Un día apareció.
No era raro ir por la ciudad y que se me enredara en alguna canción,
podía ser Sol y hasta ése viento que se te enreda en la camisa,
la extrañabas con sólo voltear, tenía tanta ternura en la mirada,
que con un guiño, el cielo como un niño, paraba de llorar.
La miraba atónito,
como se lee un buen libro,
como se mira al techo los días de soledad,
su magia te llenaba el pecho,
quería grabarme sus gestos, prestarle mis restos,
tatuarme su paz.
No hablaba mucho, pero tenía un silencio delirante,
no había tiempo para parpadear
porque podías perderte como salivaba, movía sus labios y dejaba ver sus dientes, o
podías no precisar el momento en que distraída se peinaba por detrás de las orejas y arrugaba un poco más la frente,
o la fortuna de verle descalza y despeinada hablando de lo estúpida que es la gente,
un monólogo de vida en su pijama y de flores en su vientre.
Nunca me habían mirado con ojos de cristal,
nunca había dejado a un lado lo cobarde,
tomar el tren para verle,
esperarla bajar, era como esperar que me salve, un partido de de fútbol el Domingo a la tarde,
eclipsó mis vicios, llenó mis madrugadas, venció mis miedos, peleó a capa y espada.
Nunca supe dar un paso y tuve que correr,
nunca nadie antes me secó las lagrimas por dentro,
nunca supe que decir a la cama sobre piernas mojadas,
sobre el aliento en la piel,
que bonitas las personas que te hacen ir más lento.
Un día desapareció
No era raro ir por la ciudad y no ser
sino, los restos de una canción desafinada,
podía ser penumbra y no había aire que te rozara la espalda.
Le extrañabas con sólo respirar, el cielo lloraba de más,
nadie apagaba aquél Inv(f)ierno.
La recordaba impaciente,
cómo rompiendo las ganas,
cómo se toca en la distancia,
desecho el pecho, sabía doler,
le aprendí de memoria,
y ella no supo volver,
entonces nadaba en los escombros,
con su sonrisa tatuada.
Silencios que duelen,
su recuerdo no permitía espabilar,
la suerte en su cara,
la vida en sus piernas,
las flores marchitas sin su vientre.
Nunca me miró con esos ojos soledad,
desnudó mi cobardía,
por eso no volví a tomar el tren
y “Es domingo y no hay balones que me den el aire que me falta.”
multiplicó mis vicios, vació mis madrugadas, mis miedos hicieron anarquía,
y ella, como todo lo vívido, me dejo su resaca.
Nunca supe que paso dar y tropecé,
nunca nadie hizo llover por dentro,
no supe que decir a la ventana sobre noches vacías,
sobre tocarse con el alba.
Ahora está la prisa y yo gris como empecé.
- Autor: Casta (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 23 de enero de 2019 a las 23:18
- Categoría: Amor
- Lecturas: 53
- Usuarios favoritos de este poema: Viento de amor, Alberto Diago
Comentarios1
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