Vaya música la que escuchaba
en los manglares de tus suaves labios dulce
en el que jardines discrepaban
por resaltar en los laureles de tus dientes.
Y afijados mis ojos a los tuyos
contemplaba el cielo enardecido en noche tenue,
y el brillo de la luna que abarcaba el negro de tu intrepida pupila endeble.
Sujetabas mi mano,
acariciándola en un fluir de río dulce
mientras tu amor como fogata ardiendo
encendía a mi corazón.
Se enredaban las raíces
enverdeciendo al amor todo propio,
de todos,
pero aún más todo tuyo.
Viniendo entonces a florecer jazmines y claveles
animando a mi voz
que a revuelo ofrecía enterneciente
cuidar a cariño noble
el reposo de tu eterna alma limpia.
Comentarios1
Bonitas letras.
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