En un rincón del paisaje

andrea barbaranelli

Está casi escondido en un rincón apartado del paisaje

donde la luz que llega de través hace resaltar

solo las manos, que empuñan la azada,

y el sombrero de cuero, bajado sobre la frente y las orejas.

Doblado hacia adelante, trabaja la viña en el valle repartido

en pequeños campos salpicados de cabañas y casas;

en el fondo, muy lejos, la ciudad encerrada

entre muros altísimos de los que sobresalen chimeneas y tejados.

Está casi escondido atrás de una hilera de vides

desde donde no puede ver, ni siquiera levantando la cabeza,

lo que está pasando en la colina

en primer plano para nosotros

que estamos delante del cuadro, fuera del cuadro y de su tiempo,

en el salón del museo.

Si levantara la cabeza, atraído por las voces

que desde arriba llegan hasta él

y, dejando la viña, se trepara por el camino en subida,

si tuviera la curiosidad y la constancia de llegar hasta la cima,

a pesar del calor y del polvo,

se encontraría delante de la escena ya consumida del suplicio

de tres malechores colgando de tres cruces de madera.

Nosotros que estamos fuera del cuadro

reconocemos inmediatamente la escena, y sabemos

que es otra vez y como siempre la escena

de la crucifixión de Jesús en el monte Calvario,

repetida miles y miles de veces

en mosaicos miniaturas frescos y lienzos,

pero ese viñador que, si de pronto lo agarra

la curiosidad de saber, estará llegando jadeante

a la meseta ya abandonada por el gentío,

con aún en una mano la azada, levantando con la otra

la visera de la gorra

sobre la frente sudada, ni lejanamente sospecha

de encontrarse de pura casualidad incluído

en una escena que se volvería

la escena central de nuestra historia como la contamos

en esta parte occidental del mundo.

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