El ruido rojo de la tarde
desemboca en bélico estruendo
en la campana invisible,
el árbol está triste
la mujer se está desvistiendo.
¡Oh gimiente desvarío,
de la fresca ola de plata
que azota el joven cuerpo!
Siento recorrer en las montañas
en ligera marcha,
calamidades, arrebatos
cabellos sin atar
¡extremidades veloces
como el destino!
A veces, cuando me acuesto y floto
percibo frescas olas
frescas como lo que recién nace,
y entre los arbustos hay
Dioses muertos.
***
Lejos del amor está la causa
y el circuito del hálito
vislumbre de la eterna rata
pesadumbre de vaho del porvenir.
Lejos del amor está la causa
y el quejido de hipocampo
que rociaba tu tez de átomo.
La fiesta en el escondrijo,
camadería, carrera de osos pardos
pretendiente de las aves
dejando en cada lunar de un cuerpo
un carozo con sabor a esqueleto.
¡Qué ruín era tu alarmante
aparición física, tu sólo caminar
hacía manifestar la música!
Lejos del amor está la causa
y lame su lámpara del odio
y se introduce carbón ardiendo en las llagas
y se mirá al espejo antes de mirar por la ventana
si salió el sol o si sigue lloviendo.
- Autor: Emil Epojé (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 12 de octubre de 2019 a las 19:58
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 49
- Usuarios favoritos de este poema: El otro yo
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.