**~Novela Corta - Las Manos en el Piano - Final~**

Zoraya M. Rodríguez

Aquella mujer no volvió más nunca al bar bohémico, pues, se fue y para siempre. El pianista se quedó solo y con su corazón enamorado, y tan real como el cielo con la lluvia. Pues, llovía muy fuerte, para decir que estaba feliz y con aquella lucecita que ella la había dejado en su alma fría. Pero, estaba solo, y sin ella, y lo peor aún, sin su amor, aunque nunca llegó a decirle lo mucho que la amaba por aquellos celos que él sintió al bailar con aquel hombre, sobre la pista y el bolero que él compuso, pues, ahí supo que él la amaba con locura y se lo iba a expresar esa misma noche, pero, cuando la buscó no la encontró más, desapareció como por arte de magia. Cuando sólo el silencio fue capaz de sentir lo que nunca, una paz que sólo da el amor o los besos. Pero, él seguía solo, como la manera de sentir y de pensar en ese ser amado quien se ama con el alma y con el corazón. Cuando sólo sintió el desenfreno de frenar aquello que sólo él sentía. Cuando de pronto se entristeció y todo porque ella se fue con aquel caballero, que ni se conocían. Buscó y buscó y nunca más halló lo que nunca, a esa mujer y que por ella, él perdía casi el sueño. Y Pedro, iba y venía, con sus motetes, pues, se estaba mudando a la casa de arriba de su apartamento, estaba más cerca de él, del pianista del bar bohémico.

 

Cuando se cansa de pensar y de hacer del amor un gran deseo, imaginando lo que hacía esa mujer, pero, sin él. No quería más volver a sentir, lo que nunca había sentido. El pianista volvió a colocar sus cuadros en la pared, y a dar de comer a sus perros. Pues, ellos, los perros, lo necesitan más, que aquella mujer que se fue y se marchó lejos y sin él. Sintió e imaginó lo que nunca poder imaginar una relación estable y casi imposible de separar. Cuando se sabe que el delirio es como el frío. Se siente solo y herido en plena infelicidad, y en una sola soledad que ahoga como el mar abierto. Sólo se siente así, como una fugaz estrella en el cielo brillando por una noche impetuosa de estrellas que se sienten como él, morir. Y sin más amor no quería vivir, sólo sobrevivir con ella la mujer que él quería amar. Le cuenta todo a Pedro, y Pedro, no sabe como consolar a un hombre herido del amor que quizás nunca vuelva a él. Y más, cuando él, Pedro, le hacía falta su mujer, pues, lo dejó por mala paga.

 

Yá era hora de comenzar a laborar, pues, él iba y venía con su instrumento en mano, esta vez, decide cambiar de rumbo, y pasa por el prostíbulo más cerca de su hogar. “El Bar del Panal de Marianela”, y se pasea, por un rumbo incierto, pues, quedó atónito con lo que vió allí, jovencitas con unos viejos de apenas de sesenta años, pero, estaban a gusto y todo por el dinero que ellos gastaba en ellas. Y un viejo lo invita a una copa eran como las 6:30 de la tarde, yá casi anocheciendo. Él, no lo permite, pues, iba a trabajar con su instrumento, sólo, paseaba por el lugar, le dijo al viejo. Y viendo la juventud casi perdida en ese prostíbulo se dijo que pierden la decencia allí. Y él, “el pianista de la juventud”, trató de persuadir en ese bar, para que la juventud fuera al bar de la plaza, pero, como lo cursi que era, pues, ellas le dijeron que no.

 

