Debajo de mi manto
al rey mato.
Alonso Quijano el Bueno.
Al cabo de largos minutos rasgueando la pluma
escucha un quejido, repentino y urgente.
El personaje que pergeñaba: — ¡Oiga usted,
hombre de mala madre, deje de arrascarme
las espaldas con esa furia!
El escritor en su ensimismamiento no daba crédito
a esos extraños sonidos, pensaba imaginación suya.
¡Por favor, señor de la gran sordera, pínteme las piernas
que decido marcharme de esta falsa, no me interesa!
Esta vez, como llamado por la voz de su conciencia
detuvo el cálamo en seco hasta parar las mientes en plena
efervescencia de Érato, pensó con detenimiento.
¿Me estaré volviendo loco, o es la falta de sueño como
cuentan de aquel hidalgo tan celebérrimo?
¡Señor poeta, ya que parece oirme decirle que los pies
me los ha pintado del mismo lado, haga el favor!
El licenciado, acusando cansancio, se levantó y tomóse
un refrigerio, puso las noticias vespertinas y se dejó gobernar
por una breve molicia que pretendía reparadora.
Pudo comprobar que aún alejado de los papeles seguía
recibiendo en sus oídos esa odiosa vocecilla, serán unas fiebres,
unas malas fiebres diría en mi desfortuna, penso de súbito.
¡Señor, que soy yo, el engendro que está esculpiendo malamente,
déjeme ir por favor se lo suplico, esta casa que me da de albergue
no conviene a mis apetencias, quiero otro dueñoooo!
A la postre, después de dejarse convencer por el personaje se avino
a dar rienda suelta a su rebelión. Se fue para no volver.
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 30 de enero de 2020 a las 17:09
- Comentario del autor sobre el poema: Hay veces que un personaje se te quiere independizar; hay no menos que dejarle ir.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 74
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