Un hombre alado salió a dar una vuelta
y al aterrizar en el prado que habituaba
encontró que habían construido
una ciudad en su lugar.
En casa siempre oí cantar
a abuelo cuando hacía bocetos
de ángeles a la medida
de mi pie descalzo.
Ahora habita en las azoteas de Madrid
donde el tiempo no existe
y una ciudadela de ángeles vigila
a los fumadores de porros,
a las mujeres que duermen
a la sombra de Al Fénix
y parecen solas, pero casi siempre
cabalgan un adolescente.
Por más que busco no encuentro
a la Virgen de los Peligros,
con su nimbo de luz de la marca Moore,
haciendo milagros de bombillas.
Aurora desde la azotea
apenas me ve
-cosas de perspectiva-
por muy diosa que sea
se tira a fontaneros
que manejan metal.
Cuando llueve se lava,
calada hasta la madera Minerva
en el Círculo de Bellas Artes,
a 58 metros sobre la calle de Alcalá,
a pesar de estar hueca murmura que
su miedo es el viento.
Pero en realidad es al Hombre a quién teme
el hombre que cuelga su traje ahumado,
sobre el filo de la ventana,
hacia el abismo la tendedera
y sus ganchillos saltan
pavorosos al vacío.
Cuando un trozo del ala de Pegaso
cayó sobre la calzada
la Real Academia de San Fernando dictaminó
que en evitación de alguna catástrofe
se bajase a los centinelas de mármol.
En aquel entonces
los bloques se desmoronaban,
no hubo más remedio que cortarlos,
aunque entre tejados se escuchaba
como ponían el grito en el cielo.
Bajar fue casi tan complicado
como había sido subir
los vigilantes a las azoteas.
Durante horas abandonados
en la Gran Vía, semejaban
fantasmas de desterrados.
Entre la plaza de Legazpi
y la glorieta de Cádiz
volvieron al suelo los originales
pues no tiene sentido adornar tejados
ni esconderse a la sombra de los ángeles
-de todas formas eran sustitutos, pura copia-
Cada marzo, un rayo de sol atraviesa
la cabeza del Ángel caído
que añora el prado y sobrevuela
a quienes transitan sin dios ni rodillas,
fabricados de la misma manera que sus padres,
esculpidos en barro,
quemados por la cera,
con un pequeño corazón
donde se coló el bronce.
Yo sigo escuchando,
quizás sea el abuelo
quien reza
sin poder tocar tierra.
de La costurera de Malasaña, 2012,
Editions Hoy no he visto el paraíso.
Hoy, 5 de diciembre, mi abuelito Gerardo Alonso Sabas
hubiese cumplido años.
- Autor: Margarita García Alonso ( Offline)
- Publicado: 5 de diciembre de 2019 a las 07:09
- Categoría: Familia
- Lecturas: 13
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