Él, se dirige hacia su trabajo como pianista en el bar bohémico. Es una noche preciosa, hay visita en el bar, pues, son unos turistas que vienen de Europa, a vacacionar, y él, el pianista del bar bohémico, les presenta su repertorio más envidiado de la temporada, y más aún, a sus diestras manos sobre aquel piano con las teclas negras y blancas. Él, hacía de su labor una inquietante y divertida labor, pues, era su fiel instrumento que él tocaba con mayor exactitud. Era sólo un tiempo, en que el pianista quería soltar sus dotes más reveladores con el piano, con su instrumento honesto, el que no le mentía con aquellas notas, acordes y arpegios que él sabía cómo tocar a exactitud. Contra todo aquello que era lo clásico, y romántico. Y él lo sabía, cómo llevar su canción a una dimensión claśica y eventualmente antigua, con gotas de la vanguardia de la era en que se estaba viviendo. Aquellas canciones de él, el pianista clásico, se dispararon como cometa de luz, sobre aquellos turistas que venían a vacacionar allí. Pues, no era disqueros, ni productores, pero, sí, tenían vínculo su empresa con otras grandes empresas. Y le ofrecen grabar un disco, pues, encontraron en su tono de voz, una voz diferente entre lo claśico y romántico. Y fue así, lo grabó sin tener dificultades. El mismo lunes después de conocer a esta famosa pareja, yá estaba en la cabina grabando su primer disco de piano clásico. Y le ofrecen presentaciones con el Coro Justiciero del Pueblo, pero, éste, él, “el pianista de la juventud”, les dice que no y todo porque no critica las obras del pueblo con su instrumento clásico. Y es la segunda vez, que rechaza por un buen motivo o una buena razón, pero, él sabía dónde estaba dirigida su vida y su camino. Y quizás, en la tercera será la vencida. Él, “el pianista de la juventud”, se dedicó en cuerpo y en alma a su piano, a su instrumento fiel, el que no le dió problemas sino satisfacción y mucho dinero.

 

Pues, pasó el tiempo, tres años para ser exactos, yá era un señor rico, pues, hacía presentaciones públicas y claro con su piano, siempre a la mano y sus manos siempre limpias, y pulcras de toda mala eventualidad. El pianista vá y visita el bar bohémico después de tres años de ausencia y sin poder tocar el piano allí, por tanto arduo trabajo que tenía. Vá y lo visita y lo observa desde un punto sorpresivo, pues, después de tanto tiempo de ausencia yá no estaba la mesera, ni el bartender, ni el mozo ni el dueño. Precisamente el dueño vendió el bar bohémico, poco después, de él, el pianista haberse marchado un año antes. Lo adquirió una mujer, con un sobrenombre que le llamaban la gente “la fantasma del frío camino”. Él, no se recordó de nada, de todo lo sucedido anteriormente, pues, él, “el pianista de la juventud”, era corto de memoria, pero, no se olvidaba de cada nota, cada acorde, o cada arpegio de su propio piano. Pero, sí, se olvidó completamente de aquella mujer quien le rompió el corazón, la del frío camino. Todo mundo sabía de la historia, menos él, “el pianista de la juventud”, que era un fantasma más de hacía ciento veinte años, que había cruzado el frío camino y que regresaría con su familia, después de saber qué había detrás de ese cruel camino, la cual, era una plaza y un joven apuesto, el pianista. La mujer, aquella mujer, no apareció hasta después de un año marcharse el pianista del bar bohémico, se había casado con el hombre, el cual la había invitado a bailar aquella noche tormentosa, donde el pianista se llenó de unos celos incontrolables. Y se había ido y marchado con ese hombre y no regresó hasta después de un cálido año con él. Y compró el bar bohémico, y lo hizo funcionar de tal manera que logró más ganancias que el otro dueño. Y el pianista que tocaba en el bar nunca se comparó con él, pues, él fue único e intensamente único. Y él escuchó a ése pianista novato, pues, tenía tiempo, cuando se dieron de cuenta los presentes que él, “el pianista de la juventud”, estaba allí, le aplaudieron de tal manera que dió él un salto de emoción y le ofrecieron el piano a tocar sus melodías más tristes como aquellos boleros que él, entonaba en esa misma esquina en el bar bohémico. Y sí, que entonó y sin saber nada todavía, y cantó la melodía aquel bolero de a él le encantó y más como todo pianista el de la juventud, y cantó el bolero, que decía así…

 

           “...La Sol Fa, ay, el frío camino, el delirio mío, valiente mujer que se atreve a cruzar tal cual frío camino, ay, qué delirio el mío, el de tener que amarte, fuerte mujer, La Sol Fa…”,

                                                     

