Entonces la tarde se hizo atardecer.
El tiempo del sol había pasado,
sus reflejos abrazaban la noche
de maneras urgentes.
Impetuoso ocaso de mar
Y como si fuera una fuerza indomable,
aparecieron las lágrimas de plata,
que también son las lágrimas
que la vida cuelga
del techo del mundo en las noches,
que también son tristeza de estrellas
que se descuelgan del firmamento
y flotan apenas sobre el oleaje
en un paisaje irreal y solitario
que también son lagrimas saladas
porque el mar a veces se muda a los ojos
con un ardor en las mejillas.
Y después la soledad,
lo que pudiera haber sido
y el tal vez
clavado en mi costado
impiadoso
hiriente y despechado.
Y en esa huella de recuerdo,
irrumpe perverso lo que fue
y no debería haber sido
Irrumpe con la fuerza de la repetición
en la vigilia o en el desierto del insomnio
y entonces como antes, como ahora,
y tal vez como siempre
me refugio en el laberinto de las edades,
en los constelados lapsos
donde todo se detiene.
en la memoria selectiva,
y entonces las horas ya no sangran,
flotan como sargazos, quietas,
hacia un mar misterioso que no conozco
y entonces cuando eso sucede
cuando algunos dolores se van,
en los carruajes del recuerdo,
yo me asomo y veo el cielo nocturno
en calma, con las luces a lo lejos
colgadas en un terciopelo negro
y salgo de esta trinchera de silencio
a seguir estando, a seguir viviendo.
-Loco tiempo que vuelves sin permiso!
Carlos Brid
Derechos registrados
- Autor: Carlos Brid ( Offline)
- Publicado: 18 de septiembre de 2018 a las 19:48
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 51
- Usuarios favoritos de este poema: Diafana
Comentarios1
Muy bonito. Me encantan las estrellas
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