POETA BORRACHO DEFECA ENCIMA DE QUIEN SE LO PERMITA

DEMÓDOCO

 

[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]

Por Alberto JIMÉNEZ URE

-Recuerda, Albert –me advirtió Felipe Pachano Rivera-. Explicarás a los poetas que invites en nombre del Rectorado que nuestra Universidad de Los Andes sólo asumirá sus «gastos de alojamiento y comidas». La ingesta de Heroica será responsabilidad individual. La Contraloría Interna nos envió un oficio prohibiéndonos pagar bebidas alcohólicas a invitados institucionales […]

-No te preocupes, Rector –le respondí-. Estoy informado sobre las exigencias de esa entidad contralora.

-Trata que tus amigas y amigos no afecten tu impecable Expediente Personal Universitario. Sus famas de borrachos e irresponsables les preceden.

El fin de semana próximo inaugurarían una edición más de la Bienal de Literatura «Mariano Picón Salas», evento que solía realizarse en el acogedor Hotel Prado Río. El Rector me confirió la atribución de invitar a cinco intelectuales. Juan Calzadilla me había llamado varias veces, expresándome su deseo de venir a Mérida. Fue uno de mis seleccionados. Lo recibí en el Aeropuerto «Alberto Carnevalli», con un auto Volkswagen de la flota universitaria que yo solía conducir. Lo llevé al Prado Río y, cuando él llenaba la tarjeta de registro, le recordé:

-En nombre de la Universidad, poeta, no debes anexar tu consumo de licores sino alimentos. Entrego esta «carta-compromiso de pago» del Rectorado a la recepcionista, en la cual aparecen los nombres de mis invitados: y especificaciones o detalles alrededor de asuntos relacionados con lencería y licores.

-Confía en mí, Albert –formuló-. Sabes que beberé, pero asumiré esos gastos. No me llevaré almohadas ni sábanas.

El evento comenzó con el ímpetu que lo caracterizaba. Acudieron algunos invitados internacionales, entre ellos Harold Alvarado Tenorio por Colombia y otros académicos cuyos nombres olvidé.

Las juergas comenzaban poco antes del mediodía, pero eran interrumpidas para que las personalidades presentaran «conferencias» o «recitales poéticos» en los pódiums. Bebí y dialogué con Juan Sánchez Peláez, José [Pepe] Barroeta, Armando Rojas Guardia, Rosángela Rodríguez Moreno, Renato Rodríguez, Jesús Enrique Barrios y Benito Raúl Losada y otros. Rafael Cadenas estuvo entre ellos, pero no consumía Heroica y hablaba muy poco: con voz inaudible. Luego de cenar, reuníamos en el bar del hotel: para embriagarnos casi hasta amanecer. Nada reprochable ni anormal. Muy divertido.

En el curso del evento, departí esporádicamente con Calzadilla: a quien vi acompañado de sus hijos Andrea y Juan Antonio, jóvenes estudiantes universitarios, críticos extranjeros, et. Las veces cuando me acerqué a platicarles, las mesas que ocupó lucían repletas de botellas de cerveza: igual ron y whisky. Esas imágenes hartazgo báquicas inquietarían a cualquiera:

-Recuérdalo, Juan: sólo «alojamiento y comidas» -le susurraba para que los demás no se enterasen-. También lo repito al resto de los invitados.

-Tranquilo, Albert –con la sonrisita y posturas de distraído feliz que lo estigmatiza, me calmaba-. Pagaré las bebidas. No estés nervioso […]

Comencé ver promontorios de textos literarios en los baños de varones. Autografiados por sus hacedores, los dejaban en lavamanos, excusados y urinarios. En una ocasión, Juan Sánchez Peláez, Pepe Barroeta y yo coincidimos en ellos. Los sorprendí intentar, sin éxito, desaparecer dos poemarios mediante el remolino que producen los inodoros.

-¡Se taparán, poetas! –intenté impedirlo-. Si no quieren que colegas les regalen sus obras, exprésenlo. Al personal de limpieza del hotel enfurece destapar excusados llenos de libros, rollos de papel y ropa interior ensangrentada.

-¡Coño!, ¡coño!, ¡coño!, poeta –musitaba Pepe con su voz carrasposa-. Acércate para abrazarte: no te molestes. No has visto nada, Jiménez Ure […]

Conforme a previsiones, los premios destinados a galardonados en los distintos géneros literarios [Narrativa, Poesía y Ensayo] fueron concedidos. Los autores favoritos de la Mafia de la Banal de Literatura ya tenían sus cheques y diplomas. Celebramos el cierre y, al siguiente día, comenzaron irse del Hotel. Yo estaba en Prensa de la Universidad de Los Andes. Esperaba que Calzadilla me llamase para buscarlo porque tenía el compromiso de llevarlo al aeropuerto. Lo hizo, pero abrumado:

-Mira, Albert –bufaba-. No me dejan salir del hotel.

-Pero, ¿por qué? –alarmado, inquirí.

-La cuenta […] ¡La cuenta!: Me duele la cabeza, apresúrate. Si no firmas, me mantendrán preso aquí y perderé el vuelo.

La deuda por consumo de Heroica que abultó Calzadilla fue inaudita, diría que hasta delictiva. Tardé 38 meses honrándola con mi tarjeta de crédito Diner Club International, promocionada «sin límites», que recién me había enviado el Banco Mercantil.

-No te preocupes, Albert –me aseguraba a punto de abordar el avión-. Al llegar a Caracas, te devolveré esa cantidad. Recibirás un cheque de gerencia.

Nunca me repuso la enorme suma de dinero, con la cual pude comprar una máquina de rodamiento. Prefirió terminar nuestra amistad. Luego de más de veinte años, todavía es mi enemigo fortuito.

-No confíes en los poetas, Albert –me reprochaba el Rector Pachano Rivera al enterarse del incidente-. Poeta borracho no come mierda, pero defeca [bajo catarsis] encima de quien se lo permita.

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  • Autor: DEMÓDOCO (Offline Offline)
  • Publicado: 21 de agosto de 2018 a las 07:03
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 42
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