Hastiado del ajetreo de la vida urbana, Lastimero había tomado la determinación de salir de la ciudad para realizar un retiro espiritual. Llevaba tiempo barajando esta posibilidad pero al desencadenarse una serie de turbios acontecimientos (detallados en anteriores capítulos), en los que, sin comerlo ni beberlo se había visto envuelto, precipitaron su decisión. La situación se hizo insostenible cuando la perrera municipal tuvo noticias de que un perro rabioso andaba suelto por la ciudad y se había puesto en marcha un dispositivo de emergencia para atraparlo. Al enterarse de ello, Lastimero supo que no podía permanecer allí ni un día más. Lo último que pudo presenciar al abandonar la ciudad, fue una gata desquiciada que, subida a un tejado y sacándole las uñas al cielo, maldecía en arameo:
- ¡Lo que desees para mí, te rebotará elevado al cubo, y dicho esto, sufre gato ingrato, sufre, así te veas con los bigotes llenos de azufre-. Clamaba en medio de su crispación, para añadir a continuación - ¡Ojalá te entre una diarrea que al hacer de vientre, el rabo se te quede impregnado de caca y se te pudra. Ea!
¡Atiza! Esto es demasiado, se dijo Lastimero sin salir de su asombro, y se encaminó en pos de su objetivo. Por boca de un perro viajero al que había conocido algún tiempo atrás, oyó hablar de unos extraños hombres que permanecían totalmente quietos durante horas, ora sentados sobre una roca con las piernas cruzadas, ora sin inmutarse al permanecer bajo una cascada con el torrente de agua cayéndoles en la coronilla, capaces de vaciar su mente de pensamientos tóxicos, rellenarla con la energía del universo y canalizar ésta a traves de su conciencia hasta fusionarse con el cosmos y alcanzar un estado de plenitud absoluta. Decidido a encontrar a aquellos hombres para ser adiestrado en las artes budistas, sin perder más tiempo se puso en marcha.
Siguiendo las reseñas de su amigo, Lastimero llegó a un templo situado en la cumbre de una escarpada montaña. Frente a la fachada del edificio, sobre un risco se encontraba Buda, meditando en la posición del loto. El animal se acercó con cautela y cuando se encontraba a unos pasos de éste, comenzó a ladrar con el objetivo de llamar su atención, pero Buda se encontraba en un profundo estado de meditación, abstraído de cualquier estímulo sensorial, sumido en lo más hondo del fondo de su mente, y no reaccionó a los ladridos. Lastimeró, decidido a ganarse su confianza a toda costa, optó por cambiar de estrategia. Tenía constacia de perros que habían trabado amistad con personas mediante el juego. Un día vio como un hombre lanzaba un palo y un perro corría a recogerlo, una vez lo tenía agarrado entre los dientes, volvía con el hombre para entregárselo y éste se lo agradecía dándole palmaditas en la cabeza. A él le parecía un juego estúpido pero pensó que sería una buena manera de comenzar a comunicarse con Buda. Tras rastrear la zona, encontró un palo apropiado, lo cogió con los dientes y moviendo el rabo, se llegó a Buda y dejó caer el objeto sobre las piernas cruzadas del hombre rechoncho. Éste, al sentir como le caía algo encima, por fin salió de su ensoñación y vio frente a él a Lastimero sacando la lengua y moviendo el rabo.
- Perro, no seas inoportuno, ahora que estaba a punto de alcanzar el último nivel de conciencia vienes a molestarme-. Dijo Buda, antes de agarrar el palo y tirarlo a su derecha.
Lastimero se lanzó como un rayo a por el palo, lo cogió con sus fauces y volvió donde estaba Buda para dejarlo a sus pies de nuevo.
- Así que quieres jugar... Ahora no tengo tiempo, déjame tranquilo terminar mi meditación. Luego jugamos.- dijo Buda, y al ver que lastimero seguía frente a él mirándolo con la lengua fuera y su movimiento de rabo a modo de limpiaparabrisas, se le ocurrió una idea para quitárselo de encima.
Se levantó con el palo en la mano, dio unos pasos al frente y lo arrojó con todas sus fuerzas lo más lejos que pudo para mantener distraído al animal durante un buen rato.
- Anda, corre a buscarlo, a ver si lo encuentras- dijo Buda en tono burlón, antes de ponerse a meditar otra vez.
Lastimero se quedó mirando en la dirección que había salido volando el palo para ver si lo oía o lo veía caer, pero eso era imposible. Con tanta saña lo había lanzado Buda, que se perdió de vista en el cielo. El palo encontrado por Lastimero resultó ser un búmeran artesanal que un niño había extraviado en la montaña. Con semejante fuerza y saña fue lanzado, que atravesó la Vía Láctea, dio la vuelta por detrás de la galaxia Andrómeda y pasados unos minutos, justo cuando Buda alcanzaba la cúspide piramidal de conciencia, el búmerang le golpeó en el cogote, a la altura del sexto chakra.
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- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 1 de julio de 2019 a las 13:40
- Categoría: Fábula
- Lecturas: 17
- Usuarios favoritos de este poema: kavanarudén
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