Una historia

Panem et circenses

Nos reunimos para celebrar nuestro reencuentro después de unos larguísimos
veinticinco años sin vernos, un desierto a la sombra de la Facultad.
Cuando largamente nos prometimos amor eterno y eterna ausencia de lapsos
tan eternos a partir de ese momento, en una que quedó libre el asiento que
me escoltaba a mi derecha, Verónica lo ocupó rauda para contarme una historia.
¿Quiero contarte algo, Alberto, pero no se lo digas a nadie?
Ya sabes Verónica que fui y sigo siendo una tumba para tus confidencias,
no sé si te acuerdas de aquella vez que...
Te refieres a...
Sí, recuerdo que estabas en una sima tan profunda como siniestra.
Ya, pero dejemos eso Alberto, hoy es día de risas y alegrías, ¡cuánto
tiempo!, ¿verdad?
Sí, se me ha hecho interminables, ¡cuántas veces me he preguntado
qué sería de ti, de Bernardo, de Concha..!
Yo también, ¡qué bien, qué contenta estoy, no te lo imaginas!
¡Me alegro tanto Vero!
Pues como te decía me gustaría contarte una historia que me pasó durante
los años de facultad y que nadie la sabe porque no he tenido el valor ni la
confianza para confesarme.
¿Confesarte?
Sí, o casi diría desahogarme o llorar con palabras borboteando de mis labios,
no sé como definirlo, fue tan...
¿Tan... qué?
Pues, cómo diría, tan...
¿Vergonzoso, nefando, abominable, excecrable, soez, aborrecible?
Sí, cualquiera de los calificativos calificarían con adecuada calificación esto
que estamos intentando calificar.
Vaya, ja ja ja, ¿esto qué es, un trabalenguas?
Bueno, ja ja ja, era por bromear y quitar "yerro" al asunto.
De repente, Juan Manuel nos hizo levantarnos a todos en pos de un brindis
de celebración, al que acudimos como un resorte.
¡A partir de ahora, que nos veamos una vez al mes como muy poco, brindo por
eso, sí brindo por eso, sí , sí , sí, que así sea..!
Y así seguimos hasta las... no me acuerdo bien, ya se sabe lo que trae el alcohol.