En la plaza del pubis, la galaxia.
Mi madre abre el templo
y el incienso abisma la flecha
que tienta la ventana.
En criatura me deslizo
sobre una roca, desangro
el caballo de la infancia.
Relieve de fracasos,
en púrpura renacentista:
el poro sobrevuela
el tapiz de lanzas
que se hunden en mi entraña.
Soy la centinela,
amamanto lo raro,
copio versos que cuelgan
junto al atrapa moscas de la sala.
Aprieto la cuerda, saco la lengua
y campaneo con la úvula.
Mi pubis bíblico de adolescente
entrechocaba la nuez del diablo
y producía milagros:
el pez al servicio de la agalla,
respiraba, torcía la costura,
se hacía único.
Sobre la colina la nube
me redondea el vientre,
es mi hija que cae
al amanecer de un verano
en la boca del potro salvaje,
donde desclavo el anzuelo
y ajusto una perla.
Qué rápido pasó la treintena,
el nocturno tumulto del banderín
cambia el rostro
repleto de tachaduras
por uno menos triste.
Está por caer la noche,
se fue mi padre,
han partido los abuelos,
mis hermanos se asustan
cuando mi madre no me
reconoce anciana.
Tan lejos como un agujero negro
serpenteo el infinito golpeada
por desperdicios terrenales.
Necesito diez mil años,
setecientos caballos veloces
para cumplir la tarea y
me entro a golpes, quiebro
el bochorno de no hacer nada,
me sacude un temblorcillo
como si fuese una fiera
que comiese migajas.
Desapareceré en esta década,
con mi última peineta
de malos dientes
no tuve y no gasté dinero
en cremas, dietas, tintes,
sellos de correo,
zapatillas ata tobillo
para turbulencias poéticas
como cualquier payasa en retiro
no entro al Circo,
no tengo reposo con la maldita angustia
que centellea, llama al orden
cuando espanto al usurero de islas,
al galerista capado,
al ambicioso cobrador
de moralidad,
al académico de bolsillo,
me es indiferente la Corte,
la testosterona y su destino fálico,
la crítica,
la autofagia,
el canibalismo.
He desbaratado cualquier trama
que me lleve a la cumbre
como un boomerang australiano
regreso a la niña descalza,
a la letrina del patio,
regreso a su espalda,
al primitivo encanto
del sexo
con más ardor
que una abeja
sobre el suicida
que salta.
Aunque quisieran
no encontrarán el hilo
de mi conversación con las vacas
fumo manuscritos
doblo papelillos y
hago filtros con sentencias,
mal arenada
como rosa del desierto
en un breviario cabalístico
donde caen ecuaciones
que descienden del vapor
al hueco miserable de mi mano
y de ahí a la raíz
la raíz, la raíz de mi planta
nunca tuvo tierra,
sobre un algodón húmedo
muestro raicillas
y dos semillas pálidas
son mis ovarios carbonizados
que no ayudan a matarme.
Pesa la vejez,
pesa el astro que fuimos
la coja encorvada
amarillosa y maloliente anciana
que deambula sin sombra
en un paisaje nórdico.
Rezad por mí
que tanto he olvidado
rezad en cada tercera línea,
frente a la aldaba equivocada,
estoy parada a contra viento
para que lleguen a tocarme.
- Autor: Margarita García Alonso ( Offline)
- Publicado: 8 de octubre de 2018 a las 07:43
- Comentario del autor sobre el poema: del Breviario de margaritas, 2013
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 68
- Usuarios favoritos de este poema: El Silente Vagabundo
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