.

El mayordomo de Alonso nos sirvió cerveza, whisky, vino y aperitivos. Cuando interactuábamos cordialmente y bebíamos, escuchamos cornetazos que procedían del estacionamiento vehicular.

-Seguro es el profesor y poeta Crack Queresozo Trapiella –discerní y ofrecí recibirlo-. Está invitado, ¿recuerdas, Gamero?

-¡Cierto, Albert! –dijo sin apartar su mirada de la arquitecta.

Fui abrir la puerta y pronto conduje a Trapiella hacia el interior del hábitat cuando, de súbito, sacó del maletín ejecutivo que portaba un revólver «Smith & Wesson» y apuntó a mi amigo Alonso a dos metros de distancia: quien, de pie, lo miró aterrado. El Rector y Garrido se levantaron de sus butacas indignados.

-¿Qué haces, poeta? –le grité a Queresozo Trapiella interponiéndome entere él y Alonso Gamero-. ¡Tendrás que matarme primero!

-«¡Mi padre fue obrero de las Empresas Gamero, con sueldo miserable durante más de treinta años y echado sin prestaciones sociales!» –vociferaba-. «¡Juré matar a ese maldito explotador!»

-¡Quítale el arma, Albert! –perturbado, expresó nuestro Rector-. ¿De dónde ha venido ese degenerado?

No tengo habilidades de luchador, pero, sin dificultad, logré arrebatarle la «Smith & Wesson» que apresuré tirar al piso. Con la ayuda del mayordomo, lo regresé a su máquina de rodamiento advirtiéndole que llamaríamos a la policía si no se marchaba de prisa. Obedeció. Encendió el motor y huyó veloz.

Alonso Gamero quiso proseguir con el plan de libar y comer placenteramente, sugiriéndonos olvidar el desagradable incidente. Al anochecer, mientras el Rector, Garrido y yo intercambiábamos ideas sobre quién se encargaría formular una denuncia contra Trapiella, el empresario Alonso Gamero se había encerrado en su habitación con la preciosísima arquitecta. Empero, sucedió algo insólito: ella salió de la alcoba desnuda e, inconsolable, la vimos sollozar porque nuestro amigo infartó cuando la falotraba. Lo hallamos muerto y con el miembro viril erguido.

 

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  • Autor: DEMÓDOCO (Offline Offline)
  • Publicado: 7 de agosto de 2018 a las 09:01
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 29
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