Ninguna
Las sombras de la noche y los vahos del Garona
abrazaban por igual
las cónicas siluetas de los cipreses vecinos.
La luna bordelesa jugando al escondite
dejaba ver las trompas de gruesos nubarrones
que amenazaban la calma de aquel lugar embrujado.
Búhos de suave toca, como soldados perfectos
vigilaban los contornos con aleteos demoníacos
y zarabandas sarcásticas.
Con esa prisa nerviosa que lo caracterizaba,
aquel pintor fracasado violentó la sepultura,
retiró lo que buscaba
y otra vez puso la losa en su lugar definitivo.
Sus melenas como ríos
dejaban ver sólo el brillo de unos ojos desorbitados,
centelleantes y febriles, en la penumbra siniestra.
Envolvió la calavera en los pliegues de su capa
y salió del cementerio
con paso sigiloso como cualquier delincuente.
Miró extasiado el recio cráneo,
que desde sus cuencas vacías le recordaba impertérrito
una mirada poderosa y una inteligencia genial.
Ya en su casa dejó el macabro despojo
sobre una antigua y rudimentaria mesa
atestada de pinceles y de pinturas baratas.
Pero a pesar de los días
aquella ruda osamenta no propició el milagro
tan locamente anhelado
por el excéntrico y mediocre personaje.
Poco a poco la envidia remplazó a la devoción
y un odio sin fronteras fue surgiendo
como una hoguera infinita
contra el macizo cráneo.
Tres estudiantes amigos del derrotado rival
partieron todo en pedazos para la investigación
como si sólo fuera una cabeza de toro.
Supo el río del cansancio inevitable
que producen los objetos nada o poco merecidos,
mientras llevaba sus restos hacia el océano Atlántico.
- Autor: 000 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 25 de octubre de 2018 a las 20:26
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 21
- Usuarios favoritos de este poema: Raquelinamor, Hugo Emilio Ocanto
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