Solsticio de invierno

Xabier Abando



 

La noche reina en el cielo

de otoño; el sol, sin embargo,

ya fin pondrá a su letargo,

tan pronto llegue el invierno.

 

Señal oportuna, acaso,

será el chirrido del quicio

de esa puerta del solsticio,

que al frío invierno abre paso.

 

Desde ese preciso instante

cumplir deberá el encargo

de hacer cada vez más largo

el día, a ritmo constante,

 

y así, en el reñido duelo

que van librando a porfía

la oscura noche y el día,

sin tregua alguna, en el cielo,

 

tal cual aquel caballero

que echó al bastardo una mano

en lucha contra su hermano,

el rey don Pedro primero,

 

el sol, tan fiel partidario

del día, es de suponer,

sin rey quitar ni poner,

dará, como el mercenario

 

francés, ayuda en combate

al día y, de esa manera,

llegando la primavera,

podrá llegarse a un empate.

 

Y ya, tirando de oficio,

alzar podrá a su señor

al culmen de su esplendor

llegando al otro solsticio,

 

que en este norte terrestre

será el verano siguiente

y al sur, que es muy diferente,

lo mismo, tras un semestre.

 

De antiguo, en el mundo entero,

gustaban ya los humanos,

que hoy se dirían paganos,

de honrar el solar evento,

 

con danzas en torno al fuego,

emblema del sol, que es fuente

de vida, ya era la gente

 consciente de ello, mas luego

 

poderes de hecho intentaron

poner fin a tales ritos,

y en nombre de algunos mitos,

con otros ritos taparon.

 

Actualmente celebrar,

como antes, este solsticio

también cabe: es el inicio

de un nuevo ciclo solar,

 

que no es mito, es realidad,

porque ha sucedido siempre,

aquí, en el norte, en diciembre,

casualmente en Navidad.

 

© Xabier Abando, 18/12/2017

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