Ninguna
A mil kilómetros del mar y rodeado
por un laberinto de caprichosas montañas,
murió el capitán Madero, sabio pero testarudo,
navegante sin tacha y valiente como pocos.
Parece que la escapatoria fue imposible
porque las legiones enemigas,
que conocían mejor los intrincados pasadizos,
decidieron por sorpresa iniciar la represalia,
respaldadas por la inclemencia del tiempo
y la traición de algunos que cultivaban la envidia
contra el más grande y generoso aventurero.
En medio del hambre, las plagas y las fieras,
el capitán Madero se batió como un león
arengando, mientras blandía su espada,
a la exigua tripulación, que aún fiel
lo seguía con un fervor callado.
En la playa, lejos de los acontecimientos,
los barcos esperaban, tostados por el sol,
el regreso triunfal y seguro de su comandante.
Pero los astros sabían que el capitán Madero
no volvería jamás hasta el alcázar,
porque inerte junto al río que lo acompañaba,
yacía como tronco mancornado entre las rocas.
Qué desgracia para el bravo lobo de mar
que conoció tantos tifones
y más lunas que amores
en lejanos países orientales,
morir traspasado por flechas asesinas
en un sitio alejado de la corriente histórica,
en vez de hacerlo entre tormentas oceánicas,
amortajado por las olas incesantes
que no dan tregua jamás.
El capitán Madero,
una vez visto como rey en su litera de oro,
duerme ahora deshecho bajo la hojarasca
de una selva inhóspita y extraña;
no volverá ni en sueños a su patria ultramarina.
Sus barcos, reclinados en la arena
como delfines enfermos, solitarios se hallan
en la inmensidad de la vida y de la muerte.
Nada ni nadie atestiguará sus pasos
por esta tierra fértil de América.
Naves y hombres, llegados de muy lejos
sobre el dorso del agua y de la oscuridad,
conformaron la flota del desdichado Madero.
Qué apagadas están hoy las órdenes
lanzadas sobre cubierta por su voz de trueno.
Qué vagos sus ecos, prolongados y tozudos
como las estrellas que alumbraron sus andanzas.
Su cuaderno de bitácora, maltrecho
viene y se va sobre las crestas dolidas
de unas aguas maltratadas por los rayos y los vientos.
El puñado de caballeros que lo acompañaba
(verdaderos caballeros de fortuna),
sucumbió también, como era obvio,
entre las lianas traicioneras de la manigua.
¿Qué dios cruel los incitó a penetrar
hasta el corazón de las montañas insidiosas?
Si hubiesen continuado en el mar
como hasta entonces, ni dormido ni despierto
sería incontenible mi llanto solidario.
¿Qué pasó con su destreza, capitán Madero,
que no intuyó siquiera la inminencia de su muerte,
y la no menos triste de su tripulación?...
Hoy el mar sería distinto:
más hermoso y menos insensible.
¿Cómo no vio más dulce el rumor de las aguas
con su magia de cantos y sirenas,
que el ladino y silencioso reptar de la serpiente?...
¿Cómo no escogió mirar la estrella polar
rodeada por su séquito en el imperio cósmico,
a sufrir las asechanzas del tigre y los arácnidos?...
Nada qué hacer, mi capitán Madero,
todo está consumado.
Ése fue el más grave de todos sus errores.
Mejor será que duerma
como un cóndor en la soledad de su picacho,
mientras sigo soñando y navegando
por esos mares que usted dejara un día
sin pensar en sus hombres ni en sus barcos.
- Autor: 000 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 8 de diciembre de 2018 a las 10:32
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 17
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa
Comentarios2
Pocos tiene la fortuna de saber cual es su hora.
Un afectuoso saludo poeta
Gracias Tokki. Recibe mi cordial saludo.
Estimado Verano Brisas el genial tu romance sobre el Capitan Moreno.
Un placer visitar tu poesía.
Saludos de amistad.
El Hombre de la Rosa
Gracias Críspulo por tu "moreno" comentario sobre el Capitán Madero.
Recibe un cordial saludo.
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