**~Novela Corta - La Luz al Filo de la Espada - Parte IV~**

Zoraya M. Rodríguez

Pues sí, yo estaba en ese universo vacío, inerte, indeleble momento, en un instante en que se cruzó por delante de mi propia alma lo más temible para un vivo: la muerte. Y era yo y nadie más el que tenía a su mano derecha en un sólo hilo de sangre. Y subyuga la certeza en creer que el cielo es de azul, pues no, a veces se torna denso, inerte, vacío y sobre todo oscuro como la más negra noche tan fría y desolada como el mismo tiempo. Me sobrepuso cuando llegaron los paramédicos pues, no hubo otra manera de albergar más fuerzas por ese dolor tan intenso como lo fue haber perdido a mi mano derecha, así, de ese modo tan cruel y tan triste con esa espada, y la luz, ay de la luz, qué dolor dió cuando ví la luz al filo de la espada, no hubo percepción, no hubo pensar, no hubo tiempo, ni para concordar una sola idea de mitigar el instante tan eminente que se venía venir. Cuando no hubo coraje en atemorizar lo yá sucedido, cuando la sangre en todo el atrio estaba al desborde, a la inundación del atrio sucio y devastado por tanta plétora de sangre. Y era él, el marins número uno de la década de los ‘30, el que había obtenido esa espada en honor y gloria de salvaguardar a la vida y de proteger a la vida sin importar consecuencias. Y era él, el Virgilio, el marins de la milicia número uno, el que guardaba desde su interior un pedazo de recuerdo. Cuando al acecho se miró acuarteladamente, cuando despertó en una sala del hospital y yá sin su mano derecha. Sólo sollozó un momento, de ira sin pudores, de deseo sin anhelos, de temor y de impotencias. Sólo sentí mi mano caer como se cae el cielo en la mirada. Sólo subyuga en la manera tan vil de demostrar lo que había pasado con mi mano derecha cuando sólo el tiempo se fue como gotas de rocío en las hojas en el amanecer. Y sentí como el deseo de amar lo que se sintió en el alma y en el corazón del coraje de amar cuando me atreví por fin a vivir sin mi mano derecha. Y quise ser como el alma, como la luz a ciegas, como el dolor sin espera y sin calma, cuando sólo quise ver el cielo otra vez, si creí que moría, pero, volví a renacer, a revivir y a sentir que mi pasado fue y será haber perdido a mi mano derecha por culpa de la mano izquierda. Cuando en el alma se debió de entretejer lo que se dió en el corazón y en el alma. Y fue esa luz, la luz al filo de la espada. Cuando se debió de entretener lo que más pasó, una idea flotante y tan cortante como aquel filo de aquella espada a la luz del mismo sol. Cuando se entregó en cuerpo y alma, pero, ¿no fue suficiente?, ¿no fue pasajero el dolor?, sino que quedé atemorizado, intacto, imponente y casi deshecho. Quiso ser ése que volaba en el universo, ése que caía a un precipicio de aquel abismo oscuro y de ensueño, pero, sólo se llevó lo que crece en el corazón, un sólo latido a vivir y sin mi mano derecha. Cuando se debió de entretejer lo que soñaba, una caricia de esas en que sólo se llevó una sangre virginal, una plétora tan abundante como lo fue derramar en el suelo toda aquella sangre en el suelo. Cuando se llenó el almíbar tan agrio como la hiel o la hiedra que aún no se arranca de mi propio dolor. Cuando se llenó el cáliz de un vino embriagante como la misma sangre que brotó de mi mano derecha. Cuando se electrizó el combate de vivir nuevamente, sí, nuevamente, de revivir todo, de renacer en el mismo infinito hacia la misma eternidad. Y sí, quise ser como el héroe, como el incapaz durmiente, que subyuga un sólo sueño, cuando sólo fui el dueño más querido del infortunio momento. Y me fui por el rumbo del mareo, de poder marear la vida, de poder ver y sentir lo que demuestra aquí como una virtud exacta y deprimente como ver caer a mi mano derecha, más poderosa que aquella luz al filo de la espada. Fue como atreverse a desafiar lo incorrecto, lo desafiante, lo inocuo, lo difícil de ver en el cielo y en el alma, una osada atracción de sentir y de percibir lo que era y fue tan real, poder perder a mi mano derecha. Fue un sólo instante tan imperceptible que demostré en ser lo que era un verdadero marins. Cuando ví caer desde mi torso a mi mano derecha sólo ví toda aquella sangre punzante y letal que se desparrama de mi mano. Cuando el grito me llegó al alma, cuando en el alma se sintió triste, amarga, y con temor y terror por ver y sentir aquella sangre que a borbotones salía y se desprendía de mi mano derecha. Fue todo un mal suceso, sólo agarré con la mano izquierda a aquella espada tan filosa. Y se me fue del alma un suspiro y un sólo respiro de esos en que sólo el anhelo de esos se sabe en embriagar la sangre como a un vino electrizante y que te deja ebrio. Sólo quiso