DESCALABROS Y RECOMIENZOS

Dr. Correa

Canes! Sirenas se oían lejanas...
En la celda el gordo y una sonrisa
a mitad de su pecho cruenta mana.
A la púrpura vio la aliada brisa
teñir al fugitivo en la sabana.
Era Emilio, que tramaba hacer trizas
al vil culpable de su usurpadora
sentencia, de tanto oprobio y demora.


De los perros la voz es melodía
inocua, apenas signos del recuerdo
dispersos hasta el despertar del día;
y en tanto corre, lembra del acuerdo
con su vieja y la promesa a Sofía;
instantes estos en los que está cuerdo
y al frío bravo abrasa y casca espinas;
y arde en valor si la sabana empina.

Su padre, ¿o era el demonio que asechaba...?
Legítima inspiración al vasto odio
junto a tal terrible insomnio pescaba.
Formaban piltrafas pocas su alodio,
y renga furgoneta; ¿le soplaba
Favonio al bastardo que haría un brodio
con la alma del padre y sus emociones?
Vaticinábanse lamentaciones.


Cara a cara: «apto avanzo a quitarte
la vida que sin saber te he entregado...»
El rechazo, circunstancias aparte,
era genuino; y el reo adiestrado,
ante el vil hombre sin estrella ni arte,
dental cepillo empuña harto afilado.
Ambos se observan caminando en rondas;
amenaza la vara con sus ondas.


De pescar la vara describió un arco
en la penumbra; borracho y dormido,
dejó la bota asfixiarse en un charco,
y en esa entrada, ya casi vencido,
sufrió letal cortada el padre parco.
Detuvo el cuchillo al verlo abolido
por el tamaño y larga edad de aquel odio.
Ojos muertos yacían bajo el podio.

Por una vena en la noche sumida,
la furgoneta y humo centellado.
En espantoso ruido, carcomida,
reclamándole su suerte al cruel hado,
iba por nuevo dueño conducida:
fiero negro, a la venganza abrazado
como asida vive a la carne la uña,
que otra muerte pretende en los de alcuña.

En el cielo oscuro una blanca luna.
Ojos de Santa Claus en porcelana
vigilaban el salón de alta cuna
donde David, junto a un saco de pana,
con buen propósito doble, a La O puna,
porque de un niño sano siente ganas.
Es tal su azar en la mansión de Rayos,
que el hedor del robo alerta a los ayos.

Los ojos de Santa Claus en el saco;
la hermosa Ana siendo otra despertaba.
Rasgada su blusa, y en un tinaco,
dos píldoras que a su suerte agregaba.
Botellas vaciadas por el bellaco
tentaron su equilibrio que aquejaba;
cuando la vieron dos búhos salir
sin ciencia de adonde deseaba ir.

Ana en brumas vagaba adormecida,
a su lado Tristeza y Decepción...
Flauta y violín, casas humedecidas
de rodillas, suplicando atención...
¿qué es lo imprescindible para esta vida...?
A Emilio atisbaron, de insurrección,
de su justicia con hambre iba armado;
al barrio entraba ante el follón formado.

Luces rojas y azules: ¡policías!
Gritos, risas, la cabellera hirsuta
sin sus bucles, justo llanto lucía.
Fue y ladró: ¿qué me miran, plebe bruta?
gesto que a la noticia se debía:
el buen David, de la equidad recluta,
su caserón se antojó saquearle,
para a un niño el cuerpito roto armarle

Pensó Emilio en matarlo frente a todos,
y en disquisición del bulto diverso
sólo cruzar decidió bajo apodos
que gritaron, en su función inmersos,
los que asistían con violentos modos.
Sin tino, los disparos muy dispersos
regalábanle mártires al mundo,
mas el curioso es animal fecundo.

Viendo su poder deshojar completo,
frágil sintiéndose como nunca antes,
tan floreado el calzón obsoleto
posó La O, manchando el pintado gante,
en el bordillo de bardo repleto,
cuando asomando, tanto así arrogante,
la señora y ama del palacete,
hala a Bigotes por el brazalete.

Le encomienda, le ordena caprichosa,
como si por mérito mereciera
ser en tierra tratada como diosa;
Y al ver que éste ningún caso le hiciera,
con peluca de su hombre, rencillosa,
golpeóle el rostro que del diablo era.
Ya haciendo alarde de quebrantos falsos,
fue a su esposo como quien va al cadalso.