Y fue tal el agrado de los presentes de allí, que cantaron a coro su bolero y bailando al son del mismo. Y fue de tal dicha, que miró, nuevamente a aquellos ojos de mujer, los cuales él insistentemente los buscó por el bar bohémico, pero, otra vez se le desapareció de la pista, y no logró saber de ella, pues, se le escabulló, nuevamente de sus ojos. Pero, él, el pianista, sintió el mismo amor y el mismo deseo, de amar a esa mujer que se atrevió a cruzar el camino frío y helado y que él, el pianista la protegió del mismo frío dando calor con sus manos cuando la acogió y le abrigó con su chaqueta y que la alojó en el bar bohémico. Pues, sí, era ella, “la fantasma del frío camino”, la cual, era ella, la que él amaba con todo el corazón. Y así fue, que ella, la mujer del frío camino, quiso ocultarse por un tiempo de los ojos del pianista, pues, él, visita más asiduo el bar bohémico y todo por que quería ver los ojos de esa mujer que él en su instinto de hombre sabía que la podía hallar allí. Y no quiso más saber, de presentaciones, pues, canceló toda su agenda, y todo, porque él quería encontrar a la mujer del frío camino. Movió cielo y tierra, mar y sol, por hallar eso, el amor que él sentía por esa mujer la que había cruzado el helado camino y el más terrible de los caminos.

 

Era otra noche en la bar bohémico, se intensificó el deseo y la pasión, y a escondidas lloró por el amor de esa mujer. Y se fue por el destino oscuro, y por el camino perdido, cuando encontró al prostíbulo cerrado a esas horas del amanecer con el sol apenas saliendo del crepúsculo. Y fue y se dió un trago a esas horas, si dicen que la resaca se quita así con otro trago encima. Y quiso más que el deseo, más que su pasión a escondidas, pues, supo que el dolor es pasajero, y que su mundo es pequeño como una hormiga. Y sí así fue, que quiso a esa mujer cueste lo cueste, lo que más amaba era su corazón y a esa mujer. Y se fue por el camino frío también, otra vez, por el de la desolación y la cruda realidad. Y más cuando supo de esa cruel desventura, cuando sólo quiso ser como quiso ser como el volcán sin poder erupcionar con tanta pasión. Cuando quiso ser como el aire, como el viento y poder volar lejos de allí, pero, no pudo más. Y gritó, -“amor, ¿dónde estás?”-, y sucumbió en un sólo trance, el de querer amar y ser amado, como a cualquier hombre de su edad y más aún, ser como el sol y alumbrar con toda luz el camino o una senda a una sola mujer. Y quiso ser como todo héroe, cuando quiso salvar el amor de su amada y más su propio amor y el de su corazón. Entró, nuevamente al bar bohémico, y porque afuera él estaba fumando un cigarrillo, él a pesar, de los vicios, él trataba de aplacar y calmar sus nervios con un cigarrillo. Y se tornó pesada la noche, pues, él en el bar bohémico, quiso ser pasivo con la pobre tristeza de su único corazón, y cantó y tocó e improvisó otra canción melódica un bolero a la misma soledad que decía así…

 

           “... Fa Sol Re#m, ay, la soledad de mi alma, calma mis pesares, que en esta noche estoy desesperado, pues, el amor de mi vida sólo se fue y me dejó solo con mi dolor, Fa Sol Re#m…”,

 

Y cantó y entonó la canción más electrizante, más exquisita, más real. Y recordó, sí, a aquella mujer, que le dejó un solo amor pensante, y en el corazón una sola pasión. Y la quiso encontrar, hallar en su camino, otra vez. Pero, la soledad llegó y con ella se marchó todo, dejando el dolor a cuestas de la misma sensación y sensibilidad que amó su corazón. Cuando todo brincó de un lado a otro, del corazón un latir, y de la pasión el amor, otra vez, se dijo él. Y socavó dentro, muy dentro de él, el corazón tan enamorado, y tan verdadero. Y quiso ser como el silencio, y muy dentro el grito por un amor tan real. Y sólo sintió el presentimiento, de ser como el ave con alas mojadas sin poder alzar el vuelo. Y sucumbió en una sola entrada el deseo de amarla, de acariciar, y de entregar su pobre corazón, con el mismo delirio, que crece como la espuma, el solo frío. Y desató lo que ocurre más y más, el calor como el eterno frío, dentro de la misma piel. Y sudó frío, que el calor socavó, en su propia piel. Como es su propio instinto, que fue tan distinto, que sólo quiso enfriar el frío, dentro de su propio calor. Y se fue por camino pernicioso en busca de esa mujer que le dijo que cruzó el camino frío y lo quiso desafiar. Cuando el frío tan perceptible, tan real, como la misma razón, y como ella le dijo…



