"No me puedo comer la carne de mi mujer" - Un cuento sólo para adultos con criterio

Hermes Antonio Varillas Labrador

“No me puedo comer la carne de mi mujer”

El siguiente relato entiendo perfectamente que se trata de un tema tabú, e incluso bastante desagradable para quienes no den crédito a tan inveterado vicio de la zoofilia entre la población varonil de las regiones del llano venezolano.

Esta muy poco honrosa anécdota la escuché de labios de un amigo, llamémosle José Pérez, para no dar, ni entrar en demasiados detalles de su identidad, (aspiro no se vaya a enemistar conmigo por hacer público algo que no es un secreto), y quien actualmente se te encuentra jubilado de su muy dedicada ocupación y oficio como bombero, llegando a ocupar el cargo de jefe del cuerpo en la ciudad de Barinas y en los años que le conocí, fueron muy excelentes las referencias y conceptos que escuché de su labor por parte del público y de diferentes fuentes y medios de comunicación en la región, e incluso puedo dar fe de su diligente forma de “gerenciar” al atender, dando la orden de una ambulancia en un traslado a mi señora madre desde la ciudad capital hasta la vecina población de Socopó, en una emergencia cuando le sobrevino un ACV, servicio y favor que no olvido.

La historia que narro viene a colación de una reunión en un encuentro de poetas en la población de Santa Rosa de Barinas cuando en los entretelones del evento charlábamos amenamente entre palos de aguardiente. Dicen que cualquier bebida espirituosa le hace perder el temor y hasta el pudor a cualquiera e incluso, hay un adagio en nuestro coloquio que reza: “todo niño o borracho siempre dice la verdad”, hasta dónde considerarlo un axioma, realmente no me atrevo a cometer tal tremendismo.

Contaba nuestro amigo de marras muy jocosamente que en sus años de director de bomberos fueron muchas las reuniones donde asistían representantes de todos los estados del país, y donde se realizaban, ya caída la noche, especie de veladas culturales, y en cierta ocasión le correspondió por suerte, hacer una narración de una anécdota de su vida a cada invitado a la velada, algo bastante común como forma de romper el hielo y lograr un ambiente de socialización en el grupo.

Sin embargo, a nuestro amigo le ocurría muy a menudo que no podía disimular su miedo escénico al momento de participar en una reunión con tan alto número de personalidades, lo cierto del caso es que, envalentonado con algunos tragos de la bebida pecaminosa, procedió así a contar su anécdota…

Eran sus años de mozo, y perdonen la distancia, en que en una oportunidad llegó de la calle a su humilde casa de habitación, por los lados de la rural comunidad del Polvero, y se sentó a la mesa pues era hora del almuerzo, y su familia ya se hallaba dispuesta a dar inicio a esta sagrada actividad de bendecir los alimentos y disponerse a comer.

Bastante extraño le pareció al amigo José Pérez que el menú no era lo acostumbrado, en esta ocasión la ración de comida iba acompañada de carne, cosa que no era muy común para una familia de muy bajos recursos, y de inmediato procedió a indagarle a su madre sobre esa exquisitez y privilegio. A lo que su progenitora muy bondadosamente procedió a explicarle que se trataba de la chiva que tenían en el patio.  

Tratando de disimular con una excusa muy propia de un chaval se incorporó de la mesa y se retiró hacia el patio. Al rato se integró y fingió un malestar estomacal y pérdida de apetito, y lo más cumbre del cuento es que tal dolencia se le prolongó por toda la semana en que estuvieron comiendo la carne del animal, en vida tan apreciado y que fue parte de las vivencias diarias de la familia.

Cuenta el amigo José que no sabía cómo lo iba a tomar el cuerpo de asistentes a la velada su narración, lo cierto es que se atrevió a soltar la explicación de su malestar que en cierta forma no era tan fingido, pues el argumento de no ingerir alimentos en esa semana, era sencillamente que no tenía corazón para comerse a la que fue por primera vez y por los casi cinco largos años que estuvo viva, su muy consentida mujer.

Pero el cuento no finaliza aquí, el dolor sobrevino por partida doble al enterarse que la chiva que era su adoración, en una conversación con su hermano mayor, al evocarla unas dos semanas después de su sacrificio, resulta que descubrió que la misma le estaba montando cachos.

De tales acontecimientos y para hacer un homenaje a la misma decidió dejarse crecer la chiva, la cual acariciaba en un gesto de nostalgia, y por supuesto, tal anécdota causó en el público bastante risa por lo ocurrente y la forma de contar la anécdota, tanto así que los colegas no le llamaron por su nombre a partir de esa velada, sino por el remoquete de la chiva loca.

 

Moraleja: Me atreví a contar esta historia de la vida real, pues deploro que sea parte de la cotidianidad e incluso difundido con gran orgullo por quienes dicen ser los representantes del folclore cuando realmente lo que hacen es un daño a la música al difundir temas que exaltan la aberrante práctica de la zoofilia con cualquier especie animal, y en especial, con las burras, “y dicen sentirse muy machotes”.

Recuerdo el pueril argumento de un militar retirado en un programa de radio donde era este servidor uno de los moderadores, tuvo el tupé de salir con una infame tesis que científicamente se comprobó que la relación con una burra es lo más higiénico que pueda el hombre disfrutar. Fin de mundo riposté en esa oportunidad. Será en las ciencias ocultas de superchería, brujería y demás prácticas del ocultismo. Qué clase de hombre puede “pavonerarse” y vanagloriarse ante una dama confesándole a manera de cortejo que tuvo relaciones con un animal, supongo que lo mínimo que pueda sentir una mujer es repugnancia hacia un sujeto de tal talante. 

Sirva la anterior anécdota como una reflexión que deseo aportar de forma humilde y sincera en mi condición de educador y guía espiritual. Se entiende que son vicios inveterados de una Venezuela rural, pero que debemos de forma muy educada y racional superar, la educación formal e informal, debe llamarnos a un cambio de paradigma y actitud, puede alguien evaluar este tipo de proceder como algo normal, sin embargo, es antinatura y va en contra de la racionalidad, dice una frase bíblica que adquiere mucho peso en este caso: “Cada oveja con su pareja”.

Nada más sublime y maravilloso que la relación íntima entre un hombre y una mujer, por supuesto, bajo los cánones normales, sin pedofilia, sin violación, sin orgías, sin pornografía o sin relaciones incestuosas.

Hermes Varillas Labrador

@tonypotosino

 

 

 

Imagen cortesía del portal: http://elestimulo.com/climax/debutar-en-el-sexo-con-una-burra/

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  • Autor: Poemas Potosinos (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 19 de septiembre de 2018 a las 08:04
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 29
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