Frankenstein

Alberto Escobar

 

No me oso preguntar quién soy.
No hay cabaña en mis adentros
donde sentarme al fuego
hasta la esencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era... érase una vez un cuerpo.
Un cuerpo de esos que no llaman, ni acaso la atención, al que se lo topa
por las inmediaciones de su casa.
Ese cuerpo que para cumplir con los mandamientos al alba se levantaba,
cafe, pan y tostada. Era un cuerpo que rezaba de noche para seguir siendo
de día, que fue al colegio, a la segunda y a la tercera enseñanza,
que se afanaba cada día por el día de mañana.
Era un cuerpo de regiones enfrentadas; la cabeza con sus hombros
no se hablaba porque no eran bastante fuertes para soportar
su esperanza; el pecho con sus espaldas, porque cada vez que tosía
un seísmo sobre la columna se desataba; las piernas con sus tobillos,
porque cuando aquellas corrían estos andaban.
Como se puede echar de ver de estas palabras, ese cuerpo
del que todos hablaban vagaba en desorden y desconcierto
por las explanadas de la errata, la mente quería erguirse terminante
para poner paz en la sala mas su escasa voluntad y determinación,
amén de que el guiso en cazuela tiempo llevaba, le achantaban
sus posaderas en la molicie de la desgana.
Hace pocos días que ese cuerpo se sentó en despacho con su jefe.
Quiso participarle su gritería silenciosa que la cabeza le estalla.
Su jefe, con cara de póquer de ases, lego en la materia se declara:
¡Consulte con un profesional, buenos los hay en la Haya!
Ese cuerpo, con gracias en su boca por escucharla, se levantaba,
doblaba la espalda y al pomo de la puerta, con sumo cuidado
para que no chirriara, le daba un postrero giro de tuerca y aldaba.

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  • Autor: Albertín (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 27 de octubre de 2019 a las 16:51
  • Comentario del autor sobre el poema: Cuando el caos es la regla.
  • Categoría: Espiritual
  • Lecturas: 28
  • Usuarios favoritos de este poema: Yamila Valenzuela
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