Virgilio era un hombre capaz de enseñar a todos lo que hacen las lanzas. Pues, en su vida sólo se electrizó en saber que el silencio era sinónimo de paz o de muerte. Pues, tuvo varios accidentes con las espadas, y le apodaban el manco de Virgilio. Virgilio iba y venía en su camino lleno de tropiezos y de piedras siempre en el camino por donde se paseaba el más vil de los sentimientos, el odio o el amor por las espadas. Y la luz al filo de la espada se venía venir yá. Virgilio un hombre capaz de sentir el más suave de los instantes, cuando sólo se llenó su ira de odio o por el amor a las espadas. La intensa faena por limpiar el arma de polvo y de escombros en el atrio se intensificó más. Pues, sólo él, enseñaba con total ahínco lo que quería hacer por esa espada lleno de un filo muy filoso. Dentro del mundo sólo existían dos espadas del mismo poder y fuerza. Cuando en el mañana sólo se dió la fuerza extraña que con valentía se debía de enfrentar al mal con tanto poder y vileza. Se enfrió el deseo de amar a esa espada cuando perdió su mano derecha por limpiar del polvo sucio que sólo la afectaba con tanta crudeza. Y la luz al filo de la espada, se debió de haber venido en camisa de color blanco llena del color de la sangre del color rojo. Y se debió de cruzar el desafío en camisa llena del sudor extraño por laborar al limpiar una espada en el atrio. Y el desván de cosas viejas se llenaba de polvo por cada mes. Él, era un hombre capaz de ver la vida desde otro punto de vista. Desde el más allá. Desde ultratumba o catatumba. Porque cuando hirió a su mano derecha perdió todo sentido y más a su propia vida. Y le llaman el manco de Virgilio. En todo el momento se sintió desafiante como el filo de la espada. Como la luz en que una vez se vió en ojos de muerte y delirio. Y era Virgilio, el manco Virgilio, el de la espada filosa. Cuando ocurrió el desastre se llevó un gran susto que vió hasta a las estrellas del cielo como dicen por ahí. El señor Virgilio sólo quiso amar o odiar aquella espada que con su filo y su punzada más filosa le cortó su mano derecha. Él, a los jóvenes más grandes les enseña cómo utilizar bien y correctamente la espada para que no se cortaran y les pasara igual que a él. La espada me parece que habla, se decía él, el señor Virgilio.
De noche cuando el sólo habla con su espada la pule y la limpia del todo, le parece como si le hablara a él. Es su mala o buena suerte, es como un talismán de la suerte. Se siente así, como si la espada tuviera una magia o un dilema o una incógnita por descifrar. De esa espada había sólo dos como ella. Fue como el abismo frío o cruel de un destino oscuro. Fue como la perdición o la salvación, pero, es que era muy filosa, como que el destino se iba por donde corta en doble filo. Y Virgilio lo sabía yá, sabía como tomar a la espada de una sola mano. Cuando se entretiene el deseo de amar esa espada, pues, el odio no podía existir aunque le hubiera arrancado la mano derecha. Cuando se siente aquí el deseo de amar lo que fue esa espada para él. Porque cuando joven fue un marins y nadie lo sabía o podía creer, pero, fue así, y todo porque él mismo la pudo confeccionar y crear. Cuando se fue por el camino de la sola soledad, cuando pudo creer que en el camino se podía filtrar lo que era una salvación de esa espada. La espada, fuerte, filosa, con un doble filo a muerte, fueron dos hechas y elaboradas por él, el marins más fuerte y más recio y más perduradero de los marines. El hombre que casi pierde su propia vida. Cuando se debió de creer en la cortadura que le otorgó esa espada. Cuando se debió de entretejer lo que se debió de creer cuando en la gruta del olvido creció como manantial y como un eterno aguacero en su propio camino. Desde que el silencio se debió de entregar a manos de salvación, o de una perdición que aunque murió el instante, se vivió el amor por esa espada mágica. Y fue recio y más fuerte que nunca cuando perdió a su mano derecha y ahora le llaman el manco de Virgilio. Cuando en el alma se debió de endurecer su luz, su eterno sabor en saber que el destino es así. Como una limpia luz y transparente como el agua cristalina. En que sólo sabía que era una espada con la cual se debió de entretejer un saludo cuando llegó un joven a preguntar por el artefacto que llevaba cerrado y muy cauteloso hacia el automóvil. Cuando sólo quiso ser como esa espada tan filosa como el mismo tiempo, o como el deseo de ver el cielo azul. Cuando se debió de entregar el anhelo por esa espada como él mismo Virgilio hacía. Cuando sólo se petrificó el el anhelo de ver el mismo sol en la luz el filo de la espada. Cuando una luz le alteró o le avisó lo que iba a