Sueño de este ebrio.  

Sueño de este ebrio.  

Como siempre me encontraba justo partiendo a ningún lado, nómada de ciudad moderna.

 Inundando una vez más de alcohol mi amargo y cirrótico desierto.

Me punza aún la entraña perforada, mi entraña más salada.

Porque al fin se seca la esperanza, rebanada de luz agria.

En el mar de mis despojos encuentro el horizonte y en el observo una torre erigida con besos negados y cenizas.

Una sirena morena cuyos ojos negros atormentan desde entonces muchos de mis pensamientos y mis letras.

Quisiera ser una fisura en tu estructura, la más pura y dulce duna  de piel sagrada.

Recuerdo tu canto de Neruda, inconmensurable y piadoso intento por sanar el alma de este cuervo sin alas y con el pico lleno de marcas.

Y claro que sabes que arden estos labios por la falta de los tuyos.

Que hormiguean estos labios por la espera sin sentido.

Como ardía la sangre de tus antepasados gitanos.

Como hormigueaban las piernas de ellas con la guitarra flamenca y con el canto.

Y claro que deseo tu cuerpo, arquitectura perfecta que labró un titán en la luna de mayo por eso dejó tatuada su runa y el aroma de la primavera en tu cintura.

Sé que reconoces mis callados anhelos y que mientras siga tus huellas jugaremos a ignorarlos.

Descuide, sé también, que las reinas merecen reyes, no un solitario salido  de rayuela,  desahuciado por la melancolía y el pasado, no un borracho herido perpetuo.

 Para mí sólo queda la contemplación y el cosquilleo frío en las piernas, encontrarla desnuda sólo en su profunda mirada o la imaginación,  fuertísimos pálpitos de mi corazón que rebotan y punzan hasta mi más lejano rincón y tratar de seguir simulando la silueta de sonrisa que  adorna mi cara cuando te veo.