Había pasado la entrevista de trabajo satisfactoriamente. Tan solo un par de preguntas por parte del entrevistador habían bastado para ser seleccionado. En una de ellas fue interpelado por su capacidad de trabajo en equipo, teniendo en cuenta que el puesto ofertado consistía en ejercer de segundo conductor de un gran camión durante largos viajes, que en ocasiones se prolongaban más allá del mes de duración. Al parecer, la carga a transportar era perecedera y debía ser entregada con la máxima celeridad posible, por lo cual otro chófer más experimentado haría de primero y él conduciría cuando éste tuviese que descansar, de tal manera que el vehículo apenas se detendría unas 3 o 4 horas diarias. El resto del tiempo se alternarían: mientras uno conducía, el otro descansaría en una litera situada en la parte trasera de la cabina. Lo de convivir largas semanas en un habitáculo de unos pocos metros cúbicos con un desconocido le generaba cierto desasosiego, pero como se acababa de sacar el permiso de conducir camiones de gran tonelaje, no le quedaba más remedio que aceptar este rol como método de aprendizaje. Resultaba un tanto extraño que en la entrevista no le hubiesen informado donde eran los viajes ni la carga a transportar. Ignoraba también quien sería su compañero de viaje y no lo conocería hasta el momento de partida.
El día indicado se presentó en el lugar que le habían dicho, con un gran macuto lleno de ropa y enseres de viaje. Procedió a subir al camión y una vez dentro, cual no sería su sorpresa al ver al volante a una chica rubia cuya belleza se salía de toda norma, generándole un desconcierto tal, que fue incapaz de articular palabra, de modo que fue ella la que tuvo que romper el hielo:
- Hola, ¿eres el nuevo?
- Creo que sí-. Contestó él, tras titubear unos segundos.
- Bien, ¿estás preparado?
- ¿Preparado para qué?
- ¿Para qué va a ser? Para ponernos en marcha.
- Ah, sí sí... claro...
- Pues entonces vámonos.
Entonces ella giró la llave de puesta en marcha, pisó el acelerador (de manera que el motor del camión rugió como una manada de leones al unísono) y soltó el embrague, momento en que la mole metálica echó a rodar. En un principio, él se sintió lleno de dicha ante la perspectiva de pasar el largo viaje encerrado en el reducido habitáculo en compañia de semejante beldad. Intimidado, sin atreverse a mirarla directamente, con el rabillo del ojo la contemplaba boquiabierto. La indumentaria de ella consistía en una camiseta ceñida y amplio escote, por el que asomaba el canalillo de un busto exuberante, y una minifalda que apenas cubría la mitad de sus prietos muslos. De piel blanca y fina, labios carnosos y ojos rasgados azul cielo, tenía el aspecto de una diosa, contando con que las diosas alguna vez hayan tenido apariencia humana.
Así las cosas, sin poder dejar de escrutar de reojo aquella criatura capaz de arrastrar a cualquiera a territorios pecaminosos, pasaron por una zona bacheada y los senos de ella comenzaron a agitarse de manera frenética. Él, al desatarse la sostenida convulsión de aquella masa gelatinosa, cambió de parecer, y su sensación de dicha inicial dió un giro inesperado. Fue entonces cuando tuvo por cierto que aquel viaje se iba a conventir en la mayor de las torturas. Ella, sabedora del deseo que había despertado en su compañero, pisó a fondo el acelerador para intensificar el efecto traqueteador de los baches, y el camión comenzó a crujir de tal modo, que parecía que iba a quedar desarmado sobre el asfalto. Cuando salieron del tramo bacheado, él se encontraba pálido, sujetándose con fuerza al asiento y la espalda bien apretada contra el respaldo, en medio de una mezcla de excitación y pánico, y ella lo miró por primera vez desde el inicio del viaje para preguntarle:
- Te gustan mis tetas, ¿verdad?
- Oiga, señorita, que yo soy un hombre felizmente casado-. Consiguió responder él, una vez recuperada la presencia de ánimo, tartamudeando y habiendo pasado de la palidez al sonrojo.
- ¿Qué tiene que ver eso? No es incompatible el hecho de estar casado y que te gusten mis tetas-. Repuso ella, mostrando un rictus cada vez más serio.
- Señorita, se supone que estamos trabajando en equipo, y yo soy un hombre decente. Haga el favor de mirar a la carretera o nos vamos a estrellar con la carga y todo...
Ella lo interrumpió al proferir una risotada terrorífica y él estuvo a punto de abrir la puerta del pasajero para saltar al vacío con el camión en marcha.
-¿Sabes qué transportamos y adonde vamos?-. Continuó preguntando ella, que había vuelto a fijar su atención en la carretera.
- Pues no, y ahora que lo dice, me gustaría saberlo. Creo que cualquier chófer, aunque sea auxiliar, tiene derecho a conocer la mercancía que porta y hacia donde va.
- Mejor que no lo sepas, si te lo hubiesen dicho, es seguro que te habrías negado a aceptar el trabajo. Un poco más adelante, cuando estemos llegando al destino te lo diré. Y ahora más te vale dormir algo, pues de aquí a un par de horas te toca ponerte al volante.
Lo último que pudo ver antes de retirarse a su litera a descansar, fue la manera como ella acariciaba la palanca de cambio de marchas con sus dedos largos y delgados. Se acostó y aunque permaneció unos minutos intranquilo, dando vueltas en la cama, al rato consiguió quedarse profundamente dormido.
...
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de julio de 2019 a las 20:56
- Categoría: Fantástico
- Lecturas: 471
- Usuarios favoritos de este poema: Carlos Eduardo, Ana Maria Germanas, kavanarudén
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