La gente aplaudía, y le celebraba,
tanta destreza que en los malabares,
David sobre tejados bien mostraba;
llenando a la guardia de anchos pesares,
pues con su estratagema no acertaba.
Y burlando asimismo los retares,
en lo oscuro él y otros tres se perdieron;
los curiosos su alarido emitieron.

Las estrellas Ana desatendía,
que en avisarla habíanse empeñado...
Hasta el astro rey la tragedia vía
y en alertarla se había apurado.
Pero ella, tanto inocente, sentía
hacia los hombres un asco blindado,
que ignoraba completas las lecciones,
privada de las sanas emociones.

Y lo vaticinado sucedió:
pues justo a su vera cayó el hermano.
En su espalda, infernal calor sintió
de aquel cuchillo adherido a la mano;
ni siquiera algún dedo Ana movió
convertida en rehén de aquel humano.
Con todos sus talentos ya rendidos,
la amenaza el acero en piel hundido.

Tierno el cuello de esmeralda bruñida,
súbito comenzaba a desangrarse;
brotaba de ella ternura fundida:
la vida corta empezaba a acabarse.
En susto nota el hermano la herida,
tuvo nunca intención de descuidarse;
mas el cañón del sargento Bigotes
asediaba al intento de quijote.


Y lágrimas por cuanto así lamenta,
de aquel buen mozo echan sus ojos lasos,
que el mortal dolor en su pecho aumenta
viendo a su hermana en la que está en sus brazos.
Cauto, la pone en firme suelo e intenta
amarrar su vida con fuertes lazos:
presionando el brote en el cuello abierto,
nota el espacio de auxilio desierto.


A erguirse la guardia toda le ordena,
en la voz del jefe que es muy odiosa.
La reanima, de su aire la llena,
sobre el polvo él ve a su Sofía hermosa;
mas pinga poca sangre ya la vena,
es vana esta retribución penosa.
Va Bigotes y de Ana lo levanta;
un buitre hediondo en seca rama canta.


Odiando a sus dos manos homicidas,
percibe a la impura que a ocultas ama;
a galope intenso viene la fida
porque siente que su amado la aclama.
Bordada la capa trae torcida...
¡Pare, señora! ---la guardia reclama;
no cede ella en sus instintos febriles
de un amor callado por tres abriles.

¿Qué ha acaecido, querubín de mi alma?
Va y le toca el Sol que arde en sus cabellos;
lo ase, lamiéndole el rostro sin calma.
Él dice: ¡La culpa es completa de ellos!
Y lo mece el viento como a una palma.
Rasga ella la tela, escasos los vellos,
robusto el pecho no luce sereno.
Y en su llanto él dice: yo no soy bueno...


Y habiendo el sombrío blondo dicho esto,
violenta lo abraza, quiere a él fundirse:
¡Hacia ti mi felicidad asesto...!
Lo ausculta, ansiando a su destino unirse.
Y él, en su angustia, a consolarla presto,
pues le enjuga el llanto antes de rendirse.
Se desploma ella, cae de rodillas,
penden las lágrimas de su barbilla.

Y quedó su boca en la cremallera
de aquel que, como hombre, en sus elecciones,
por peores, pues nuevo era, pusiera
alma, corazón, y sus ilusiones;
y absorbe su calor tal si supiera
que vendrían tiempos de vejaciones.
Ya viendo a la guardia ruda esposarlo,
quiso bajo su pellejo guardarlo.

Superado habiendo Emilio su impulso
de al miserable embustero matar;
se fue de allí, donde no siendo expulso,
la triste escena hubo de continuar.
Sobre heredado vehículo, insulso,
el pavimento lo lleva a encontrar
a su abuela, pues, la negrita santa
que figurada tararea y canta.

Al sentir el motor, abrió la puerta
la abuela que por su nieto esperaba
tejiendo dudas con aguda alerta.
Su nieto halló, que libertad buscaba,
mas el pobre en sus medios poco acierta
y su propósito en huida tornaba.
En sus pies la abuela intentó ponerse,
de un vuelo el nieto la ayudó a valerse.