ser a conciencia lo que más se fundió aquí, cuando en el alma se electrizó el alma de desventuras nuevas. Cuando en el alma se separa del cuerpo sólo se siente una luz marcharse lejos de tí y de tu cuerpo. Pero, sucumbí en un sólo deseo, cuando en mi mente sólo ví el trance desaparecer del mismo abismo frío donde me entré en aquel atrio y sangré mucho, dejando un rastro de sangre perforando el destino nuevo, pero sin mi mano derecha. Y el atrio limpio yá, de todo accidente con su mano derecha, sucumbió en un sólo desastre, y era poder recordar. Recordar todo, como si hubiera sido extenuante donde a la deriva se pierde el naufragio de navegar por el mar abierto e incierto de llegar a un puerto seguro. Me atreví a descifrar la incógnita de ver el cielo, por donde se pasea el más vil de los destinos. Cuando en el alma se entreteje saber que el abismo más hiriente, más frívolo, y más friolero era el de saber y poder recordarlo todo, como si se viviera en el mismo instante. Pero, Virgilio, el manco Virgilio, sólo quedó atemorizado, espantado y asustado, por todo el rencor de haber perdido a su mano derecha y, más aún, haber electrizado de manera tal el combate de ir y venir en camisa de color blanco aquella sangre de plétora tan abundante. De percibir el destino tan fugaz como ser el destino tan frío como el hielo de un momento en el cual se vino caer el abismo gélido y tan real como haber perdido con abundante sangre a mi mano derecha. Cuando ocurre el desatino de ver en el cielo lo más prohibido de un desenlace vivido y a letal espada y lanza la luz al filo de la espada. Fue como abrir en surcos la marea de todo un mar incierto. Y en el pedazo de camisa de color blanco, aquel rojo penetrante como el color rojo de la sangre misma. Debí de haber electrizado la comitiva ultrajante de aquella luz en tornasol, donde se perpetró el más vil suceso. Y quedó como órbita lunar en aquel tiempo. Cuando sólo se sintió el deseo, de embriagar el anhelo de ver el cielo en camisas de dolores y de audaz encuentro con la misma sangre. Cuando volví en sí, fue cuando no hubo tiempo ni regreso hacia la verdadera y exacta vida, muriendo de tal manera. Cuando quedó en un destino frío el acometido de envenenar la vida y más la muerte con letal daga. Cuando se entristeció el momento, de ver en el cielo una luz casi pasajera. Una luz casi imperceptible en demostrar lo que era la misma luz. Cuando sentí el mismo coraje de amar lo que creció en el alma. Cuando sucumbí en un sólo deseo de enamorar a mi mundo y a mi destino. Cuando sólo el destino se electrizó el combate hacia una nueva desventura y fue perder la valentía y de ganar la ansiedad y el estrés. La luz al filo de la espada, fue como destruir del abismo y del imperio oculto en demostrar lo que se logró con el tiempo. Cuando quiso ser como la ventana hacia una misma situación, donde se observa el triunfo del mismo cielo mágico. Y fue dolor y, más aún, el desierto cruel y temeroso e impetuoso de ver en él la misma sed que no calma mi propio ser como ver el mismo amanecer. Y fue el mismo destino el que sucumbió en un sólo percance. Cuando en el ambiente sólo se escuchó un grito ensordecedor, que dejó helado el atrio y más la misma gente que se encontraba por el lugar. Él, Virgilio, el hombre que sólo perdió su mano derecha y quedó manco. Sólo se debió de ver el cielo de gris cuando sólo se debió de creer que en el cielo está la tormenta como la más vil de las situaciones. Cuando logré ver el cielo en un ademán tan frío como la misma nieve que cae en algunos lugares. Sólo entristecí, yo Virgilio, cuando llegué sin mi mano derecha, tan ágil como tan hábil cuando era mi mano derecha la cual más utilizaba. Era yo, el Virgilio, el que además de ver el cielo como tempestad, ví reflejado como el más vil de la tormenta. Cuando se debió de entretejer lo que encrudece en el abismo tan frío. Cuando yo amé a tan vil manera, cuando en el alma ví la electrizada luz, aquella luz que me avisó lo acontecido, lo que iba a suceder, el suceso tan vil y tan hiriente, cuando en el mañana se dió aquella luz, la luz al filo de la espada. Cuando se enredó más mi manera de ver en el cielo, el más vil de los momentos, cuando en el alma se amó fríamente. Cuando se cree que el cielo es así, como la más cruel de las aves en medio de la tormenta que empapa a sus alas y sin poder volar podría. Cuando se siente la más real de la verdad, cuando yá no tenía más a mi mano derecha.                             

 

Continuará…………………………………..

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de noviembre de 2019 a las 00:03
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 39
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