         -“Es un camino tan frío. Que la nieve hacía de lo suyo. Es un camino angosto y pernicioso. Es un sólo camino, no hay otro camino o atajo para ir o venir. El frío hace estragos entre la gente. Algunos se les resbala la vida, como sus pies en el hielo tan helado y frío. Es él el camino frío. El que atrapa por consiguiente la vida.”-,

 

Y como se intensificó lo que dejó un corazón enamorado. Y cruzó el camino, pues, su destino y su meta a lograr era hallar a esa mujer. Nadie le dijo nada. Que era un fantasma de hacía más de ciento veinte años atrás. Pues, su destino, era buscar a esa mujer que con locura había amado en un silencio aterrador que solo él sabía de la verdad. Y sucumbió en un sólo percance, cuando logró cruzar el camino, a solas como ella lo había cruzado. Y su delirio fue hallar a esa mujer que amó intensamente con el amor de su corazón. Y pasó de frío a calor, cuando llegó al otro extremo del camino, pues, no había nada ni nadie, sólo una casa muy pobre, donde tal vez, ahí, es que vivió la mujer de la cual él se enamoró perdidamente. Y se quedó allí, en esa casa por un tiempo, en lo que obtenía más calor y más ímpetu de cruzar el camino tan frío y helado, otra vez, que eso nadie podía hacer, y todo porque el frío era nieve y muy fría. Como que el cielo, era la meta a seguir. Y sucumbió en un sólo deseo, en un sólo momento, y quiso saber que el delirio, socavó muy dentro, el dolor muy fuerte de sentir el frío en la misma piel. Cuando quiso entregar coraje y valentía y cruzó, otra vez, el camino tan frío y congelado. Y se atrevió en ser como la misma nieve, en ser como ella, si era fría, pues, querer ser frío, como un sentido al revés, como lo que él sintió por esa mujer. Y era el pianista, “el pianista de la juventud”, el que traía sus manos limpias, como tan pulcras como la misma nieve. Y lo cruzó sí, el mismo camino que ella la mujer a quien él amaba con todo el corazón y con su alma y con su pensamiento. Y quiso y entregó el corazón, en que su esperanza era que ella tendría que estar en la plaza, todavía. Y la buscó, y no halló rastros de ella en aquella casa vieja, y curtida por el frío. Y entre el camino y la espera de cruzar el camino, él se detuvo, en un copo de nieve, pues, la avalancha venía para encima de él e iba a morir, pues, su vida dependía de la fría nieve. Y se guareció en una rama, y se dijo, -“si ésta rama está seca es porque hubo otoño, en este frío camino, y gracias a la rama pude vivir esa avalancha de nieve”, y pudo, ser como el ave capaz de volar aunque sus alas estuvieran mojadas. Y recordó su canción de la sola soledad, aquella que decía así…

 

             “... La Sol Si, ay, corazón, no me dejes solo, que solo vine al mundo, no me dejes ver el infierno en soledad, que la felicidad no se hizo para mí, pues, estoy aquí, cantando mi propia soledad, La Sol Si…”,

 