acontecer. Y descubrió el deseo en saber que el silencio descifró el cometido de averiguar lo ocurrido, cuando se electrizó el siniestro más cálido, más frío, o más condescendiente. Pues, sólo el asesinato de su mano derecha fue sólo un mal tropiezo en saber que el destino fue como la palma de su manos izquierda en saber que no podía tomar o sostener en esencia a la espada y por eso ocurrió lo que ocurrió a la luz al filo de la espada. Él, Virgilio, con gran agonía se moría en el atrio de su hogar por la muerte insospechada de su razón y por la cortadura en cruda realidad por su mano derecha. Se acechó el combate de una guerra fría, entre su mano, el poder y el filo de la espada. Se encrudece el anhelo en salvaguardar el anhelo o el deseo de vivir o de morir, de ver el cielo azul o negro por la gran tempestad de subir la mirada cuando se encontraba en el suelo. Acechó la mirada, el combate negro, de una guerra tan real como aquella que él tenía con su mano derecha, y yá, era el manco Virgilio. En el tiempo real, y en el hospital yá se debía de venir tanta sangre que brotó de su mano que casi pierde su vida, pues, sólo el asesinato de su mano derecha se debió de encarecer en el tiempo curar todo aquello que el vendaje tapaba, como sanar todo aquello que se dió como no poder sostener la espada con la otra mano. Se intensificó el poder de creer que era un ademán tan helado como en su corazón un congelado latido. Y fue un fuerte marins, cuando sólo llegó a ser como un recio hombre que sólo tenía que saber sobrevivir. Y del aquel atardecer sólo se llevó la gran sorpresa en despertar por toda aquella mala situación en un hospital y vendada su mano derecha. Cuando en un sólo momento se alteró la mala suerte en sobrellevar la mala suerte en saber que el destino es suave como el algodón, y que la vida tiene sus instintos de ternura y de suave clandestino fuselaje. Cuando se intensificó más la esencia por su mano derecha. Y agudizó y adjudicó más sus cinco sentidos los que le quedaban en cambio de su mano derecha. Cuando se electrizó más el combate negro y para luego limpiar todo aquel reguero de aquel accidente con su mano derecha. Cuando se electriza aquí el silencio como la muerte de aquel instante. Cuando se debió de alterar el suave deseo de amar a aquella espada con la luz al filo de la espada. Y fue el sol mismo, el que se debió de enredar lo que hizo la luz de ese sol entre la espada filosa y sus ojos llenos de luz. Cuando se debió de saber que el silencio yá era como la misma muerte. Y no sintió a su mano derecha, sólo con su mano izquierda trató de atrapar toda aquella plétora de sangre abierta en su mano derecha. Cuando sólo se electrizó el percance en saber que yá había perdido por un cruel accidente o un vil asesinato a su mano derecha. Más no se sabía. Era tan vil o tan cruel el instante cuando se sabe que el instante se cuece como el abrir una cruel herida y más tan inmensa como no poder curar al instante. Si se sabía que el destino era como el fuego o como la lluvia que empapaba a su piel de manera tal, que sólo un suburbio lo salvó. Bajó por el suelo y subió por el mismo cielo. Cuando arribó hacia el cielo, vió el sol, sólo socavó en una cruel manera. Cuando sólo quiso ser como el mismo sol. Cuando sólo el sol electrificó la luz en aquella espada tan lisa, tan filosa, tan punzante, pero, tan real y lo peor que fue él mismo que sólo la confeccionó cuando fue un fuerte marins. Sólo se sintió como un delirio y tan frío que sólo se percató en un sólo frío. Que sólo se percibió un sólo dolor, como el dolor de un deseo de una mala suerte. Cuando se sintió el paso por el paso de esa mala herida en su mano derecha. Que se sintió como el mal paso o como el mal hábito de una transigente herida, como lo fue perder a su mano derecha. Un mañana llegó a su atrio, y fue desafiar a su pasado. Cuando sólo se debió de enfrentar a aquella escena putrefacta y tan vil cuando perdió a su mano derecha. Y con el vendaje en su mano derecha, sólo llegó a ser como aquel individuo u hombre que había de poco a poco perdido a su mano derecha. Sólo el manco Virgilio, como así lo apodó su mujer, fue al atrio, a saber qué había sido de aquella espada tan filosa y tan poderosa como la luz del mismo sol. Cuando sólo calló un momento, en que el sol miró por la ventana y salió la luz al filo de la espada. Y sí, que le dijo y que le sustrajo la verdad, de que la luz lo cegó o que le advirtió lo que iba a acontecer. Y Virgilio recordó todo aquel momento como si fuera ayer. Como si fuera un mismo instante en que sólo el destino es como el mismo percance. Por saber que hirió con crudeza a su mano derecha. Cuando se intensificó