¡Ven ahora, fuego!

andrea barbaranelli

                                                                                               Jetzt komme, Feuer!

                                                                                                                 Hölderlin

 

 

 

Arrollado por el viento, busqué un refugio.

Embestido por la luz, doblé la esquina,

esperando el estampido.

Mi sombra no se despegó del muro.

No me siguió.

Una perra

salió a mi encuentro, vomitando sangre de la boca,

el rabo entre las patas, el vientre encogido.

Perseguido por la luz, no encontré

un lugar donde resguardarme.

Pero todavía no era la explosión, sino

el silencio antes de la explosión

No era el derrumbe, sino

el instante inmóvil que antecede al derrumbe.

 

¡Ven ahora, fuego!

 

Y cuando nos encontramos, por azar, en la parada

del bus, esa mañana, en un barrio

ajeno, totalmente vacío

como después de un rastreo, tú dentro

de tu vida, las horas de tus días

programadas,

una agenda atestada de compromisos,

los niños para acompañar e ir a buscarlos,

el gimnasio, la piscina, los deberes, las clases de inglés,

las clases de piano o de guitarra, las compras

en el supermercado, la preparación de las comidas,

la limpieza de la casa, la colada, la plancha,

sin un momento de respiro,

como me dijiste sin mirarme,

esperando

la liberación del domingo, dies domínica, el día

del señor, con la misa y el paseo

si el tiempo lo permite, si el trabajo atrasado

no lo impide, si el cansancio no prevalece

sobre las veleidades de evasión,

quizá dos horas en un cine

o delante de la TV en la sala de estar;

cuando nos encontramos por puro azar,

por una casualidad casi inverosímil, tú

no me reconociste

o no quisiste reconocerme, te comportaste

como si no me hubieras reconocido, aunque

recordaras mi nombre, un eco

de una sombra del pasado; fingiste

que me confundías con otro que no era yo,

con otro antiguo compañero de trabajo o

de estudios. Un juego

de máscaras. Una farsa

de equivocaciones, de malentendidos,

para tapar la realidad del presente. Dos cuerpos

vacíos en la acera, dos cuerpos

sobrevividos a la guerra, a los bombardeos, a las matanzas,

a los lager, a los gulag,

recalados en una realidad

nueva pero ya habitual, pero ya rutinaria

desde ya hacía muchos años,

no obstante la amenaza

en acecho

en cada instante

de la explosión definitiva.

Dos cuerpos sin sus sombras en la luz deslumbrante.

 

¡Ven ahora, fuego!

 

Pero de lo divino habíamos recibido

ya mucho. En los días de una juventud

sin límites. Todo

era posible, entonces, incluso

cambiar el mundo. La libertad que venía

de la infancia antigua y reciente. La infancia sin tiempo

en la eternidad del momento presente.

Ese momento

en la parada del bus, en esa mañana

de luz violenta,

entre gente corriendo a su trabajo bajo el fragor

improviso de un chaparrón.

 

En la ratonera hice mi aprendizaje. He vivido

la desesperación del ratón que no encuentra salida.

Lo compadezco, ahora

que he decidido vivir

y morir, como un sabio,

observando fríamente al monstruo en el laberinto,

al Minotauro infeliz que nos persigue

para despedazarnos. Fantasmas

a mi alrededor, en los senderos,

de seres a quienes he amado y llorado.

 

Ojalá fuera cierto el cuento de la sangre

que los atrae, a nuestros fantasmas, hacia aquí donde estamos,

ojalá fuera cierta la historia

de la sangre derramada en la fosa

en la orilla de Aqueronte,

la profunda corriente infernal

que nos divide de ellos,

la sangre que quieren beber

para recuperar la voz, por solo un instante,

para hablar con nosotros, un solo momento.

Sería suficiente

como prueba de que todavía existen,

como prueba de que ellos están

en algún lugar, como prueba

de que hay una puerta

atrás de la cual se agolpan, cuchichean, chismorrean, se ríen,

una puerta cerrada que podría abrirse, si solo

se encontrara la llave, esa puerta grabada en la piedra

o pintada en la pared de la tumba

sin llave, sin cerrojo, sin picaporte.

Es inútil llorar por eso.

Es absurdo

como la demencia de mi padre, le dije, mintiendo: lo absurdo

había sido la cordura de mi padre

durante casi toda su vida, hasta el desplome final

en la locura. Es absurdo

como la guerra, las demoras en las estaciones

reducidas a escombros, los rieles retorcidos, el tren detenido

en el otro lado de la península.

Bajaré a los infiernos para encontrarte. Para rescatarte. Me encontrarás

mientras titubeo frente a un estante del supermarket, eligiendo

un paquete de té, una lata de carne en conserva,

amarrada a tres hijos.

En la hora del crepúsculo, incierta entre realidad y sueño,

seré vista disponendo en orden la mesa,

después de acostar a los niños,

esperando el regreso del esposo del desierto de la ciudad.

(Nadie

me sacará del infierno. Ni siquiera tú). Su camisa

braceando a través de la calle.

 

Y séanos concedida la paz,

en la taza humeante de té,

en los sillones frente a la pantalla,

en feroz penumbra,

en la conjunción nocturna de los cuerpos.

Esto ha traído la plenitud de los tiempos.

 

¡Ven ahora, fuego!

 

 

 

 

  • Autor: andrea barbaranelli (Offline Offline)
  • Publicado: 10 de octubre de 2019 a las 04:32
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 35
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Comentarios +

Comentarios1

  • Carlos Eduardo

    Resquebrajamientos infinitos por existir, mundo demencial, -los otros-, que nos ha tenido prisioneros afectándonos crucialmente.

    Portento de poema mi amigo.

    Un saludo con mucho aprecio Andrea

    • andrea barbaranelli

      Gracias. Amable como siempre, amigo Toqui.



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