Perorata existencial

Perorata existencial

Ya he conmensurado la insignificancia del individuo entre la masa, y a su vez, la insignificancia de esta entre la incógnita medida final del universo; ya he transitado los dominios de la desazón suprema, que queda al aceptar que es incierto el origen y fin último de la existencia; he admitido esa falencia y me he rehusado a llamarla Dios. Ya me he inmolado en estados de ánimo, he probado todo el compendio sensorial posible, he abarcado todo lo que considero mío. He aprehendido la humanidad ajena, la he transfigurado, deformado, amansado, para idolatrar en últimas a una idea; pero también he matado la idea.

He ejercido los excesos que aprueba mi moral, únicamente sostenida por la lógica, la justicia y la empatía, en ese orden; en consecuencia, he comprendido mi valía y mi significancia, pero también mis límites y fronteras, y en ellos concebí "El absurdo", "La nausea" y el mal del siglo; que he expresado en el noble acto de renunciar a la razón: la poesía, la música, el arte. He puesto en la ciencia más pura mi esperanza, para acabar discurriendo con la resignación, pues encontré en ella un camino intransitable, siempre insaciado, inacabado, estéril.

En últimas... me he hallado libre, y frente a todo pronóstico: funcional; no he descubierto nada nuevo, nada que todos ya no sepan, pero al menos lo hice por el camino difícil, el de la experiencia, que aviva la humanidad de los hombres. ¡Que satisfacción! ¡Ambrosía! Y es que no se puede ser más feliz que el que comprende que vale lo mismo el esfuerzo de toda la raza humana, que un electrón del átomo de oxígeno que respiro ahora; pero que comprende también, que vale más el estado transitorio de la insignificancia que la profundidad incierta de la nada, a donde, de forma irrevocable, todo lo que vive converge.