Un desvelado viejo soñador
Érase una vez, en un soleado día de febrero, un soñador, que decidió crear un cálido espacio para compartir con amigos, reunió a las personas más especiales que encontró; Se decepcionó de algunos y los retiró inteligéntemente, evitando problemas y conflictos.
Trató de convertir el espacio, en una escuela para aprender, desde la práctica, como mejorar en el tema de escribir.
Consiguió que algunos de sus amigos cambiaran el estilo un tanto fuerte, por algo más salido del corazón, algunos se atrevieron y con éxito, a escribir al menos un único texto, otros sintieron la necesidad de escribir y lo lograron, otros no soportaron enfrentar a un público, pero crearon su propio rinconcito íntimo, para manifestar sus nostálgias y le permitían ir a disfrutar su lectura... en fin, fué una experiencia maravillosa.
La selección se depuró, llegando a treinta importantes personas, que lo acompañaban en su transcurrir, unidos en el afecto, en el amor del alma, un poco su sueño... o su desvelo.
Muchas noches de viernes, los reunía en torno a sus aromáticos mojitos, para declamarles pasionales poemas tradicionales y uno que otro, salidos de su corazón y dedicados fervorosamente a sus amores.
Les jugaba bromas, con su gusto por los montajes fotográficos, los impulsaba a desinhibirse disfrazándose de lo que fuera, se diría, que los contagiaba de la sana locura, que hay que tener para sonreírle a la tristeza.
Años más tarde, solo tres, para ser exactos, sus amigos ya poco lo acompañaban, a pesar de sus ingentes esfuerzos por mantener un espacio para compartir afectos, sentimientos, humor y hasta tristezas.
Todos se ocuparon y esos minutos que generosamente le regalaban, ya no volvieron a marcarse en su reloj, que cada día giraba más de prisa y lo hacia sentir una mayor necesidad de compañía; Quizá ese espíritu de compañerismo, de afectos compartidos, los llevo a centrar su atención en sus familias, en sus propias vidas y visto desde ahí, fué una importante labor, que al hombre soñador hizo enorgullecer.
Pero como suele pasar, mientras repartía risas y afectos, su arcón de la alegría, se fué quedando vacío y ya solo contenía unos pocos y ajados: Te amo, que habían tenido brillo especial algún día, pero que ahora eran simples: Hola, una que otra mañana.
El viejo soñador fue tornando a sus angustias, de viejo y de soñador, fue volviéndose huraño, malgeniado hasta consigo mismo, ya no le apetecía escribir para sus amigos, lo hacia, pero guardaba todo en el baúl, para al menos verlo lleno de viejas hojas amarillentas...
En medio del alegre trinar de sus pajarillos, dejaba volar su inspiración de adolescente enamorado, inventaba rimas, imaginaba amores, reía, lloraba, se preocupaba, pero todo lo ocultaba tras sus arrugas, cada vez más pronunciadas, pero coquétamente engalanadas por las inmaculadas hebras de plata, en que se habían convertido sus cabellos.
Así un buen día, después de mucho pensar, de llorar larga y silenciosamente, como era su... ya habitual costumbre, cerró su desvencijado cofre, lo montó en el carrito donde solía ir a conseguir la comida para sus mascotas y como decía... emprendió el viaje de regreso.
Dicen los que lo vieron partir, que dos lágrimas rodaron por sus mejillas, mientras con fingida sonrisa, hacia el ademán de despedirse de álguien, oculto tras el visillo de la ventana...
Aunque tiempo después solo encontraron el viejo arcón, al borde de los acantilados, de su siempre añorado mar, los que leían las letras, que siempre permanecieron allí, al cerrarla, besaban la tapa del baúl y se alejaban sonriendo, después de leer tan tontas letras, pero olvidando... al viejo soñador.
Ron Alphonso
20 de Febrero de 2020
- Autor: Ron Alphonso (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 21 de febrero de 2020 a las 01:42
- Comentario del autor sobre el poema: Un autoretrato escrito, que narra las peripecias que hace uno, para mantener un grupo de escritores en actividad.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 44
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