**~Novela Corta - El Rostro en el Espejo - Parte I~**

Zoraya M. Rodríguez

Llevaba tiempo y con un ocaso frío en la cocina donde preparaba la cocción de un buen menú. Y la mujer con el rostro en el espejo, adherido, frustrado, imperceptible, pero, real. Cuando en el alma se deterioró un cometa de luz como el ir y venir en un camino tan frío, como aquel rostro en el espejo donde siempre cumplió su sueño. Y entraba y no salía del espejo, su propio rostro el que se había adherido a ese espejo por una encomienda. Pero, no, ahora, se hallaba en la cocina, y la señora haciendo un menú exquisito y un “gourmet” elaborado con ingredientes de un gran e inmenso espejo. Los ingredientes eran belleza, elegancia, postura y candidez. Y elaboró su plato favorito con esos ingredientes, pues, su frescura y su sabor eran siempre y siempre le acompañará su gusto por lo exquisito lo que más dió en elaborar su gusto por lo más inmenso. Y fue la cocción de ese plato favorito, el que le dió un buen sabor de boca cuando probó y comprobó lo que había elaborado en su total cocción y por su buen gusto. Y ella iba y venía, entraba y sin poder salir, y a veces caminaba y, otra veces, corría. Pero, era ella, la mujer del espejo, la que por una terrible apuesta entre amigas quedó varada en aquel espejo por donde nunca más salió y mucho menos con tanta vida. Pero, era el rostro en el espejo, el que le dió paciencia, presencia, esencia, y sin una gran ausencia, pues, ella, siempre aparecía entre el espejo y su gran forma de ver la vida como la cocción de ese buen menú. Y los ingredientes eran siempre, belleza, elegancia, postura y candidez, belleza porque era bella como la rosa, elegancia porque nunca perdía su “glamour”, postura porque su porte era lindo y esbelto, y candidez porque nunca perdió su virtud, era virgen todavía. Fue un juego de niñas el que le otorgó pertenecer y permanecer dentro, y en aquel interior del espejo. Cuando se jugó un juego de niñas, cuando la que ganara se bebía el brebaje de pertenecer al grupo de los interiores en el espejo. Y ella, era ella, la que bebió la pócima, y quedó varada dentro del espejo aquel. Y le gustó y le agradó más y más, vivir allí, pero, se le olvidó llevar consigo el antídoto contradictorio de esa pócima para salir de ese espejo, pero, quedó varada allí, y para siempre. Pero, supo lidiar con tal aventura y con tal mala situación, que a la señora la llevó a confeccionar un rico “gourmet”. De esos que le hacía la vida feliz. Y el rostro en el espejo, es como ser alma gemela entre el espejo y la silueta que deja marcada el espejo. Cuando ella, el alma gemela, destruyó todo como silueta en un marcado rumbo. Cuando en el momento se destruyó todo, y, ¿se rompió el espejo?, pues, no, si era ella la del rostro en el espejo. Viajaba por el mundo y más, por los lagos y riberas, por los llanos y más, por el cielo azul del color celeste. Y cuando quiso salir, pues, no pudo, pues, estaba encerrada como un pajarito en su jaula, como un pez en el mar y como una perla en su concha. Cuando la señora confeccionó aquel “buffet”, sólo quedó una manera de ver el cielo de azul, y fue en querer tener el cielo lleno de nubes blancas como la misma piel. Y, ¿lo logró?, sí. Halló lo que jamás sentenció la vida misma, un “gourmet”, de esos que sólo el destino quiere como un buen apetito en el estómago abierto. Y era belleza, postura, elegancia y candidez, con los ingredientes más ricos con que ella elaboró el plato exquisito, por donde se paseó lo que más dió un gusto a las glándulas gustativas y con un sabroso veneno que puso entre aquel “gourmet”, y era ella, la del rostro en el espejo la que vió todo y de todo, y, sintió el deseo de gritar a viva