Antes de besarlo, una gaznatada
dócil le propina en acción decente;
luego lo acoge, llorando abrumada:
con la situación, confusa se siente.
Son sus principios y su sangre amada,
no sabe de todos cual es quien miente.
Y un retrato consulta de su esposo,
de la época aquella en que fueron mozos.


Que era tiempo, pensó, de ser sincera:
tu madre negó el reto de educarte,
temí harto que nunca se repusiera...
Cuando volvía de su clase de arte
sucedió... Apenas una niña era.
No la juzgues, sé que ha aprendido amarte...
Mas por ti fue a mí a quién tocó sufrir;
no añadamos zozobras al vivir...

Angustiada, suspira temblorosa;
de sus huesos, su piel pende tan suave.
Él se arrodilla y ella así, mimosa,
llorando le acaricia el rostro grave.
Tampoco un padre tuviste --solloza
la abuela en tanto toca un punto clave--,
que con su digno ejemplo tú crecieses...
mas no hubo algo que yo por ti no hiciese...

Se ahogaba, tornando ardua la voz.
De él los ojos, que agua se habían vuelto,
manso mostraban su valor feroz.
Dijo ella, al verlo por su culpa absuelto:
Como el pájaro que voló precoz
morirás cautivo, sanarás suelto...
Mas ten conciencia: tanto te has fallado...
Antes de yo irme... ¡has de hacerte hombre honrado...!

Y tú eso has de afirmarme en juramento,
pues en tiempo, nieto, no vas sobrado...
La intención afianza en este momento
y toma el camino más alumbrado;
en tu favor verás soplar al viento,
y como siempre, yo estaré a tu lado;
sentir miedo puede cambiar tu suerte:
vencerlo hace al alma tanto más fuerte...

Y en un abrazo de los corazones
identificados, se despidieron.
Por doquier, manifiestas explosiones,
pues cielo e infierno duro contendieron;
y en efecto de sus contradicciones,
ni en un lugar ni en otro los pusieron.
Hay pocos tan malos y escasos buenos...
El mundo sufre de conflictos lleno.

Al pie de la salvia, al padre sin vida
halládolo habían temibles perros.
No menos de quince atroces mordidas
presenció rendido el vecino cerro.
Y chorreando la sangre embebida,
de aquella huida, mostraron al encierro
el rastro que rompiera el plan de Emilio,
que apartado estaría de su idilio.

Pues volviendo al lugar atrás dejado,
donde unos reían y comentaban
de intrínseca miseria contentados,
mientras que en son lúgubre lamentaban
aquellos a la lástima entregados,
fue visto por los fuertes que empujaban,
que a él acometieron con maña fiera,
tanto reduciéndolo de lo que era.

Y lo avistó la madre entre gemidos,
que a un flaco guardia golpes intentaba;
corrió hacia él, que siendo detenido,
desde el amor más vivo la miraba.
Teniéndolo ella en su pecho acogido,
perdón pedirle mucho procuraba.
Qué cruel dolor su alma en su piel ponía;
por ratos parecía que moría.

Y en tanto Emilio a David sucedía,
sentado de un auto en banco postrero,
junto a mi hermano la calle sentía
viendo a ambos costados barrios de obreros:
una negrita a recibir salía
a una blanca y su prestado escudero;
más adelante, tal vez cinco esquinas,
una peluca arropada de inquina.

Y gritaba la peluca torcida
como si gritar le sentara bien.
De la vida ardua ante mí escurrida
desde que el pie posara en el andén,
era una que otra cosa comprendida,
pues por vez primera, cuando en el tren,
el símbolo Ana fue por mí escuchado,
sin que pusiera el debido cuidado.

Pues, esa única palabra tan solo
dos veces tristemente pronunciada
desde que la zutana a mí entrególo,
a mi hermano, viéndose incomodada,
frente a un colega suyo algo virolo
que ayudóme a dejarla más calmada,
debió haber sido dato suficiente;
nunca vi sentimiento así diciente.

Mas fui por horas compañía muda,
aunque librélo de aquella zutana.
Era mi hermano la impaciencia cruda,
calcinado por la incerteza insana;
y yo, asido a mi indiferencia ruda,
de involucrarme no avivé sus ganas.
Y este poema contrahecho haciendo,
dudas algunas me van corroyendo.

