[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]
Por Alberto JIMÉNEZ URE
El «etnomusicólogo» y flautista Virgilio Ferguson fue uno de los primeros hacedores de arte con quienes departí en Mérida, tras haberme residenciado en nuestra ciudad montañosa. Me persuadió formar parte de un exclusivo grupo de jóvenes [chicas y varones, 1975] que experimentaríamos un encuentro con extraterrestres, en el páramo «La Culata» del Sector Valle Grande. No le creí, pero me gustaba una de las muchachas. Por ello, acepté ser uno de los «elegidos»: para recibir a los aliens, atenderlos y aprender su idioma luego de un ceremonial con psilocibios. Debía depurar mi Ser Físico primero, prescindir de carnes o huevos, por el resto de mi existencia […]
-El filósofo José Manuel Briceño Guerrero dictará una conferencia sobre el «Nirvana» esta tarde, Albert –me informó-. Será en las instalaciones del Centro Experimental de Arte de la Universidad de Los Andes.
Fui a esa charla y me senté en primera fila. En el pódium estaban dos hombres con bigotes, pero sin barbas [que años después estigmatizaría, fundamentalmente, al profesor de Filosofía] a los cuales veía por primera vez: Briceño Guerrero y Alexis Silva, que se identificaron antes de comenzar hablar del Budismo. La asistencia fue numerosa. En Mérida crecía el interés por temas esotéricos, el ocultismo y las drogas alucinógenas entre los jóvenes universitarios. Silva era uno de los directivos de la Gran Fraternidad Universal que impartía conocimientos sobre el Yoga-Yoghismo, muy lucrativa porque incluía un concurrido restaurante vegetariano.
Los shramánicos Briceño Guerrero y Silva insistieron en la necesidad que todos los seres humanos aceptásemos el vegetarianismo. Decían que las carnes envenenaban el cuerpo y espíritu. Terminada la conferencia, permitieron preguntas. Fui el único que les hizo una:
-¿Han alcanzado ustedes el «Nirvana»? –en alta voz, pregunté ante un público expectante y silencioso.
Los ponentes se miraron. Ninguno quería responder. Pero, Briceño Guerrero instó a Silva.
-¡Sí, en ocasiones! –exclamó y produjo estupor en los presentes-. Se requiere de una gran preparación […] No comemos carnes, no ingerimos licores, ayunamos con frecuencia, somos célibes, ascetas.
Culminó el evento académico. Oscurecía. Salí de prisa hacia una famosa arepera, ubicada en la Avenida 03. Allá me esperaba el estudiante de arquitectura Juanín Astorga, para comer y conversar sobre los efectos místicos del hongo alucinógeno [abundante en el Sector Valle Grande, donde había potreros] Cenamos y bebimos varias cervezas. Nos despedimos poco antes de la medianoche y caminé, de prisa, hacia el edificio céntrico en cuya azotea tenía alquilado un anexo. Pasé por entre quioscos móviles que vendían hamburguesas. Aun cuando estaban tenuemente iluminados, creí ver a uno de los conferencistas comer –con fervor- dos a la vez. Lucía muy desesperado. Fui perseguido por el sujeto mientras yo aceleraba mi paso. Pero, logró alcanzarme en el Viaducto «Campo Elías». Era Alexis Silva. Consternado, me suplicaba:
-¡No le digas a nadie, por favor! […]
-¿Qué no debo decir, amigo? –indagué, muy sorprendido, mirándole su intimidante rostro. La salsa de tomate de una hamburguesa le chorreaba por sus labios.
-No comentes que me viste consumir carne: por favor, por favor, por favor […] Te recuerdo, estuviste hoy en nuestra conferencia sobre el Budismo. Si narras lo sucedido, perjudicarás nuestro negocio.
-Cálmate, siento sueño: iré a dormir. No es mi problema, no divulgaré nada. Disfruta –tranquilamente- tu alimento.
- Autor: DEMÓDOCO ( Offline)
- Publicado: 1 de octubre de 2018 a las 07:57
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 12
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