Las noches paralelas

andrea barbaranelli

El callado poder de los espejos.

Las promesas de la luz. El gesto

inesperado de la criatura que despedaza

el previsible destino de los padres.

Ya no estás en el silencio. Grita, herida,

la luz del día.

No estás en el silencio de las aguas

ni en el silencio del espejo que instantánea-

mente deshace la pesantez del cuerpo.

La ciudad se fragmenta en las esquinas.

Atrás de cada puerta

hay una fuga nocturna de puertas.

Así edificaste tu ciudad. ¿Hacia dónde

llevan las calles que entornas con sigilo?

Así fabricaste tu casa: paredes y techos

en la múltiple eternidad del espacio repetido.

Así te construíste a ti mismo: cuerpo

asomando a la luz que lo congela

en el instante asediado entre dos vértigos.

¿De quién es la mano que hace gestos

desde la orilla de otro cuerpo? Grito

sin respuesta, la mano

delante de tus ojos. En el viento

la ves bajar, subir y bajar

según el subir y bajar de las olas.

 

Estás entre dos noches paralelas,

sentado en un tren en marcha

hacia una estación donde nadie te espera,

indiferente a lo que te depara el paisaje,

pero a la estación de destino tendrás que apearte

como un viajero de comercio en una ciudad desconocida.

Tendrás que descender y echar a andar,

entre una muchedumbre de cuerpos sin rostros,

al paso subterráneo que lleva a la salida.

 

Ahora estás caminando por las calles de esta ciudad

a la que levantó el sueño de tus padres.

Al doblar una esquina, adviertes de pronto

el derrumbe de los edificios, bajo el cielo inamovible,

y te percatas

de que aquél río de improvisa lumbre es el antiguo Aqueronte

con sus muertos que se amontonan come en otoño las hojas

sobre la lívida ribera.

 

Nadie se dará cuenta de que

el que camina por la calle es tan solo tu cuerpo

lavado por el agua de los muertos.

Te estrecharán la mano y

cruzarán contigo algunas palabras casuales,

pero tú sabes que tu cuerpo se está deshaciendo,

transformando, volviéndose

un pájaro de chirriante voz

cerca de una marisma cenagosa.

 

Alguien tendría que descender hasta aquí

y consentir que te acerques a la sangre oscura

derramada en la fosa cavada en la tierra

para que bebiéndola puedas

ser finalmente el hombre que pudiste haber sido.

 

Pero nadie bajará en este aire sin estrellas.

El río seguirá fluyendo, cortándote el paso.

El barquero no se acercará a la orilla.

Tu grito no romperá el espejo.

La luz disecará tu mano.

El agua gemirá en los pozos.

La entera creación estará gimiendo, en espera

de tu parto frustrado.

 

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