Si yo tan solo hubiera...
¿Sería algo distinto?
¿Qué sería hoy lo que era?
¿Dónde estaba mi instinto?
Si todo yo supiera...
Vorágine, lo extinto...
Si yo... ¿Ana aquí estaría?
¿Y Ana? ?`Ella lo quería?

En la angosta calleja de adoquines
cruzamos al rato al coche patrulla,
seguido iba de bucles y botines
que exigían justicia en tosca bulla;
allí atados vimos sobre cojines
dos hombres perder la dignidad suya;
surcando el trecho miserablemente
un episodio hallamos, deprimente.

Apartando amplios telones de riesgo,
la incertidumbre torpe nos fue guiando...
Blandos penetrando el entorno sesgo,
a tientas, dementes, examinando...
Y allí, bajo el fétido olor del yezgo,
avistamos sombras iluminando:
claro un cilindro bajaba del cielo,
de luto ángeles vestían su velo.

Y su reacción al con la muy mía,
que de su apático alivio estridentes
signos mostraba, comparar, podía
hasta un ciego bien ver lo diferente
que su miedo del mío se sentía...
Cuánto mi sonrisa hacía evidente
temía así su instinto el fin dictado,
queriendo yo andar y él quedar parado.

Ya como si lo ocurrido supiera,
dejó hacia el polvo caer sus rodillas
y luego, cada mano que suya era.
Y deseé tener una varilla
de virtudes que disolver pudiera
los males, al verlo hacia aquella orilla
andar, cargando en su manos la tierra
que vestía el frío azul de la sierra.

Y hube de entender lo que precisaba:
enteramente esta vez fue sincero,
tomóla en su regazo, harto él temblaba,
y extrayendo su corazón entero,
la sangre de sus entrañas brotaba.
Sobre el de ella lo puso, lastimero;
tal latía el órgano descarnado,
cuan yacía el amante inconsolado.

Los detalles del rostro repasaba,
que aún sin vida estando, en preciosura
sobre los muchos que he visto reinaba;
y su inocencia delicada y pura,
que en las memorias clavada quedaba
de aquellos que asistieron su mesura.
Inertes y excitados los presentes,
no hallaron en llorar inconveniente.

Traslúcido el tubo a Ana fue llevando;
su alma tocó y su espíritu postrero.
Y al la esperanza ir a él abandonando,
en juicio que resultaba severo,
lívidos labios empezó besando,
adorno en el rostro de ella cimero;
y las manos, últimas en subir,
de amor puro las hubo de cubrir.

Iba el ascenso hacia lo celestial
tornando ideal concreto en abstracto.
Los planes: altos balaustres de sal,
disolvíanse en sangre con el acto.
La memoria, tan pujante y marcial,
precisa atacaba en el punto exacto.
De cenizas la añoranza, impagables
las deudas consigo; lo irreparable...

Ni Sofía ni su traje fastuoso
oyeron cuando su novio llamó;
a la vera de aquel árbol frondoso
como adiós prófugas marcas pintó,
pues por descuidado a los mentirosos
otra perversión de su alma confió.
Mas en soñado casorio ella estaba:
¿Acepta? ---el buen párroco preguntaba.

Pastel rosa con merengue de ensueños,
quien sueña es tanto más afortunado;
privilegio que alimenta al empeño,
mas debe el soñador tomar cuidado...
Besada por el negrito risueño,
parabienes a ambos les eran dados;
de la vida, inocente, ve lo bueno...
Montaban a Ana en un carretón de heno...

Los versos he acabado;
siento olor a café.
Su cuarto desolado...
puedo, aunque ya no esté,
verlo viendo a su lado
lo que nadie más ve...
Su madre, que es la mía,
llora noches y días.



Dos tazas en la mesa.
El arrepentimiento
verdadero así pesa...
Sincero pensamiento,
parco mi padre expresa.
¿Hablando de mi hermano?
Madre esconde sus manos.



Vuelvo y está su amago,
engañado o perdido;
¿será consuelo, o pago?
Está más atrevido...
De café un largo trago,
mi madre le ha servido.
Confundido por sombras
a la muerte descombra.

  • Autor: Dr. Correa (Offline Offline)
  • Publicado: 17 de septiembre de 2018 a las 00:04
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 26
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