voz, pero, quedó más atrapada entre aquel espejo y cuando se llevó la sorpresa se dió lo que más no pudo en ser, hablar de todo aquello que ella sabía. Y de terciopelo, fue su abrigo el que corrió por la cocina llena ambigüo deseo, cuando el espejo cambió de rumbo. Y fue la dueña de la casa, cuando decide cambiar de dirección el espejo donde ella pertenecía, pues, era allí, donde ella vivía, donde estaba encerrada, pues, era, ella, la que decide en descubrir el desierto de un levante crudo, como aquel, donde se paseó el más débil momento en que se encerró como la más elegante y pureza innata entre aquel espejo casi deteriorado por el tiempo. Y cambió de rumbo exacto, dejó a la cocina, y fue la habitación, donde halló de todo, desde prendas de vestir, hasta un maniquí donde se prueba la ropa. Y cada vez que cerraba un ojo para dormir, ocurría algo allí, en aquella habitación. Una noche, apasionadamente entró un caballero con ella, pues, se debe de saber que la dueña tenía amores con el chofer de la casa y no lo sabía nadie, pero, ella sí, la dueña y penitente ama, con el rostro en el espejo. Y fue ella, la del espejo, la que quiso ser sin conciencia aquella que brindó su delicada postura en creer que la suerte vá de la mano cuando, una, se perfila hacia ser tan exacta y tan perfecta. Que por creer en ser lo que quiso creer, se debió de enfríar el ademán frío, de unas manos tan álgidas como propio es el viento. Pero, era aciago el porvenir, incierta la vida, y desgraciado el instante, con un frío por delante como sentir su rostro marcado por el tiempo, y por el ajetreado rumbo donde la llevaban y traían. Cuando de repente, vió el hombre junto a la dueña, cuando en el momento se vió alterar sus ojos viendo el pasaje en querer volver al espejo, pero, sin tener sus ojos. Y todo, porque lo que vió en aquél hombre, la hizo vomitar hasta sus propios ojos. Pero, no fue nada, sino la visión de mirar a aquel hombre, que le hizo perder a sus propios ojos. Él, llegó y alcanzó lo que nunca, hasta el mismo cielo, cuando se entristeció de tal manera que sólo supo de ir y venir hasta que el tiempo se detuviera como se detienen las horas amando, sólo amando. Y tomó el cuchillo y a la señora, a la dueña de la casa, y le hizo un cortante filo sesgado y oblicuo en el corazón, extrayendo de su cuerpo su sangre y su corazón. Y desnudó todo aquello que sólo el principio determinaría, que no era sólo un vil y sangriento, e inmóvil homicida, sino que fue más allá, de toda verdad y de toda razón, que le había extraído, pulso a pulso, gota a gota, lo que debió de ser un cruel y un vil asesinato, pero, no, es que él pertenecía a una secta diabólica y ella, la dueña no lo sabía, la dejó inconsciente por un breve momento, pero, sólo le extrajo el corazón, el órgano para vivir, y quiso ser a conciencia, lo que no pudo ser, esa secta no creía en los latidos del corazón y más en la vida misma. Y ella, sólo ella, lo miraba y lo observaba con su rostro en el espejo, que deleitaba angustia, desesperación, pero, más callaba la esencia y con la postura y la elegancia que siempre le caracterizaba. Y ella, sólo ella, lo observaba desde aquel pedazo de espejo viejo en aquella habitación solitaria. Cuando en el momento se debió de atraer más la conciencia, pero, sólo se halló, lo que dejó allí, a un cuerpo casi sin sangre y mucho más sin corazón. Cuando por albergar el delirio socavó muy dentro el dolor de callar y que nadie la escuchara, a ella, la del espejo. Cuando en el ambiente de aquella habitación, socavó muy dentro. Cuando en el instante en que calló aquel espejo con el rostro en el espejo, sólo derribó una sola sorpresa que no era ella, la del espejo. Que creía en ser alguien