La danza de la lluvia

Joseponce1978

Cuando a finales de verano vino a verme desde Estados Unidos mi amigo Mamut Acorralado, último miembro de la tribu cherokee, que acudió presto a mi angustiosa llamada, en la que le pedí que si podía enmendar la situación de extrema sequía a la que nos veíamos abocados desde hacía más de un año, jamás pensé que sus actos iban a tener un resutado tan inmediato y efectivo.

Lo primero que hicimos, una vez lo hube ayudado a colocar su ligero equipaje en la cabaña, fue hablar largo y tendido de como nos iba la vida, pues habían transcurrido ya algunos años desde nuestro anterior encuentro. Me comentó que ya nada era como en los viejos tiempos, cuando la pequeña isla de Manhattan era territorio exclusivo de su clan, hasta que un día llegó un grupo de yankees armados y los embaucaron, asegurándoles que si les cedían sus tierras para construir rascacielos, les darían a cada uno un ático en el Empire State. En un principio, el jefe de la tribu, Toro Expropiado, se negó tajantemente, pero ante las amenazas de aquellos invasores desalmados de agujerearles la cabellera si no accedían a su petición, se vieron obligados a aceptar. Lo único positivo de la situación, me decía, es que al estar ubicados en una atalaya tan alta, sus señales de humo podían ser vistas a miles de kilómetros de distancia, pero desde lo de las torres gemelas, ni eso les permitían hacer para evitar que cundiera el pánico en la ciudad. Antes de quitar la estatua de Cristóbal colón, insistía, podían retirar sus moles de acero y cemento, en las que Cóndor Pasajero se estrelló, y devolvernos nuestras tierras vírgenes. Tras unas palabras de ánimo por mi parte ante su tristeza derrotista, pasé a hacer mi petición. El motivo principal que me empujó a reclamar su presencia por estos pagos, fue para pedirle que si podía hacer el favor de bailar unos pasos de la danza de la lluvia en el umbral de la cueva del compadre y así revertir la situación de aridez que nos estaba asfixiando. Mientras subíamos a la cueva lo noté un tanto melancólico, ya que aseguraba que estas tierras montañosas le traían recuerdos del hábitat donde se crió, contestándole yo que podía permanecer aquí todo el tiempo que quisiera, pues no era necesario ni decirle que mi choza era su tienda. Tan al pie de la letra se tomó mi ofrecimiento, que se instaló aquí más de dos meses, durante los cuales subimos casi todos los días a invocar la lluvia, pues entre la tendencia a llover cada vez menos y entre las avionetas que rompen las nubes, iban a ser necesarias varias sesiones intensivas de su danza mágica, y mucho se iba a tener que esmerar para conseguir dal un vuelco a la situación. Cuando se colocaba su penacho de plumas, agarraba el báculo e iniciaba su coreografía, un tanto esperpéntica, todo sea dicho, compuesta por saltos y piruetas circenses, acompañados por sonidos guturales lanzados al cielo, que le eran devueltos por el eco de la cueva, yo lo miraba un tanto incrédulo, pero algunas lluvias dispersas caídas al poco de comenzar con sus ceremoniosos rituales, me ayudaron a aferrarme a un hilo de esperanza, pues tenía muchas dudas sobre la efectividad de su método. Hacía ya mucho que me había resignado a ser tragado por el desierto. Hace una semana, antes de subir al avión que lo llevó de regreso a casa, le pedí que en la última danza se esmerase todo lo posible, y él obedeció realizando una triple sesión para rematar la faena. Al terminar, me aseguró que era suficiente como para atraer tantas nubes, que garantizarían una primavera fructífera y limpiarían la atmósfera de espíritus malignos. Y vaya que si lo ha conseguido, llevamos 4 días en los que no ha parado de llover ni se ve un claro entre las nubes que haga prever que esto vaya a remitir. Acabo de llamar a Mamut Acorralado para pedirle que venga otra vez a contrarrestar esta humedad con la danza del arcoíris y se traiga un par de canoas.

  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 17 de noviembre de 2018 a las 07:36
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 20
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