Rayaba ya la luna y se escapaba suavemente
por entre los brazos de oriente.
Lucía majestuosa cuando el cielo plácido y tranquilo abría su pecho para cobijarla.
Su rostro, alegre y dilatado, vestía con sus rayos de plata la pradera, engalanándola sobre una oscura pasarela
Miraba yo en las techumbres de la villa
Hilos de humo muriendo hacia el firmamento
Olores por doquier, recuerdos naufragando,
me embriagaba el encanto al ver en los callizos, la pureza
de un grupo de niños saltando entre las piedras,
irradiando de sus faces ternura de infantes malicia de ángeles.
Y cuando el céfiro imponente se hacía intolerante
arreciando con sus garras que surgían de entre sombras polvorientas,
acurrucabanse en orden y en silencio, pernoctando en las faldas de la abuela.
Una lumbre, un fulgor, colores brotaban por doquier tiñendo los gestos de las trémulas manos de la anciana, mientras esta sus labios abría en poemas, fusión de palabras y gestos que transportaban hasta el cielo y el misterio,
desprendiendo éxtasis, sellando miedos, lanzando el reto de volver de nuevo a las cálidas casas sin mirar espantos
y ajustando el sueño.
Y en el amanecer… buscábamos el mar, el insondable piélago,
Lo buscábamos por entre los huecos de las tablas que formaban las paredes del hogar, lo buscábamos a lo lejos por el horizonte y al no verlo, precisábamos sin querer el gigante y mudo estanque
nuestro estanque, que como de costumbre rugía desde adentro con sus torbellinos recios que rompían el silencio,
era el observatorio nuestro, nuestro artilugio del tiempo,
porque allí sobre su tapa, al anochecer de nuevo, recostados en su grifo, atisbábamos arriba y relajados, trazábamos el cosmos,
creábamos estrellas, revelábamos los mundos,
y viajábamos por entre el silencio, por entre la paz, sin tormentos,
Y de pronto ante nosotros, irrumpía hacia la izquierda, perfumando el viento, la casa de Doña Berta,
cuyos huertos y jardines engalanaban el pórtico en la esquina de mi pueblo
Hoy y a cada instante, el recuerdo abrazo, saludo el tiempo,
veo a mi gente y no hay martirio,
solo un reflejo de alegría y canto,
oliendo el humo de la quema de patios, buscando chunches entre la plaza, enseres perdidos por el paso de Judas,
aquella costumbre que marcó mi raza,
la sodita de Lalo, y su secreta crema,
el palpitar del oro en sus montañas,
el rugir del viento desde Ojochal,
y el olor a pólvora y a tamal
Todo es silencio, todo es negror, las gentes duermen,
duermen tranquilos, sombras no emergen,
y en lo insondable del corazón, se alberga quieta, una esperanza,
que palpita fuerte y exclama firme,
reposa ya, porque mañana…
SERÁ MEJOR!!!
- Autor: Antoniocas (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de julio de 2010 a las 20:15
- Comentario del autor sobre el poema: Poema dedicado con toda humildad al pueblo donde vivo, en donde rescato algunas facetas de mi hermosa infancia allí. Miramar de Montes de Oro, Puntarenas.
- Categoría: Familia
- Lecturas: 1056
- Usuarios favoritos de este poema: JUSTO ALDÚ
Comentarios2
Yo creo sin temor a equivocarme que has creado un buen cuadro con bellas imágenes y metáforas alucinantes. He leído muchísimos escritos de centroamericanos y tu pluma lleva estampado el sello pintoresco y rural sencillo y lleno de vida que nos identifica como también a muchos latinoamericanos.
Tal como lo expresas "palpita fuerte y exclama firme" muy dentro de nosotros. Vivencias de una infancia manejada con el fino toque poético.
Esto no es fruto de un instante, denota un trabajo previo y constante que dice de su autor que se esmera en alcanzar lo que debe y transmitir lo que quiere.
Te felicito por ese esfuerzo y la entrega en tu trabajo.
JUSTO ALDU
HERMOSO POEMA, CON CUANTA EMOCION DESCRIBES LA BELLEZA DE TU PUEBLO.
BESOS,
MARILU.
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