quien no era ser. Cuando en el ambiente de aquella habitación, sólo se adentró en ser un sólo asesinato, un vil y cruel desenlace de una secta prohibida. Cuando en la habitación sólo halló la desesperación, la vil y bravía tormenta en que el deseo se convirtió en dolor. Porque vió y observó de tal forma ese nefasto tiempo entre ella y su rostro y el gran e inmenso espejo. Y no sabía qué hacer, pues, ella estaba encerrada, entre ella misma y el gran espejo. Sólo se mantuvo callada, pues, no quería que él supiera que ella era la cómplice y, más aún, la única visión que vió y observó todo y de todo. Y se quedó la dueña sin sangre y sin su corazón, pues, él, se mantenía varado entre aquella secta maliciosa que extraía la sangre y, más, los corazones, pues, no creían en la vida de Dios y más, en la forma de vivir. Pues, era una secta perseguida y que atemorizaba a la gente de espantos y de morir en el acto y en el instante sin poder sobrevivir. Y era, él, el chofer de la dueña de la casa, cuando ella, la del rostro en el espejo vió todo como su más vil y mortífero asesinato y era ella, la del rostro en el espejo la que era callada, pues, no podía expresar ni menos decir algo con respecto a ese instante. Y era, ella, la que estaba en aquella habitación donde se movió de lugar a aquel espejo, donde ella, se hallaba varada, frustrada y, más, callada sin poder decir todo lo que veía y lo que sentía ella. Cuando ella, se encontraba entre el espejo y la esencia, entre el reflejo y su propio rostro. En contra un dolor, que sabe de la presencia, y no, nunca de la ausencia, cuando ella, se encontraba siempre entre aquel espejo. Cuando en el momento se abrió el cielo abierto y pudo ver que la dueña, y que la señora de la casa, vivió y sobrevivió, más y más. Cuando en aquella habitación se derramó sangre y del color como el puro carmín, o como el color escarlata. Cuando en el momento, se debió de entretejer lo que más se debió de atar en la red de aquel espejo, donde ella, la del rostro del espejo, se encontraba. Y halló lo que nunca un sólo poder, y fue la fuerza en creer poder salir de allí y poder decir y expresar todo lo que había visto. Pues, no, era tan sólo salir del espejo, sino que fue una travesía bastante ardua. Cuando en el espejo, el rostro en el espejo, se encontró el desastre, de ver y de sentir lo que nunca en el desenlace de poder vivir. Y se fue por el rumbo, por el numen o por la invención automatizada en creer lo que fue y lo que más pasó en aquella habitación donde la dueña y señora cayó en muerte súbita sin sangre y sin su corazón. Y aquél hombre, sólo se llevó su sangre y a su pobre corazón. Como la secta más peligrosa, el cielo no bastaba para creer y poder creer en él, el límite donde llegaba el amor de Dios, pero, la secta no creía en ello. Y ella, atrapada y atada entre aquel brillo del espejo, se debió de tentar el pecado frío, y en poder callar lo que quería expresar. Cuando el alma se vió el reflejo de su propia luz en el interior cuando se asombró por ver todo en aquella fría habitación. Cuando el rostro del espejo, se vió marcada la fría desolación, y la triste compasión en ser y no ser lo que creía en ser. Cuando en el alma se obtiene una luz fortificada, llena de esperanzas, y de fuertes deseos, cuando se fue el anhelo en ver a conciencia lo que más triunfó. Cuando en el interior de esa alma, se vió jactanciosa y fabulosa, en ver y en creer en lo que más se llenó de verdad y de certeza cuando salió del espejo, y, ¿lo logró?, pues, sí. Cuando ella, la que realmente salió del maldito espejo, sólo adjudicó la forma de ver el cielo de azul. Cuando salió, pero, ¿recordó todo?, pues, no. Tenía que adentrarse al espejo, para poder