Ninguna
No envidio a Pedro González Telmo
por haber sido deán en la catedral de Palencia.
¿Por qué tendría que envidiarlo?
Dice la leyenda que fue mundano,
desenvuelto y vanidoso
hasta que su caballo lo tendió en el barrizal
por picarle las espuelas
cuando quiso impresionar al respetable
en la ceremonia de su nombramiento.
Tampoco voy a envidiarlo porque fue
director espiritual de los ejércitos cristianos
que marchaban sobre Córdoba.
Menos aún
por ser depositario de los pecados reales
cuando era confesor privado de Fernando el Santo.
Ni lo envidio por haber vivido
en el majestuoso y criticado Medioevo,
o haber sido apóstol y predicador ferviente
en la gesta oscurantista de su época.
Comienzo a envidiarlo sí, cuando sus pies
llegaron a Cantabria y a Galicia,
volviéndose inspirador y consejero
de los gremios y cofradías marineras
que empezaban a pulular sobre las costas
de todo el norte de España.
Quisiera como él, vivir hasta después de muerto
en el recuerdo de los hombres que luchan con el mar.
Que resuene mi nombre entre las olas
y en las conversaciones que surgen en los puertos.
Que todos los barcos, grandes y no grandes,
me adopten como patrón entrañable,
para que así, la santa envidia que me ahoga
muera en noches de tormenta
cuando escuche a los marinos gritar,
mientras miran los penachos luminosos:
¡Fuego de Verano! ¡Fuego de Verano!
- Autor: 000 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 5 de noviembre de 2018 a las 11:53
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 11
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