QUIERO QUE VAYAS A MIRAFLORES Y DIGAS QUE ESTOY ACCIDENTADO EN NIRGUA (1979)

DEMÓDOCO

 

[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]

 

Por Alberto JIMÉNEZ URE

 

Era casi mediodía. Estaba con mi pareja en «Santa Rosa de Lima», Caracas. Escribía un artículo que llevaría al diario El Nacional [Puente Nuevo a Puerto Escondido] El Presidente Luis Herrera Campíns comenzaba su mandato. Recibí una llamada del escritor, abogado y amigo barquisimetano Teódulo López Meléndez.

-Albert, por favor –me dijo en tono autoritario, malhumorado y con su severa [de barítono] voz-. Tienes que ir, de inmediato, al Palacio de Miraflores e informar allá que me accidenté en Nirgua [Estado Yaracuy-Venezuela] cuando iba hacia Caracas: asumiré el cargo de «Vice Ministro de la Cultura». Luis me espera para juramentarme. Me notificó y decidí viajar con mi vehículo […]

-Pero, Teódulo –inferí-. ¿A quién debo transmitir tu mensaje?

-¡A cualquiera que esté ahí: no me jodas con eso […] Dile a un portero, a los soldados que custodian el Palacio. Que me busquen en un auto del gobierno. Ya dejé mi «cacharro» en el galpón de un mecánico. No tomaré un bus maltratador!

-Es absurdo, no te arreches. Contrata un taxi para que te deje frente al Palacio de Miraflores. Estoy seguro que el viaje lo pagará la Presidencia de la República.

-¡Qué vaina contigo, lo haré!

Durante el resto de ese día no supe nada más de López Meléndez. A la mañana siguiente, escuché que alguien gritaba –fortísimo- mi nombre desde el ascensor del edificio:

-¡Albert, Albert, Albert […] ¿En cuál piso estás?

Era Teódulo. Salí del apartamento. Él detenía el claustromóvil en cada piso, mientras yo lo esperaba en el pasillo del 05. Nos reunimos, almorzamos y luego lo llevé hacia la sede del diario El Nacional. Le presenté a Don Julio Barroeta Lara quien, amablemente, pautó que algún periodista lo entrevistara los próximos días.

Salidos de ahí y fuimos al despacho de Juan Liscano, en «Monte Ávila Editores». Teódulo se mostró soberbio ante ni honorable amigo.

-¡Quiero que me publiquen un libro rápidamente aquí, sin trabas de ninguna clase! –exclamó ante la perplejidad de Liscano.

-Déjeme los originales –musitó el poeta, con afabilidad-. No tiene por qué preocuparse  […]

Ese encuentro no fue grato. Cuando López Meléndez se adelantó y salió,  Juan me susurró al oído que Teódulo era muy desagradable.

Cada cual regresó a su hospedaje. Al novísimo Vice Ministro de la Cultura el gobierno le pagaba las cuentas en un hotel.

No habían transcurrido dos semanas cuando Liscano me llamó al audivofonovocal. Me invitaba ir con él a una actividad cultural programada en la «Casa Rómulo Gallegos»  [Avenida «Luis Roche», Altamira], y donde el Presidente de Venezuela daría una «clase magistral» sobre la vida y obra del famoso novelista venezolano.

Arribamos y pronto vimos al Vice-Ministro Teódulo López Meléndez. Liscano me dejó con él y se dispersó, para saludar a personalidades presentes. Le reproché a López Meléndez sus declaraciones [calientes] publicadas en El Nacional, donde afirmaba «que al Presidente no le interesaba fomentar la Cultura». Todavía estaban sin presupuesto.

-No tiene dos meses en funciones –espeté-. Eres muy impaciente. Lo habrás enfadado.

Herrera Campins irrumpió en el recinto y se paró frente a nosotros, para saludarnos pero igual reclamarle a Teódulo su desfachatez contra el gobierno del cual formaba parte.

-Les daré presupuesto, Teódulo –explicó el mandatario-. Comenzamos hace poco, no tienes paciencia. Cálmate, eres una persona inteligente y admirable: puedes ser un hombre notable […]

-¡No me reclames un coño, güevón! -fue la respuesta de Teódulo.

El Presidente Herrera Campíns decidió enviar a López Meléndez a Portugal. Lo nombró «Ministro Consejero» de la Embajada de Venezuela. Empero, allá tampoco permaneció mucho tiempo porque golpeó al embajador. Lo perdonó por última vez, según me confidenció el propio Teódulo. Fue nombrado «Agregado Cultural» en Argentina y después lo invistió como «Ministro Plenipotenciario, Encargado de Negocios, de Venezuela» en Italia. Fue un indiscutible acierto del primer magistrado. Finalmente, mi amigo desarrollaría su portentoso talento literario sin dejar de ser pendenciero.

-«Soy el intelectual venezolano con la leyenda negra más grande»  –me dijo la última vez que bebimos licor juntos, en la Urbanización Sebucán, donde me mostró el «Studebaker» del ya fallecido Presidente de la República que le toleró lo que nadie.

 

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  • Autor: DEMÓDOCO (Offline Offline)
  • Publicado: 12 de octubre de 2018 a las 09:27
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 55
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