Empecé a quererte en un sueño,
así, como nos han dicho siempre
que comienza el amor, como cuentan
los cuentos, como dicen los poemas.
Continué por buscarte en mis recuerdos,
por si acaso, ya habitabas ahí,
todo fue tan natural que podría jurarte,
que nos conocimos siendo niños…
Fue tanta la esperanza que sembraste
que el tiempo ya solo supo bailar a tu ritmo,
acelerando con tus alegrías y tus risas,
parando en seco al acercarse a tu tristeza.
No tuve excusa, ni más remedio
que entregarte el alma entera,
hipotecando a tu nombre
el resto de mi felicidad y mis nostalgias…
Y esperar silente y taciturno
a que tú quisieras aceptarlas,
para curarme el mal de inviernos
y los monstruos de la infancia…
Para vivir en tu primavera
y poder ponerle al fin, nombre propio
a cada instante entre tus piernas,
o para morir si me los niegas…
Terminé por aceptar la derrota,
supe que tu amor ya no me mataría
el día que te fuiste y mi reloj, sin cuerda,
por fin recuperó el camino y la cordura…
Me quedé cercano a tu recuerdo
para esperar algún otro milagro,
para poder dar al mundo la primicia,
cuando enloquezca de nuevo el tiempo…
Cuando se abra de nuevo el paraíso,
cuando existan otros instantes
con su propio nombre, aunque ya no sean
entre tus piernas, ni entre tus manos.
Para poder saber, si esa nueva historia
es la de un amor tan puro como el tuyo,
para saber si ese nuevo amor comienza
como cuentan los cuentos, como dicen los versos…
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