Lastimero era un perro al que, el hecho ser callejero, no le suponía ningun hándicap, sino todo lo contrario, pues su tesoro más preciado era su libertad y se sentía muy afortunado de no tener dueño. Nunca pasaba hambre, pues era un experimentado cazador y no le suponía ningún esfuerzo cobrar las piezas con las que se alimentaba y como tampoco era delicado, cuando las presas escaseaban, no le importaba rebuscar en los contenedores para saciar su apetito. Una noche, mientras deambulaba por las callejuelas del casco antiguo de la ciudad, llego hasta su oído un gemido. Giró la cabeza a un lado y a otro pero no lograba ver a nadie, iba a reemprender la marcha cuando una vocecilla le hizo pararse en seco, volvió a mirar en todas direcciones pero seguía sin ver a nadie.
- ¡Estoy aquí abajo. Ayúdame, por favor!-. Dijo la voz.
Lastimero agachó la cabeza hasta que su hocico rozó el suelo y comprobó que quien llamaba su atención era una garrapata.
- ¿En qué puedo ayudarte?-. Quiso saber Lastimero.
- Necesito que me des cobijo en tu pelaje, llevo varios días durmiendo en la calle y tengo mucho frío-.
Lastimero tenía ententendido que las garrapatas eran nocivas para los perros e hizo amago de volverse para seguir su camino, pero la garrapata, que ya había barajado esta posibilidad, elevó el tono de su llanto, lo que causó que lastimero se volviese de nuevo.
- ¿Para que quieres instalarte en mí? me han dicho que sois parásitos y os dedicáis a sorber nuestra sangre-. Cuestionó lastimero.
- Yo no soy así, lo único que te pido es que me ofrezcas abrigo, te prometo que en cuanto pase el invierno volveré al suelo. ¿No serás capaz de dejarme aquí, a la intemperie, dejándome morir de hipotermia? Además, yo te haré compañía para que no te aburras.
Lastimero, una vez hubo caído en la trampa del chantaje emocional, pensando que si la garrapata moría de frío, el cargo de conciencia no lo dejaría vivir tranquilo, se agachó para que esta pudiera subir a su lomo.
Como cabía esperar, cuando el parásito encontró el punto adecuado para llevar a cabo su premeditado plan, clavó los garfios de su mandíbula en la piel del perro y comenzó a beber de su sangre. Lastimero sintió un leve pinchazo aunque no le dio mayor importancia, pero al cabo de varias semanas, debido a la pérdida de sangre, comenzo a sentirse debilitado, hasta el punto de que no podía cazar porque cada vez que intentaba correr, se mareaba. Llegó un momento en que Lastimero cayó desplomado, con el corazón como una uva pasa y el estómago como un higo seco. La garrapata, ya del tamaño de una pelota de tenis, al ver que no podía succionar ni una gota de sangre más del perro moribundo, descendió de este para ir en busca de otro perro Lastimero.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 19 de agosto de 2018 a las 10:53
- Comentario del autor sobre el poema: Moraleja: Una garrapata es una garrapata y una hormiga es una hormiga.
- Categoría: Fábula
- Lecturas: 32
- Usuarios favoritos de este poema: Ana Maria Germanas, AMADÍS
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