Caída al infierno

andrea barbaranelli

Entonces empecé a gritar

sin vergüenza, a voz en cuello,

cuando se les dio por pegarme

en la cara y en la boca del estómago.

¿Eran diablos salidos del infierno,

diablos con sus nombres de diablos

­– Cagnazzo, Alichino, Draghignazzo –

o sencillamente gamberros

salidos no del infierno sino de una cloaca?

¿O los diablos de Dante serían ellos también

unos gamberros desencadenados en fechorías

tipo Naranja mecánica

en el infierno urbano de la Florencia

entre Docientos y Trecientos?

Después de que hubo fracasado

todo intento de una negociación razonable

para evitar el enfrentamiento

físico, con puñetazos y navajas,

y no pude zafarme de ellos

con la ligereza de Guido Cavalcanti

cuando se vio rodeado entre las tumbas

por una entera compañía de bromistas,

empecé a gritar

para llamar la atención de quienquiera que fuera,

transeúnte o vecino del barrio incrustado

en la pantalla de su televisor.

No estaba a mi lado Virgilio

ni había rastro de cualquier representante

de un orden superior,

ni siquiera de un Malacoda que impartiera

directivas a sus diablos

castigando a los más anarquistas.

Estaba a merced de la más obtusa violencia

sin una pizca en sus miradas de ironía popular,

de grosera satisfacción o de burla

que terminara en una pedorreta final.

Mi cara no le había gustado

a Farfarello o a lo mejor a Rubicante

y la cosa de por sí gritaba venganza.

Esto era todo. Así no más.

Me desgañité utilizando

todas las reservas de aliento de mis pulmones,

sin sentir vergüenza por ello, hasta que

aparecieron las luces intermitentes

de una patrulla móvil, enviada

indudablemente por la Providencia, que asiste,

cuando no se distrae, a los poetas,

para rescatarme de la infamia de aquel recinto infernal.

  • Autor: andrea barbaranelli (Offline Offline)
  • Publicado: 17 de junio de 2019 a las 13:23
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 42
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