Y recordó a la triste soledad, que en verdad no era tanta soledad, sino abandono de él mismo en una ciudad en la cual él debió de buscar compañía y no lo hizo así. Y ahora sí, que estaba en plena soledad, pues estaba en frío camino, como la mentira de saber que estaba en un lugar incorrecto y detestable, y que formaba parte de su entorno, la nieve fría y el camino tan frío y desolado. Y sí, era él, “el pianista de la juventud”, el que le permitió a su triste corazón, enamorarse de aquella mujer que había cruzado el camino frío. Y socavó en tristes agonías, la que en verdad era la mujer de sus sueños y de su amor propio. Pues, su corazón se enamoró de alguien imposible en verdad. Y sucumbió a la espera de esperar por la pasión dispuesta a sobrellevar la razón, cuando la locura fue y será el haber cruzado ese frío camino con la espera de esperar por el amor de su vida, aquella mujer que lo había cruzado. Y luego de tanta espera, encontró algo en su camino, y fue un abrigo de pieles, y se dijo, -“me imagino que era de ella, pues, fue la única que había cruzado el destino en el frío camino”-, y prosiguió camino abajo, con el frío como el hálito en su boca, con los pies adoloridos, y con las manos tiritando de fríos. Y así, temblando, el pianista, “el pianista de la juventud”, logró cruzar el camino frío, pues, sus manos temblaban demasiado, como poder decir, que estaba en un “shock”, o en una paranoia de su propio sentir. Y fue que logró su cometido, cruzar por el camino pernicioso, tenebroso, y lo peor, con mucho frío. Y esperó por lo que esperó, a un amor que todavía él lo siente, y él se imaginaba que ella cruzaría el camino como aquella promesa que le hizo a su familia en regresar y expresarles lo que había detrás de ese camino pernicioso y tan frío. Pero, no, él estaba solo ahí. Sólo como una eternidad, como un fuego condescendiente, que sólo él podía sentir y percibir. Y se dijo así mismo que yo puedo como él mismo expresó en su canción, la cual decía así…

 

        “...La Sol Fa, ay, el frío camino, el delirio mío, valiente mujer que se atreve a cruzar tal cual frío camino, ay, qué delirio el mío, el de tener que amarte, fuerte mujer, La Sol Fa…”,

  

Y recordó a esa mujer que cruzó el camino tan frío, y desolado. Y que quiso ser como ella, tan valiente y tan fuerte. Y que quiso como ella en ser, como con tanto coraje, en cruzar el destino frío. Y sí, que lo logró, pues, sólo quiso en llegar a su destino final, después de haber cruzado tal camino y todo por una mujer. La cual se esfumó como el humo de su cigarrillo. Como la silueta, que aún marcaba al exhalar de su boca el humo de su cigarrillo. Y quiso ser como ella, volar lejos y dejar todo. Pero, él se decía, -“¿cómo es posible que se haya ido y se haya marchado tan lejos, pero, a dónde?”-, y cantó para sí, una canción que decía así…

 

             “... Fa Sol Re, la triste vida, sólo encierra el temor en ser como la sed de este frío camino, el cual cruzo con temor a ser devorado por un sólo tiempo , y es el frío, Fa Sol Re…”,

 

Y él, “el pianista de la juventud”, sólo quiso ser en conciencia, lo que quiso su corazón amar a aquella mujer. En que sólo el reflejo de su rostro quedó y por siempre en su corazón. Y llegó al bar bohémico, cansado, triste, afligido, y con un frío punzante, devastado por el frío, y se desangró pulso a pulso, gota a gota, y con sus manos frías, temblando de frío, y aquellas manos limpias, y pulcras, con que él entonaba y tocaba el piano, su instrumento más fiel, se llenó y abarcó todas aquellas teclas blancas y negras en sangre, se desparramó todo en un trance casi imperceptible, pero, tan real como aquella plétora de sangre, cuando él, “el pianista de la juventud”, colocó sus manos sobre aquel piano, temblando de fríos y sangrando por el amor de una mujer. Y se desangró casi completamente, cuando sucumbió en trance, cuando se percató de algo, que nadie era igual en aquel bar bohémico, y él supo que había pasado tanto tiempo, como para llegar a ser un fantasma como el de aquella mujer, y todo, por que nadie le tendió la mano, como él le había otorgado calor y abrigo a aquella mujer a la cual el bar bohémico la alojó como huérfana de su propio destino. Y fue él, “el pianista de la juventud”, el que toca en el bar bohémico, el que quedó enamorado de la dueña del bar bohémico, con “la fantasma del frío camino”, la única que le dijo, -“ay, si estás tiritando de frío”-  su amor verdadero, el que le hizo cruzar y llegar a ser como ella un fantasma de más de ciento veinte años atrás. Y que amaba intensamente como aquella canción que decía así…

 

        “...La Sol Fa, ay, el frío camino, el delirio mío, valiente mujer que se atreve a cruzar tal cual frío camino, ay, qué delirio el mío, el de tener que amarte, fuerte mujer, La Sol Fa…”...



FIN

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  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 12 de junio de 2019 a las 00:01
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 22
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