Yo no estaba y tampoco tú.
Lo hicieron todo entre los dos,
en ausencia de testigos.
¿Por qué teníamos que estar allí?
No me vengan con cuentos: no estábamos
ni teníamos interés en estar. El mundo es ancho
y lleno de misterios y secretos.
No es necesario conocerlo todo.
Y aún menos cuando se trata de dos
que saben lo que quieren y no precisan de la ayuda de nadie.
Estábamos, con toda probabilidad, dando un paseo por otros lados.
Las historias que contamos
son pequeños fragmentos rescatados
de naufragios en mares de tinieblas,
pecios sin otro valor que su rareza,
su improbabilidad de que se los pueda utilizar
como los utilizaban los que los perdieron,
los viejos marineros de los barcos fantasma.
Cada uno de los dos pudo
inventar lo que quiso
si no había quien estuviera observando
para luego presentar un informe.
Por supuesto no escapé para darte la noticia,
porque la pura verdad es que no estaba
y por tanto no debí escapar,
ni salió a flote
el ataúd calafateado para que no me ahogara
en la superficie arremolinada del océano.
Estaban solo ellos dos
o, a lo mejor, estaba Dios
quien siempre está presente, aunque invisible,
pero es un testigo fiable
por lo que se refiere a las intimidades
que nadie más que él tiene la posibilidad de rastrear.
Ahora sería interesante
comparar las versiones de los hechos
referidas por cada uno de los dos
con la del testigo divino e imparcial
en caso de que se le ocurriera
intervenir, como cuentan que hizo en otras oportunidades,
en un episodio así de nimio
cual es un asunto entre dos criaturas transitorias,
dos criaturas destinadas al olvido definitivo,
dos criaturas, mejor dicho, ya olvidadas y perdidas,
y hacer brillar sus nombres, por solo un instante,
como un chispazo en medio de una tempestad eléctrica.
- Autor: andrea barbaranelli ( Offline)
- Publicado: 3 de agosto de 2019 a las 04:23
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 40
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez
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