El pulpo y el astronauta.

Martín Marum

Era ya una hora que no recuerdo de un día de un mes que no recuerdo, que bien podría ser mañana o anteayer, o quizá, si usted así lo prefiere, hoy mismo; me parece que no tiene eso alguna importancia, y no quiero aburrirlo con tan tediosos detalles. En el tocadiscos o en mi cabeza tocada sonaba un concierto para piano de Franz Liszt, en las calles las ruedas, en las aceras los gritos, y en los techos un extraño zumbido como de miles de abejas a lo lejos planeando matar a la reina. Había ya escrito mi cuartilla, la misma de la que le había a usted hablado anteriormente, que más que cuartilla era un circulo inmenso de palabras colocadas unas con otras, un conjunto de líneas uniéndose entre sí formando una estructura totalmente distinta a lo que en un comienzo era una forma totalmente distinta; un triángulo, un triángulo era. Al terminar no quedaba más que quemarla, había demasiado de mi en ella y era aquello precisamente lo que yo estaba evadiendo, recuerda, había ya demasiado de mi en mí; no, no espero que lo entienda, yo tampoco termino de hacerlo, resulta que todos somos criaturas salvajes, seres abominables a la espera de matarnos los unos a los otros, si no le he dado un golpe en las tripas en este mismo instante es por la mera pereza de alzar mi puño contra usted y las consecuencias que esto traería consigo. No me malentienda, no es que piense que sea usted una mala persona, es que todos lo somos. Pero ambos sabemos que el estrecho vínculo que hemos ya formado es otro detenimiento para que yo sea capaz de hacerle algún daño, al menos por el momento, pues, aunque a veces o siempre pueda tener un deseo disimulado de golpearlo hasta que la sangre le salga por los oídos y sus huesos suenen a música de relámpagos, no me gustaría verlo sufrir. El caso es, escúcheme bien, que una vez quemadas estas hojas, las cenizas cubrieron mi rostro por una brisa llegada desde la ventana, haciéndome llorar como un recién nacido. En un primer momento, naturalmente, como seguramente usted también pensara, creí que se trataba de polvo incrustado en mis ojos, pero no era así, pues los había cerrado instintivamente en el instante en que esto ocurrió, estaba ahí llorando por el mero gusto de llorar, como una maquina programada para hacerlo o un cocodrilo lubricando sus ojos, ¡el llanto era extraordinario! ¡Verdaderamente extraordinario! Si hubiera podido usted verlo se hubiera maravillado a tal punto que seguramente hubiera contribuido también con su lluvia y habría querido fotografiar cada gota con un microscopio, el cual le mostraría los mapas del lugar al que a continuación iría. Daba vueltas en tal estado por la habitación con mi cigarro entre los dedos cuando tuve frente a mi uno de mis cuadros, 50x50 amarillo, lo había titulado, siendo la medida de este 80x80 y estaba compuesto por distintos tonos de azul, y en medio, justo en el medio, los huesos de un cubo dorado; en un principio había surgido como una mera broma hacia la galería en la que estaría expuesto, hacia las personas que lo verían y hacia mí mismo, pero en los días siguientes a su realización e incluso hasta el día de hoy, 38 años más tarde, se convertiría inesperadamente en mi cuadro favorito, ahora cubierto por una ligera capa de cenizas, o así lo creí ver. Fue entonces en este punto cuando, en el éxtasis de la contemplación, me fui sumiendo irremediablemente en mi fondo, el cuadro se llenó de agua de mis ojos y mis ojos de polvo de mi cuadro, eran sus ojos los que ahora me miraban, era él quien ahora me juzgaba, de mis cigarros no era ya humo lo que salía sino burbujas que se iban esparciendo a través de la habitación, a través de mí, a través de todo, ¿Qué más podía hacer, dígame usted, si no había manera de seguir flotando en la superficie? Su espacio debía ser mi espacio y mis apretados pesares los suyos. Del fondo de nuestro mar surgieron las estrellas y de las burbujas mi casco de astronauta. De mi traje una delgada línea de tinta unida a una criatura tres veces más grande que todo mí ser; este pulpo majestuoso tras de mí, acercándose con sus tentáculos, cubriéndome en un momento con ellos, llenándome con su tinta, siendo yo ahora su permanente, continua creación.

  • Autor: Martín Marum (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de julio de 2019 a las 01:05
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 15
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