La luz en las velas;
juguetona e inquieta
brama con mis palabras,
y mi voz es apagada
por pedir tanto perdón.
El agujero que tengo dentro
se extiende cada vez más,
mi carne se va pudriendo
y los huesos no son eternos.
Clavos ardiendo
hundidos en mis manos,
coronas de espinos,
lanzas en mis costillas,
flechas que se clavan
certeras en las rodillas.
Recibiré a mi muerte
cómo algo placentero
porque recibí la vida
sufriendo.
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