Un poema es una flor
que se acaba de cortar.
Su fragancia es efímera.
Esta civilización que nos da casa
y comida esculpe su epitafio
sobre dos obeliscos:
Uno habla de Eros, otro deTánatos.
Uno describe jeroglíficos de luz y
de esplendor, el otro compensa las
mieles con noche y ocaso.
Uno cuenta historias de leyenda y
triunfo, del poder de la voluntad
y la grandeza del Hombre, el otro
ilustra la magnánima estulticia de
que este puede hacer gala.
Rompamos los desfiladeros que
impiden el curso de las aguas de
esos vergeles marchitos por el
agosto de la carencia.
Abramos todos los diques que contienen
los miedos al miedo, inundemos nuestras
bocas de clorofila malva hasta refrescar
el aliento que como vela nos impulse.
Que toda el agua que venga de los
mares llenen todas las bocas sedientas
de rojo atardecer y puestas de largo.
Acabemos con esos soles abrasadores
que solo persiguen el yermo de nuestros
úteros y la sal del que se arrastra.
Cambiemos los calendarios, las fiestas de
guardar, demos la espalda a religiones que
nos cuentan sobre dioses que no existieron.
Maldigamos la cobardía que se arropa
en una masa inocente para derramar
su frustración de negra sangre sobre
vertederos que no lo son.
Pongamos margaritas en vez de balas
en los dedos del que escribe bajo la
parra de lo invisible.
Hagámoslo antes que la alarma suene.
Comentarios1
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