recordar todo lo vivido allí. Pero, era ella, la del rostro en el espejo, la que no salió hasta mucho después de tanto tiempo. Cuando el alma hasta el corazón se vió entristecido por todo lo que había visto, pues, todo era malo como lo malicioso de esa aventura en que se volvió desventura, por pasear por toda la casa de la señora y dueña. Y volvió el asesino a la habitación con cuchillo en mano, ella, hizo un gesto articulado, en que él creyó que había alguien, además de él, en la habitación, después de todo lo ocurrido, y se fue después de haberse llevado el cuchillo, con que le hizo una sesgada y oblicua incisión como una pequeña herida en el corazón, y le sacó el órgano llevándose el corazón, para la secta diabólica. Y la señora despertó, pues, sin sangre ni corazón, pues, después de tanta vida, sobrevivió sin sus latidos del corazón. Cuando en el imperio de los ojos, y sí, que los tenía, pues, después de devolver a sus propios ojos en un sólo vómito, estornudó y se le devolvió sus propios ojos. Nadie escuchó nada, pues, ella varada dentro, muy dentro de aquel espejo donde estaba su rostro en el espejo, nadie la podía escuchar ni mucho menos poder ver. Cuando en el espejo se debió de entretejer una red fuerte en creer poder salir de allí, pues, no salió hasta el final. Cuando logró penetrar el antídoto al espejo y poder beber hasta poder salir y poder revelar la mala suerte que corrió por estar dentro de aquel espejo. Pero, suceden muchas tantas cosas, en que ella, sólo quiso salir corriendo de ese espejo que la perjudicaba mucho, pues, sólo quería expresar lo vivido y lo que sabía ella. Cuando en el alma se debió de creer que aquella luz se reflejó en aquel espejo cuando ella intentaba ver y escuchar de todo. Y quiso ser como un fantasma, pues así, se veía ella. Cuando ella, nunca logró verse a sí misma ni tan siquiera recordaba como era ella. Era rubia y tenía unos ojazos azules como el mar que veía y que tenía enfrente de la casa. No era casa de playa sino una mansión y muy elegante. Y era ella, la que tenía el mando cruel de pertenecer y quedar allí entre el espejo y su gran reflejo. Cuando de repente, una noche recordó todo como si fuera ayer mismo. Y quiso salir de allí, pero, la dueña cambió de rumbo el espejo y con ella dentro y sin poder saber de que ella existía entre aquel espejo y su propio reflejo. La dueña cambió de dirección al espejo, lo colocó frente al recibidor donde se podía ver y observar la playa, desde aquella mansión. Era un espejo, con borde en color de oro, chapeado en oro, y de un color muy dorado muy fuerte. Era viejo, obsoleto y antiguo, pero, quedaba muy bien de acuerdo con la fachada de la mansión en el recibidor. En cuanto, a ella, la del rostro en el espejo, sólo percibió lo que acostumbraba en poder ser. Un sólo rostro marcado en el espejo, donde dejó un sólo deseo en amar como a aquella señora a su hogar, familia y más a su propio corazón, aunque ella, no sabía que no tenía ni poseía. Pero, la señora, la dueña, sólo quiso ser a conciencia lo que pertenecía en poder ser, una señora de altura y de postura como ella, la del rostro del espejo, y eso le agradaba y más, le gustaba. Cuando quiso ser como toda elegancia, cuando hizo y realizó una actividad en su mansión. Y era, como un ademán tan frío, que socavó muy dentro. ¡Sí, adentro…!. Era como subyugar en lo callado, en lo retraído, y en lo contraído. Y era ella, pues, era ella, la del rostro en el espejo.



Continuará…………………………………………………………………………………….

 

  • Autor: EMYZAG (Seudónimo) (Online Online)
  • Publicado: 15 de febrero de 2020 a las 00:13
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 42
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