LA CALLE DE LAS COMPLACENCIAS

Verano Brisas


AVISO DE AUSENCIA DE Verano Brisas
Ninguna


Una bacante loca y un sátiro afrentoso

conjugan en mi alma su frenesí amoroso.

Porfirio Barba Jacob

 

Cuando las caricias desganadas de una amante

o los besos indiferentes de la esposa

sean como icebergs de un hielo iderretible.

 

Cuando el hastío hunda su colmillo infeccioso

en lo más profundo de nuestro corazón.

Cuando nos hallemos cansados de rutinas

y estemos buscando una experiencia nueva.

 

Cuando sintamos eso y mucho más,

ha llegado el momento de visitar

sin asomo de remordimiento

la siempre novedosa Calle de las Complacencias.

 

Esta calle ha existido, existe y existirá

mientras el mundo tenga su giro planetario

y los humanos no alcancemos la plena satisfacción

de nuestras más íntimas necesidades eróticas.

 

Toda cultura, época y lugar

han ofrecido, ofrecen y ofrecerán,

en el instante adecuado y en sus circunstancias,

los deleites innegables de esta acogedora vía.

 

Allí puede gozarse

desde una simple copulación

con la ramera de turno

hasta el desfloramiento de una niña virgen,

si se lleva la cartera bien nutrida

y se ostenta la influencia necesaria

para que la dueña de casa quiera agasajarnos

con tan exquisito y raro manjar.

 

Puede buscarse una que acepte ser atormentada

mientras lucha indefensa sobre la cama,

o atada fuertemente de algún pilar apropiado

con lazos de fina seda o rebumbioso metal.

 

Quizás interese más recibir que dar los latigazos

por mano de una espigada damisela

vestida solamente con altas y negras botas,

además de un cinturón y brazaletes

hechos con piel de oso o cualquier otro animal

que funcione como símbolo de fortaleza.

 

En lugar de latigazos

podemos gustar mejor una paliza con garfios,

tan popular entre aquellos que quieren santificarse,

o disfrutar otras torturas de diverso estilo,

mientras una jovencita, bella y degenerada,

manipula nuestras partes con fruición perversa.

 

Si nuestros deseos van aún más lejos,

pueden darnos a oler sus prendas íntimas

o taponarnos la boca con unas tanguitas recién usadas

cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen.

 

Es posible observar también desde un desván

a través de la mirilla indiscreta

los complicados ritos a que otros se someten

o someten a sus lujuriosas víctimas,

si se paga la tarifa establecida

para estos y otros placeres especiales

como esas catárticas orgías.

 

Y así sucesivamente,

no se carecerá de ninguna extravagancia

si se hacen los méritos adecuados para ello.

Seguro que Procusto

no hubiera creado nada más apetecible

para nuestros secretos e inconfesables deseos

en esta dulce y generosa Calle de las Complacencias.

  • Autor: 000 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 3 de septiembre de 2018 a las 15:54
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 9
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