el desastre de ver el cielo azul y no de negro como lo pintaba aquel momento. Pero, fue una puerta abierta o una ventana cerrada, cuando el sol soslayó en penumbras de sombras en aquellos ojos de luz. Se electrizó más la agudeza de sus sentidos, cuando sólo el sol perpetró en aquella espada de luz y mágica sin saber su terrible final. Cuando se intensificó el aire, y sin saber que el deseo estaba inocuo. Cuando él lo recordó todo, como si fuera ayer mismo. Cuando abrió la puerta del atrio, cuando vió la espada casi limpia del todo, de todo polvo y suciedad. Y todo porque su mujer la había limpiado todo. Pero, cuando vió la espada, sólo se electrizó su piel morena curtida por el sol, pero, ahora estaba pálido y enclenque, por haber derramado tanta sangre en el suelo donde se hirió casi a muerte con la misma espada que por poco le quita la vida, pero, se llevó lo peor a su mano derecha. Cuando quiso ver el cielo de azul, sólo vió lo que nunca un cielo despejado de nubes con clara bruma. La neblina estaba intacta como en aquel tiempo en que sólo se hirió a punzada de muerte con aquella lanza. La vida se le escapaba en aquel hospital, cuando quiso entregar su vida y, más aún, su suerte en deliberar y decidir qué hacer cuando perdió a su mano derecha. Se electrizó su suerte, su vida y, más aún, la mala suerte de aquel día cuando su mano izquierda no sostuvo a la espada y le cortó a su mano derecha. La vida se le fue de las manos. Y, más aún, cuando se tornó pesada y espesa aquella sangre en plétora abundante cuando cayó al suelo vilmente, cuando sólo percibió que perdía uno de sus miembros corporales. Aquel día, se debatió entre la vida y la pena, de vivir de morir en el intento, y por consiguiente, de perder a su mano derecha. Cuando cayó como un cruel, pero, convincente muerto, sobre aquel suelo por donde él se paseaba a cuestas de poder limpiar de toda suciedad, cuando el vil y siniestro instante cayó en temores y de ansiedades sobre el peso de aquella sangre en su mano derecha. Se sintió desolado, triste y en una sola soledad que calló lo que debía de gritar en aquel tiempo y momento. Y él, Virgilio, el que ahora es el manco Virgilio, se enamoró una vez más de su espada, la vió tan bella y hermosa, que sólo la quiso limpiar del polvo y de toda suciedad de aquel atrio donde él la guardaba con tantos recelos. Y eran dos espadas así de fuertes, brillantes con el filo hacia el sol, con la luz al filo de la espada. Cuando se intensificó más la verdad, cuando se dobló la verdad en creer en el desierto o en el suelo donde cayó su cuerpo y más, su mano derecha quedó en un sólo hilo entre su cuerpo y su mano derecha. Virgilio, demostró en ser un verdadero marins, con poder y respeto, hacia sus herramientas de labor, pero, aquella vez se tornó pesado, tenso y hasta débil del cuerpo y más de un alma que vió aquella luz al filo de la espada, pero, no supo lidiar con la cruel situación. Él, Virgilio, se llenó de compasión y de miedos, cuando se electrizó por primera vez su deseo de ver la sangre como un trampolín hacia su misma fortaleza, cuando se intensificó más el deseo de ver su vida e un sólo hilo, entre la vida y la muerte. Entre lo que fue correcto y lo imperfecto de aquel triste momento. Cuando se realizó el desmembramiento de una de sus manos, la derecha, fue cuando cercenó su parte más aguda a su propio sentido. Su presente estaba deteriorado enfrascado en una vil escena en perder a su mano derecha. Era el manco Virgilio, el que no le hacía falta su mano derecha, pues, aprendió en ser fuerte y no un débil, cuando agudizó a su piel y más, a sus cinco sentidos, en saber que el destino es fuerte como el débil yá no puede ser más. Aprendió a liberar el alma, pues, la depresión no existía para él. Sino que el tiempo nefasto, se llevó una fantástica atracción, en demostrar que sí se logra todo aquello que se percibe y más la audacia y la suspicacia de creer en el poder mágico de aquello lanza a la luz del filo de aquella inocente, pero, peligrosa espada. Cuando se llenó de magia y esplendor, se debió automatizar el mal desastre. Virgilio era un hombre de paz y tranquilo. Nunca en su mente se le vino un ataque suicida contra su cuerpo. Y todo porque cayó en una sola profunda depresión por haber perdido a su mano derecha. Tomó varios complementos de clases familiares para la rehabilitación de la mano y las consecuencias directas y no tan directas con su mano derecha.
Continuará………………………………………………………………………...
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 2 de noviembre de 2019 a las 00:08
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 14
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