No somos tumba,
cripta ni camposanto.
Somos rama, somos nube,
ola, lluvia,
sol a media tarde
canto de madrugada
el oxígeno, que aún no nos falta.
No lloremos. Celebremos,
en la mesa, en la palabra,
en la faena, en la vida cotidiana,
la dicha de tener recuerdos vivos,
de aquellos que hoy
ya no están aquí,
y tanto quisimos.
Abracemos su ausencia,
con amor, con emoción,
con gratitud...
Bebamos una copa a su salud.
A nuestros muertos,
fieles y difuntos,
elevemos la mirada,
y digamos su nombre
con voz alta y sosegada.
Que su partida es una ceremonia
para decirle a la muerte
nuestro sentimiento más grande
e impotente:
“el de reproche”,
con tristeza y llorar
por el temor
de no volverlos a mirar.
Porque aquel día de su partida
llegamos tarde,
y ya no les pudimos abrazar
en serenidad,
y decir que los quisimos
tanto como a nosotros mismos.
A ellos:
al padre, al abuelo
al amigo, a los primos,
a los tíos y conocidos,
que fueron viejos entrañables,
compañeros de tertulias
con quien charlamos a obscuras,
de los labores y sinsabores,
de los triunfos, de las sombras
de las querencias,
y también de las impotencias.
Pero el consuelo queda,
que bebimos con ellos,
comimos sin rencores,
y en cada suspiro
ahora les llevamos flores.
Porque ahora ya no son carne
pero son universo, aire,
el camino que nos cuida
de vuelta a casa,
el motivo de nuestro canto
a altas horas de la madrugada.
Y a la muerte hacemos
unas cuantas preguntas:
“¿Por qué a ellos?
¿En dónde están?,
¿Por qué tanto silencio?
¿Por qué, si eran tan buenos?”
Y seguimos viviendo
aunque sin ellos, hay motivos para dudarlo
y no querer hacerlo.
Pero damos gracias,
y apostamos por vivir todavía.
En palabras sencillas y al natural:
“tan siquiera un poco más”.
Porque nada se crea ni se destruye,
solo se transmuta,
tan claro así
que la materia que ayer caminaba
hoy está convertida en melancolía,
en una casa que sigue vacía
pero habitante de una sonrisa
que tiene vida.
Y así será con nuestros difuntos
mientras existan en la memoria
de cualquiera que los recuerda
con lágrimas y risas,
con vida, con ausencia,
con su fotografía en un altar,
y nada más.
Y como aquellos,
en un camino de arrieros
andamos,
todos los que nos llamamos humanos.
Por eso,
¡A vivir!,
¡A recordar con felicidad!,
¡A los difuntos que extrañamos tanto!,
¡A nuestros muertos que amamos tanto!
que, al fin y al cabo,
nos iremos encontrando.
- Autor: ANGÉLICA CONTRERAS (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 22 de noviembre de 2018 a las 16:13
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 22
- Usuarios favoritos de este poema: Dolores Luna. ☾ (Anna) ., kavanarudén
Comentarios2
Si, a vivir mientras se pueda.
Preciosas letras aunque tristes, reales y sensibles.
Por eso,
¡A vivir!,
¡A recordar con felicidad!,
¡A los difuntos que extrañamos tanto!,
¡A nuestros muertos que amamos tanto!
que, al fin y al cabo,
nos iremos encontrando.
Muy bueno y real !
Saludos.
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