El término "medio ateo" podría sonar hoy día un tanto incongruente, pues uno cree en dios o no cree. Según los creyentes, el creador es uno solo omnipresente e indivisible, por lo tanto, no se puede creer solo en una parte de dios. Para entender esta historia, debemos remontarnos a tiempos en los que estaban en boga las culturas politeístas, más concretamente a la antigua Grecia, y su protagonista, como todo buen nacido en la cuna del pensamiento, se pasaba todo el día sentado en un banco del ágora cabilando, con la barbilla apoyada en la palma de su mano derecha, y nunca tomaba decisiones a la ligera, sin antes haberlas madurado a base de estrujarse las neuronas. Debo hacer un inciso antes de proseguir, y es que por aquel entonces, Galileo o Newton no habían nacido, y por lo tanto, se daba por hecho que la tierra era plana y no existía más universo que el relatado en los poemas de Homero, aunque hasta en esa faceta albergaba alguna duda nuestro protagonista, puesto que no era cuadriculado y siempre dejaba la puerta abierta a cualquier posibilidad, sobre todo en lo concerniente a lo inexplorado. Así las cosas, después de pasar largas jornadas examinando a las deidades, había sacado las siguientes conclusiones:
Respecto a los Titanes Urano y Gaia, su fe era casi inquebrantable, pues nadie sino una fuerza superior podía haber sido capaz de crear el cielo y la tierra. El Titán Cronos, por contra, le inspiraba cierto recelo, pues en su casa tenía un reloj de sol y los días en que el cielo estaba nublado, andaba desorientado y casi siempre llegaba tarde a las charlas de Aristóteles.
En cuanto a los dioses, su opinión estaba muy dividida. En Poseidón, por ejemplo, creía a pie juntillas, pues el mar era demasiado inmenso como para haber surgido así como así, aunque no se lo imaginaba con un tridente, sino más bien con un arpón.
En Hades, dios de los muertos, había decidido no creer. Pensaba que ya teníamos bastantes dioses en esta vida como para que encima nos siguieran hasta el más allá. Igual de incrédulo se mostraba con Hera, diosa del matrimonio y el parto. Los enlaces matrimoniales eran oficializados por sacerdotes y los partos practicados por matronas, así que aquí los dioses no pintaban nada. Y en caso de existir un dios del matrimonio, se tendría que haber inventado otro para el divorcio, a no ser que el divorcio se hubiera divorciado de dios.
Con Afrodita no había vacilado ni un instante de su existencia, pues algo muy poderoso había tenido que dar lugar al amor, y nada como la bella Afrodita para generar un sentimiento tan puro. Él había aprendido a amar cuanto le rodeaba, siempre que fuese digno de ser amado, y sobre todas las cosas se amaba a sí mismo, pero no era éste un amor tan ciego como para no permitirle ser autocrítico, impidiéndole ver sus carencias y engañándose en sus propios merecimientos.
Por Hefesto, dios del fuego y de la forja, no ponía la mano en el fuego. Éran los herreros los encargados de forjar las espadas y escudos, entre otros útiles metálicos. En cuanto al fuego, si bien era necesaria la mano del hombre o un rayo de Zeus para iniciarlo, se trataba de un elemento demasiado misterioso como para pensar que nacía de la nada. Por consiguiente, a Hefesto había decidido dejarlo entre signos de interrogación.
En Apolo tenía fe ciega, pues el sol, con su generoso derroche de luz y calor, era demasiado magnánimo como para haber aparecido en el cielo por arte de magia, del mismo modo que las artes, la medicina y la música, los otros tres dones encomendados a Apolo, que repartía entre los hombres de manera arbitraria.
En Ares, dios de la guerra, quería creer para acudir al Partenón a recriminarle su conducta, pero resultaba impensable que existiera un dios tan retorcido como para haber dotado a las personas de su condición beligerante.
En Artemis, diosa de la caza, sí creía, ya que no solo las personas cazaban, también los animales y algunas plantas habían sido dotados con este artificio, bien atacando de manera directa, bien tendiendo emboscadas o por medio de trampas.
También tenía fe en Hermes, mensajero de los dioses, pues entre las deidades debía existir algún tipo de organización para evitar el caos en el Olimpo. Aparte de los mensajes divinos, también se encargaba de comunicar los chismes. Pero qué dios no ha pecado alguna vez, se decía.
Asimismo, también daba credibilidad a Atenea, diosa de la sabiduria, aunque ésta era bastante cruel y su reparto entre los hombres no había sido del todo equitativo.
Por último, también creía en Zeus, lider del Olimpo y dios del orden y la justicia. Bien es cierto que en este último aspecto se dormía o hacía la vista gorda en ocasiones, pues él había presenciado alguna que otra injusticia morrocotuda, pero nunca había que dejar de creer en él.
En definitiva, espero que después de haber resumido los pensamientos teológicos de este hombre, que creía en algunos dioses y en otros no, se entienda como alguien puede llegar a ser medio ateo o medio creyente.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 22 de agosto de 2019 a las 19:34
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 21
- Usuarios favoritos de este poema: Limoneyes
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.