Un amanecer
A veces se comienza con una esperanza
y a veces con un sueño,
a veces con ambos
o con un simple amanecer.
Un encuentro inesperado,
en un día normal,
dispuesta a continuar,
culminando la noche
con un simple brillo
que esparce curiosidad
con el nuevo lumbral.
Un nuevo amanecer
que brilla con fulgor
se aparece en mi camino
haciéndome ver
que la vida gira con centella
y su propia cautela.
Un círculo de encuentros
y una recta trayectoria
que se complementan
con el radiante mañana.
Una estrella se ocultó,
mientras resultó salir el Sol
cuando la naufragante noche terminaba.
La luz se alzó,
creció e iluminó un cielo,
cubriéndolo con sus mejores ropajes
de luminosidad.
Una mañana inesperada
sería la que diera comienzo
al cambio de la vida.
Vida de la cual sería de retos,
sueños y esperanzas.
Vida de la que confiaría
y sería cubierta
de ensueños y verdades.
Fácil no sería,
pero sí como desearía,
emprendería y aprendería.
Vida aquella que se toca
y se persiste,
se cuida y se respeta.
Se llega al lumbral
y el amanecer
ya es un medio día,
firme con su Sol en el tope.
Fijo se muestra en la hora
que presenta el balance
entre mañana y tarde.
Alumbrando cada rincón
y mostrando los más simples
y especiales detalles
que distinguen cada día.
Ves que llega la tarde
y firme quedó el Sol,
mas baja poco a poco,
no por su falta de luz,
sino por el ver que de un día
se llega a la noche.
Pero no todas son iguales.
Noche de negro,
noche de azul,
noche de estrellas
que cubren con luz.
A pesar de todo,
luego de la noche llegará
un nuevo amanecer,
pero esta vez,
la luz se ocultó
y el cielo sin lumbrera quedó.
Solo la luz de Dios cubrió el cielo
con coloridos destellos de aquel Sol
que desapareció.
Una nueva lumbrera surgió
entre el cielo sin Luna,
estrellas, ni Sol.
El cielo que vio.
Una nueva lumbrera surgió.
La nueva lumbrera quedó
entre las noches y los días
que luego el Sol,
la Luna y las estrellas
vieron sin poder opacar.
Solo del primero se vio
lo que luego se formó.
De un amanecer,
al atardecer.
De la noche al día
con la luz que solo Dios
y la más grande lumbrera
que de la tarde surgió
fueron los videntes
de la bendición que se dio.
Por: Mariesther I. Muñoz Phi
- Autor: Mariesther Munoz ( Offline)
- Publicado: 6 de septiembre de 2018 a las 00:35
- Categoría: Carta
- Lecturas: 41
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.