Cuando puso el pie en aquella playa de arenas blancas y aguas mansas y cristalinas, dio por bien empleados los quebraderos de cabeza derivados del viaje. Al comenzar sus vacaciones, había acudido al banco para pedir un préstamo personal con el que costearse esa semana de asueto por tierras caribeñas. Tendría que pasarse todo un año pagando las cuotas del crédito (incluyendo unos sustanciosos intereses), pero eso le traía sin cuidado. Hay que vivir el presente, el mañana es incierto y lo importante es que ahora mismo estoy en el paraíso, cavilaba mientras buscaba un lugar propicio para plantar la sombrilla. Atendiendo a la recomendación del recepcionista del hotel, se levanto temprano y al llegar, la playa estaba casi desierta, con lo cual podía elegir donde situarse. Una vez decidida la ubicación, cogió el soporte de la sombrilla, lo agarró fuerte con ambas manos y al clavarlo de una súbita estocada en la arena, su extremo puntiagudo colisionó con un cuerpo sólido. Hubiera pensado que se trataba de una piedra enterrada de no ser porque el impacto emitió un sonido ahuecado. Extrajo el soporte de la arena y por curiosidad, se arrodilló y comenzó a escarbar. No había profundizado ni un palmo cuando pudo distinguir entre la arena un objeto de madera. Siguió escarbando alrededor hasta dejar al descubierto un pequeño cofrecito de aspecto anticuado. Intentó abrirlo in situ pero parecía estar cerrado con llave. Luego optó por llevárselo e intentar abrirlo en la habitación del hotel, pero al echar un vistazo en derredor, comprobó que la playa ya estaba demasiado concurrida por bañistas, y como pretendía llevar el asunto con absoluta discreción, volvió a enterrarlo, puso al lado la sombrilla, extendió la toalla encima de donde se encontraba el misterioso cofre, se tumbó sobre ésta y decidió esperar a que llegara la noche y la gente se hubiera marchado para volver a desenterrarlo.
Se pasó el día haciendo cábalas sobre el posible contenido del cofre. Pensó también que quizá su dueño lo habría enterrado allí para volver a recogerlo más tarde y desde algún punto de la playa podía estar observando sus movimientos, lo cual le generaba cierta intranquilidad, sintiéndose acechado hasta por los niños que construían castillos de arena a unos pasos de él. Lo más difícil de llevar fue el calor y el hambre que tuvo que soportar durante toda la jornada, pues había salido del hotel con la idea de regresar a comer, sin llevar consigo tentempié alguno, y por temor a dejar al descubierto su precioso hallazgo y que alguien terminara por encontrarlo, no se movió de la toalla ni para darse un baño.
Al caer la tarde, los usuarios de la playa se fueron retirando y antes de que hubiese oscurecido del todo, ya no quedaba allí ni un alma, momento en que desenterró el cofrecito con cautela, lo envolvió con la toalla y se dirigió al hotel a paso ligero, mirando de vez en cuando hacia atrás para cerciorarse de que nadie le seguía. Cuando llegó al hotel, le pidió al recepcionista las llaves y sin más preámbulos, se encerró en su habitación.
Una vez dentro, lo primero que hizo fue tantear y agitar el cofre para ver si por el peso o el sonido se podía deducir el contenido, pero su peso era liviano y no sonaba nada. Intentó abrirlo manualmente sin conseguirlo, de manera que buscó algún utensilio para forzar la tapa. Valiéndose de un tenedor, que introdujo en una ranura y sin andarse con delicadezas, consiguió hacer saltar la cerradura. Dejó el tenedor sobre la mesa y fue abriendo la cubierta pausadamente y agachándose para mirar por la ranura. Cuando estuvo completamente abierto, su decepción fue mayúscula al descubrir que el cofre no contenía nada, pero le resultó un tanto extraño ver que por dentro era completamente negro. En un principio creyó que sus paredes interiores estaban pintadas de color negro, y antes de volver a cerrarlo, decidió palpar con la mano el interior para ver si en sus paredes había adherido algún papel. Al introducir la mano, ésta desapareció de su vista, lo que le hizo apartarla dando un respingo hacia atrás. Tardó unos minutos en recobrar la calma, tras lo cual volvió a meter la mano dentro del cofre, de manera pausada, con la cautela de quien se mete por primera vez en el agua para comprobar que no está demasiado fría, y uno a uno, sus dedos fueron desapareciendo. Introdujo del todo la mano y pudo tocar la áspera madera del oscuro interior del cofre. A tientas palpó por todas las aristas y esquinas y comprobó que no había nada dentro, solo estaba lleno de una oscuridad inabordable para la luz, pues la habitación estaba bien iluminada y los fotones eran incapaces de penetrar en aquel receptáculo oscuro. Sin salir de su asombro, cogió una pequeña linterna de viaje que llevaba en la maleta y tras encenderla, la metió dentro del cofre y el haz de luz se desvaneció en aquella oscuridad infalible. A continuación lo intentó con el fuego, bajo la convicción de que la luz natural sería capaz de irrumpir en aquel espacio sombrío. Sacó de un cajón un encendedor, lo prendió y al meterla dentro del cofre, la pequeña llama también desapareció. Desesperado ante aquella oscuridad que desafiaba las leyes de la física, cogió el cofre, lo elevo a la altura de su cabeza y con la tapa abierta, lo puso boca abajo. Al hacer esto, del cofre empezaron a caer pequeñas bolitas de oscuridad del tamaño de canicas que, tras rebotar en el suelo sin emitir ningún sonido, iban quedando repartidas por todo el piso. Puso otra vez el cofre sobre la mesa y vió que a pesar de las bolitas que habían caído, la cantidad de oscuridad no había disminuido y éste permanecía repleto hasta el borde. Intentó coger una de las bolitas pero eran intangibles, tan solo entraban en contacto con el interior del cofre y con el suelo. Al pasar la mano por las bolas, la porción de piel que quedaba dentro de ellas también desaparecía de la vista. Temiendo que el servicio de limpieza de habitaciones se alarmara al ver las bolitas cuando entraran por la mañana, movió todos los muebles del dormitorio hasta cubrir las bolas con ellos y guardó el cofre debajo de la cama, con la intención de llevárselo de nuevo a la playa a la mañana siguiente y volver a enterrarlo en el mismo lugar donde lo había encontrado.
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- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 2 de agosto de 2019 a las 19:09
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 34
- Usuarios favoritos de este poema: Ben-., Ania Belotti
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